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PEQUEÑAS ESPECIES

VAMOS DE NUEVO

Qué año tan difícil nos ha tocado vivir, gran cantidad de personas se ha visto afectada durante esta pandemia, tanto en salud como en su economía, siendo más vulnerables los que somos de la tercera edad. Nuestra vieja generación durante las caídas acostumbramos a curarnos los raspones, nos levantamos, le sonreímos a la vida aprendiendo la lección, y ahí vamos de nuevo, jamás nos rendimos.

Ese espíritu de lucha lo traemos muy arraigado, al igual que los valores inculcados por nuestra familia.

El respeto hacia nuestros padres, maestros y personas mayores era sagrado en nuestra juventud, ellos fueron los que nos dieron el ejemplo de siempre seguir adelante y jamás claudicar.

Parece que fue ayer cuando me encontraba en los inicios de mi matrimonio, pagaba tres colegiaturas de mis hijos, Carolina, Alejandra y Paco, 7, 6 y 4 años de edad, aún faltaba por nacer la más pequeña, Sofía. Trabajaba como veterinario de gobierno en Mapimí, Dgo. Contaba con una pequeña farmacia veterinaria y afuera de ella un puesto de tacos de barbacoa, impartía clases de Biología en una secundaria técnica, los fines de semana compraba un novillo o un cerdo y entregaba los pedidos de carne que mi esposa ofrecía durante la semana, también ella colocaba un anuncio en el periódico para que fuera a vacunar y consultar perros y gatos a domicilio, aún así me veía apurado con los gastos, pero nunca "aventé la toalla".

Ella trabajaba como maestra, tuve la fortuna de tener la mejor esposa que un veterinario pudiera desear, con todo respeto para mis estimados colegas: Bonita, cariñosa, comprensiva y muy trabajadora, se hacía cargo de los niños, de la casa y todos los pendientes, recuerdo que por iniciativa de ella, me esperaba en el estacionamiento de la escuela donde impartía clases para llevarme "un taco" y un cambio de ropa, pues llegaba del trabajo con los férreos aromas del ganado. Había hecho la especialidad en bovinos que era la especie que atendía además de caprinos. Conducía diariamente doscientos kilómetros, no dejaba de pensar en el riesgo de la carretera, el tiempo de traslado y no quería envejecer con esa rutina. Fue cuando decidí dedicarme a las pequeñas especies y estudiar la especialidad a pesar de ya pintar canas.

Apareció un cambio substancial en nuestras vidas en todos los aspectos, siendo una de las mejores decisiones que he tomado en mi profesión. Continué impartiendo clases hasta que llegó la jubilación, seguí atendiendo caprinos en el municipio de Matamoros durante años, en ocasiones llevaba a mis hijos pequeñines a realizar las faenas en el ganado, recuerdo que un día de verano lleve a Paco a mis visitas con las cabras, tenía seis años de edad, la temperatura se encontraba a más de cuarenta grados y el sol caía a plomo, sobre el camino desolado de terracería se encontraba tirado un pantalón de mezclilla viejo y tieso por el tiempo, y Paco me preguntó muy triste, ¿Papá ese niño se derritió por el calor?. En una ocasión lleve a mis hijos a una granja porcina, los enormes sementales de más de trescientos kilogramos los observábamos a cuarenta metros de distancia y Alejandra que tenía cinco años de edad, me preguntó que si podía cargar a uno de esos marranitos, llegando a casa muy contenta, platicaba a su mamá que había visto unos cerditos de color azul y morado.

Y fue hasta que ingresó al colegio nos dijo la maestra que Alejandra necesitaba anteojos, había heredado la miopía y el astigmatismo de su madre, ya con sus lentes, nos decía lo bonito que se veía las hojas de los árboles y lo hermoso que se veía todas las cosas, lecciones de la vida que nunca olvidaré. Sofía la más pequeña desde un principio supe que estudiaría mi profesión, quería estar presente en las cirugías de sus mascotas cuando tenía cinco años, deseaba estar segura que todo saliera bien, le explicaba que "Blanca nieves" como nosotros algún día iba a morir, solo me contestaba muy triste, ¿Aunque nos portemos bien?. Al decidir ella que iba a estudiar veterinaria, fue tanto su entusiasmo que contagió a su hermana Carolina doce años mayor, para que también ingresara a la universidad, volviendo a luchar y levantarse después de diez años de haber dejado los estudios. Ahora en el ocaso de nuestras vidas, vemos la recompensa mi esposa y yo, con los frutos de los hijos de nuestros hijos.

Después de haber tenido dos cunas en nuestra recámara, lavar a diario docenas de pañales de tela de algodón por haber sido alérgicos al pañal desechable, ser el único padre que salía de la guardería con tres pequeñitos en brazos, cuidarlos cuando padecieron todos de varicela incluyendo a mí esposa. Me sentía el padre más feliz al ver su sonrisa estrenando zapatos, al abrir sus regalos en navidad, el "Guau" que expresaron cuando vieron por primera vez el mar en Mazatlán.

Pero más feliz me sentí cuando se graduaron, siendo el padre más orgulloso y satisfecho, su profesión es la mejor herencia que los padres pueden legar a sus hijos. No ha sido fácil el camino, pero es cuando más lo disfrutamos al llegar a la meta. Y mientras Dios nos ilumine con salud y trabajo, seguiremos luchando y continuaremos levantándonos diciendo, "Vamos de nuevo".

Y si me llaman a cuentas, me iré satisfecho con una sonrisa, y si escucho ladridos de mis pacientes agitando sus colas de gusto, habré cumplido, sabiendo que estoy en el cielo.

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