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Claudio Penso

Un gánster tuvo un sueño. Se despertó angustiado y mandó llamar a un adivino para que lo ayudara a interpretarlo. Le contó que había soñado que se le caían todos los dientes.

La respuesta del adivino fue:

-¡Es una desgracia! Cada diente representa la pérdida de un pariente.

El gánster no aceptaba fácilmente las malas noticias; le echó toda la culpa por lo que podría pasar y lo golpeó.

Llamó a un fiel colaborador quien habiendo escuchado los gritos sintió temor por una reacción violenta de su jefe. Luego de escuchar el sueño le dijo:

-¡Creo que se trata de una excelente noticia! Este sueño significa que usted va a sobrevivir a todos sus parientes.

A cada instante, ocurren escenas como ésta. Alguien que tiene poder desea escuchar buenas noticias y quienes son descifradores, especialistas, responsables de un área o simplemente carteros, terminan cayendo en la tentación de subvertir los hechos para transformar una mala noticia en una buena.

Es cierto que todo puede ser bueno y malo, dependiendo de cómo lo interpretemos. Hay un antiguo cuento de Anthony de Mello, sobre un labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. El caballo escapó a las montañas. Todos los amigos del hombre lamentaron su desgracia. El sólo dijo: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?

Pocos días después, el animal regresó, trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Este les respondió: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?. A la semana siguiente, su hijo intentó domar uno de aquellos caballos pero cayó y se rompió una pierna. Todos consideraron esto como un hecho de mala suerte. El labrador, volvió a decir: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?.

Una semana más tarde, el ejército reclutó a todos los jóvenes del pueblo, menos a los que tuvieran alguna lesión. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?.

Nada es bueno ni malo, sólo adquiere significado. En nuestro trabajo y en nuestra vida, todo el tiempo somos convocados a decodificar la realidad para darles a otros nuestra percepción.

Somos responsables de nuestra objetividad y también de evitar enmascarar los hechos para transformarlos. Incluso cuando hemos sido partícipes.

Un colérico empresario me confesó un día que aborrecía a los gerentes y colaboradores que coincidían siempre con él y sólo se exponían ante los buenos vientos. En cambio respetaba aún más a quienes se atrevían a contradecirlo.

¿Qué hacer con aquellos que no quieren escuchar? ¿Es necesario transformar lo que suponemos una mala noticia, en un motivo de alegría?

En ocasiones la forma adquiere más relevancia que el contenido. No es lo que decimos, ni lo que pensamos, ni lo que creemos; lo que es percibido sólo adquiere verdadera dimensión en el modo en que lo hacemos.

Por otra parte, quienes nos rodean, concentran su atención de inmediato cuando pueden escuchar atentamente las buenas noticias.

¿Y tú, tienes : ¿Mala suerte?, ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?, cuéntame a [email protected]

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