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Aprender a volar

Claudio Penso

Un hombre recibió como obsequio dos halcones. Los entregó a un experto en cetrería para entrenarlos.

Luego de unos días, lo visitó para evaluar los progresos. Uno de los halcones no aprendía y permanecía inmóvil en una rama, indiferente a las consignas y estímulos del entrenador.

Vinieron otros especialistas pero nadie pudo hacer volar al ave.

Publicó un aviso para encontrar una persona que lograra enseñarle al pájaro.

Se acercó un campesino de aspecto muy pobre y pocas palabras. Decidió darle una oportunidad y una semana.

Al cumplirse el plazo pudo ver el vuelo majestuoso del halcón.

El campesino le contó que su método consistió en observar la apatía del halcón durante los primeros días. Concluyó que era el miedo lo que lo mantenía paralizado y no la indiferencia.

Entonces, el secreto consistió en cortar la rama para que el ave se diera cuenta que tenía alas.

Muchas personas parecen apáticas pero sólo están aferradas a hábitos, conductas o situaciones que los mantienen cautivos y paralizados. Cuando toman conciencia que tienen sus propias alas, alcanzan su verdadero potencial.

Probablemente la mirada cargada de prejuicios los etiqueta como seres apáticos. La apatía se define como falta de emoción, motivación o entusiasmo. Es un término psicológico para un estado de indiferencia, en el que un individuo no responde a aspectos de la vida emocional, social o física.

Como al halcón posado sobre la rama, antes de colocar un cartel que acentúe la parálisis, podemos preguntarnos ¿qué lo mantiene paralizado?

Algunas personas tienen en su mente mandatos desestabilizadores acerca de su propio destino. Otras, cargan con figuras omnipresentes.

Recuerdo un caso de una empresa en la que trabajaban el padre y su hijo. El padre estableció con él una competencia feroz. El hijo no podía emprender la lucha frontalmente. La disputa se daba enmascarada en cada decisión, acción, proceso o idea. El padre concentró toda la iniciativa y el poder. El hijo asistía diariamente al padecimiento de su propia desvalorización. Hasta que un día, a punto de explotar, el hijo pudo decirle a su padre algunas cosas que tenía guardadas. ¿Cómo logró llevar a cabo este vuelo? Sentado de espaldas. Para hablarle a su padre, necesitaba guarecerse del efecto devastador de su mirada.

La mayoría de las personas necesita ayuda, un leve empujón, para desafiar sus puntos ciegos. Estos verdaderos depredadores de la confianza nos mantienen sobre las ramas de un árbol, a la espera de que la angustia, el miedo o tantos sentimientos paralizantes se disipen.

En ocasiones, el tiempo contribuye. Otras sólo acentúa el miedo escénico de actuar.

Algunas veces es necesario aprender a cortar estas ramas para precipitar el momento del salto.

Todos podemos volar. Ese es el desafío de nuestro aprendizaje.

Te invitamos a inscribirte en nuestra pagina www.vibremospositivo.com para darte más información de nuestro movimiento y en Instagram por jorge_lpz, vibremos_positivo2020 @pamela.marti y @claudiopenso

¿Vuelas alto?, cuéntame a [email protected]

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