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Saúl Rosales, el perfil de un militante literario

Con el tiempo, se fue construyendo un futuro y convirtió su precaria educación en una sólida carrera literaria que ha dejado huella en varias generaciones de plumas

La trayectoria literaria del maestro Saúl Rosales Carrillo ha dejado huella en la formación de distintas generaciones de escritores laguneros. (EL SIGLO DE TORREÓN)

La trayectoria literaria del maestro Saúl Rosales Carrillo ha dejado huella en la formación de distintas generaciones de escritores laguneros. (EL SIGLO DE TORREÓN)

DANIELA CERVANTES

Saúl Rosales es un hombre labrado en letras, de sangre militante y de humildad eterna. El maestro, el escritor, el gestor, el impulsor. El humano. Un entusiasta literario que encontró el sentido de su existencia entre hojas cinceladas con palabras de otros, y que luego, voluntariamente, se sometió al apasionante calvario de las hojas en blanco.

En Torreón brotó la semilla de la que emergió el genio de este escritor que encendió la llama cultural en la región y que militó en las aulas de diferentes universidades esparciendo su ideología literaria, misma con la que contagió a varias almas juveniles inquietas por las bondades de la palabra escrita.

Fue la colonia Francisco Villa, gestada en las faldas del río Nazas, la que registró las primeras andadas literarias de Rosales, un niño salvado por los libros, seres impresos que le invitaron a migrar de su maltratado lecho para leer con otros ojos al mundo.

Son las 11 de la mañana y el hombre abre la puerta de la casa marcada con el número 517. Con camisa de corte vaquero, pantalón de mezclilla y botas, el escritor lagunero Saúl Rosales, armado con cubrebocas, da acceso a su atmósfera literaria, esa a la que le inyecta silencio luego de apagar la televisión en la que observaba el noticiero antes de que la curiosa arribara.

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Sabe que la plática será larga y el autor decide sentarse en un sillón custodiado por fotografías que reviven momentos de cuando sus dos hijos, Nadia e Igor, eran pequeños. El mismo Rosales enciende la charla. La grabadora se activa en REC: el maestro narra que para terminar él habitando esa vivienda, su familia aterrizó en el terreno como los llamados "paracaidistas", aferrados a esa tierra. Recuerda que cuando era pequeño acompañaba a su madre para anclarse en ese suelo arenoso, al que después se mudaron improvisando una vivienda construida a base de cartón y otros materiales que se iban encontrando en los alrededores de la zona.

"Vivíamos aquí pero esto era un cuarto como de cartolandia. Mi mamá, cuando andábamos en la calle, nos pedía que levantáramos una lámina, una tabla, un clavo para llevarlo a la casa, Vivíamos en una casa de ese tipo, en una choza de cartón, de lámina y tablas".

De su familia nuclear, relata que dos hermanos murieron cuando eran niños. Al final, fueron dos mujeres mayores que él y tres hermanos varones. "Digamos que la familia que vivimos conjuntamente fueron mis papás, mis dos hermanas, Sergio, César, Ismael y yo. Ocho en total".

DESCUBRIMIENTO DE LA LITERATURA

En esa lacerante realidad, al pequeño Saúl se le asomó la literatura como un oasis en medio del desierto y el compendio América es mi patria lo invitó a imaginar ser Martín Voi, el protagonista adolescente que por accidente realiza un viaje por todo el continente a bordo de un barco. "Literalmente descubrí el mundo a través de ese libro. Por eso me encariñé mucho con él".

Luego, fueron los versos del poeta cubano José Martí con los que Rosales sentenció su gusto literario, mismo que inició a alimentar con letras de los libros condensados que encontraba al final de las revistas Selecciones a las que tenía acceso cada que visitaba la casa de "un tío rico", que paradójicamente vivía a unas cuadras de la suya.

El sendero académico de Saúl fue breve. Al salir de la primaria la situación familiar le exigió buscar un empleo. Lo encontró en la Imprenta Lazalde, en la que recuerda, comenzó como barrendero y mandadero. "Ahí aprendí a manejar el linotipo. Eso me permitió ascender como obrero y entonces fue una manera de estar en contacto con letras, aunque fuera de una manera muy elemental. Me acuerdo que se imprimía una revista de cine que salía cada quincena que traía textos interesantes de los intelectuales de ese tiempo. Entonces de esa manera seguí en contacto con los libros, además ya tenía dinero para comprarme mi suscripción de (la revista) Selecciones. Así se me fue abriendo el apetito de conocer más libros y (por ende) al mundo".

VOLAR DEL TERRUÑO

Insatisfecho de la vida que tenía en Torreón y alcanzados los 18 años de edad, Saúl Rosales empacó sus ilusiones y se encarriló a Ciudad de México, donde ingresó a una escuela militar de mecánica de aviación, institución que pedía como único requisito haber terminado la primaria, algo que se le acomodaba al lagunero, que con pesar, acepta que todavía le avergüenza relatar que su situación precaria le minó su formación académica.

"Todavía me da vergüenza conversar que no hice más que la primaria. Entonces la posibilidad fue la escuela militar, porque el único requisito escolar que imponía era tener la primaria. Hacían exámenes físicos y también intelectuales, pero lo que importaba no era el nivel de estudios, con primaria entraba uno. Por eso me metí ahí".

Enclavado en el sillón que descansa en la entrada de su casa, el escritor relata que gracias a los conocimientos que adquirió en esa institución, lo emplearon, en 1960, en el hangar presidencial. Por dos años, Rosales fue parte de la flotilla de trabajadores que se encargaba del mantenimiento de los vehículos aéreos oficiales.

Gustavo Díaz Ordaz era el dirigente de México en la época en la que el lagunero se desempeñó como mecánico de aviación de la presidencia. "En el hangar presidencial me destinaron al área de baterías. En ese tiempo eran tres (aviones), dos DC3 y un F27. Querían que cada quien se especializara en algo".

El hombre de cabello encanecido recuerda que con en ese trabajo empezó a percibir un buen sueldo. Aprovechó el momento y junto con dinero, comenzó a enviar dibujos a su madre Epigmenia para que se guiara en la construcción de una casa digna en el terreno del que se habían apropiado en la Francisco Villa. El escritor lagunero era el dueño del trazo de esos espacios, que influenciado por la arquitectura de la capital, se empeñó en que en la vivienda se asentaran grandes ventanales. Y justo es por uno de esos huecos cristalizados que la luz natural se filtra al espacio donde su genio habita y en que él comparte sus memorias.

"Yo le hacía los dibujos, entonces ella con 'maistros' comenzó a construir la casa. Conseguía albañiles, electricistas, plomeros, todo. Y yo le mandaba el dinero".

Casas vemos y trabajo de construcción que hay detrás no sabemos. Porque quién podría imaginar que con dinero ganado por su desempeño como mecánico aviador y guiando a su madre por medio de dibujos, fue que se edificó la casa que aloja ahora a este escritor lagunero que vive entre columnas de libros y con su espíritu literario encendido.

La metáfora es natural: pues como aquella casa frágil de cartón y láminas, Saúl Rosales también, con el tiempo, se fue construyendo un futuro y convirtió su precaria educación en una sólida carrera literaria.

LA ENTRADA A LAS AULAS

Ciudad de México representó un alumbramiento para Saúl, que luego de abandonar el oficio de mecánico aviador y con sed de conocimiento intelectual, poco a poco fue adiestrando una vida y carrera en torno a las letras. En la capital, el lagunero accedió a una cultura que difícilmente hubiera podido encontrar en su terruño. Conoció de teatro, literatura y del arte en general. Naturalmente comenzó a unirse a grupos de intelectuales, que aparte de tener una pasión por el conocimiento, también contaban con un espíritu militante de izquierda que los empujó a ser parte de varios movimientos sociales. Entre ellos el del 68.

Fueron poco más de 20 años los que Rosales navegó por las arterias de Ciudad de México, en las que dejó correr su sangre ya como un militante literario en potencia.

Era 1982 cuando Saúl, llamado por un accidente que sufrió su madre, regresó a Torreón. A sus 42 años, el lagunero pensó que en su tierra encontraría un abanico de empleos en los que podría explotar todo lo aprendido en la capital pero se topó con un escenario carente.

A los dos meses de haberse instalado, recuerda, lo único que pudo conseguir fue un puesto de corrector de estilo en un periódico local en el que ganaba un salario mínimo. Con ello, Rosales libraba la manutención de él y la de sus padres, pues solo quedaban ellos tres en la casa en la que ahora el escritor desteje sus recuerdos.

"Para ese tiempo aquí en la casa ya nada más quedaban mis papás, entonces alcanzaba para los tres. ¡Claro! con todas las restricciones del salario mínimo. Lo bueno es que no pagábamos renta, siempre nos alcanzaba. Después fui encontrando otros trabajos en universidades".

Fue la que entonces era el ISCyTAC (ahora Universidad La Salle Laguna), la primera institución en la región que le abrió las puertas a Saúl Rosales y en la que este accedió a un universo de conocimiento que él mismo no pudo descubrir sentado en un pupitre, pero que sí vivió desde otra perspectiva del aula.

"Me ofrecieron clases de lingüística y luego me dieron de literatura hispanoamericana, literatura mexicana y también periodismo, porque para esto yo ya había pasado mucho por el periodismo. Empecé de reportero en el periódico El Día en México y luego fui colaborador en El Universal, también en las páginas editoriales de El Sol de México, de las páginas editoriales de Ovaciones".

Por otro lado, en la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) coordinó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), casa de estudio en la que también fue profesor por 20 años, asimismo se desempeñó como jefe de difusión cultural durante cinco años.

Justamente sobre su sillón descansa una placa que en días previos le entregó la institución coahuilense como reconocimiento a su carrera en las letras y en la educación. Rosales aún no está seguro donde habrá de colgarla, pero manifiesta alegría por haberla recibido.

"La universidad es de los inventos de la humanidad más grandiosos. Porque en ella se reúnen lo más alto de la inteligencia, de la sensibilidad y es el espacio más propicio para la libertad. Es campo para la libertad, para la inteligencia y para la creatividad. Recibir un reconocimiento de una institución así es sumamente satisfactorio".

El sendero de las palabras no fue el único en el que Saúl Rosales aró, también la vereda educativa y la gestión cultural se convirtieron en bastiones esenciales para su anatomía literaria.

UN NIDO PARA AVES LITERARIAS

Un periódico local fue la vía para que las letras de Rosales encontraran eco en algunos inquietos por las letras que lo buscaron para que les instruyera más sobre los autores que citaba en sus textos. Algunos de ellos eran sus alumnos. Nombres como Gilberto Prado, Héctor Matuk, Jaime Muñoz y Enrique Lomas fueron algunos de los que provocaron la creación del grupo literario Botella al mar, una acción que fue un parteaguas en la región en el ámbito cultural y que ejercitó el músculo de la literatura lagunera.

Jaime Muñoz opina que Saúl Rosales pasó de ser un escritor y periodista cultural a un símbolo de magisterio literario en La Laguna. "Muchos de los que recibimos consejos de él, recomendaciones de libros y oportunidades para publicar lo consideramos (contra su voluntad, pues es un hombre extremadamente sobrio y modesto) una especie de modelo. Con su trabajo escrito, con su trabajo editorial y con su trabajo docente, él afianzó para muchos la decisión de abrazar en serio el trabajo literario. Los numerosos discípulos de Saúl somos la evidencia tangible de que su vida es como un árbol: silenciosamente, sin aspavientos, ha dado abundantes frutos".

Luego de liderar por un tiempo Botella al mar, a Rosales le ofrecieron encabezar el taller literario del Teatro Isauro Martínez (TIM), nicho en el que también hubo una importante práctica de formación en el que saltaron plumas como la de Vicente Alfonso, hoy uno de los autores mexicanos contemporáneos más reconocidos que se asume como un pupilo literario de Saúl, hombre que, expresa, provocó un desarrollo cultural importante en la región.

"En la década de los ochenta se apostaba poco por la profesionalización de la literatura. Salvo contados casos como los de Felipe Garrido y Fernando Martínez, quienes también promovían talleres y ediciones, se pensaba que la literatura era un pasatiempo. Saúl instituyó el taller literario Botella al mar, que fue un ejemplo para mi generación. Tengo todos sus libros, leídos y releídos. Además de su obra que es vasta y profunda, defendió espacios como la revista Estepa del Nazas, donde muchos publicamos por primera vez cuentos y reseñas. No sólo eso: fue un estupendo editor en la colección MM, de la que conservo muchos títulos".

En su caso, aunque Vicente leía mucho desde que era niño, Saúl fue el primer escritor con quien tuvo contacto directo. Antes, comparte, no se le había ocurrido pensar que la literatura era un oficio del que se podía vivir, pero él, Rosales, le hizo ver que esa posibilidad era real, concreta.

"Sus clases en la Facultad de Ciencias Políticas de la UAdeC y en el Taller del TIM fueron pasos decisivos para buscar más tarde nuevos horizontes. Gracias a plumas como Saúl, Gilberto Prado y Jaime Muñoz, muchos supimos que en la Comarca podíamos ganar premios y dialogar sin complejos con colegas de otras latitudes. Hoy me dedico a la literatura de tiempo completo y aunque hace muchos años que no vivo en La Laguna, con frecuencia me descubro tecleando con la sensación de que el próximo sábado me toca leer en su taller del TIM".

Otras de las voces que rescata el trabajo de Rosales en la región es la de escritora Arcelia Ayup, que manifiesta que "hay un parteaguas en la narrativa lagunera con la incursión en las letras del maestro Saúl Rosales. Más que un docente, es un enamorado de las letras que ha logrado que sus alumnos también conquisten las palabras. Saúl Rosales de manera generosa ha aportado sus conocimientos y entusiasmo a gran cantidad de personas bendecidas con su magisterio, ya sea en el ISCyTAC, en la UAdeC o en la Ibero. El maestro es pieza fundamental para que gran cantidad de laguneros irrumpieran en el tejido de la palabra escrita".

Arcelia comparte que Saúl fue el primer autor a quien le aprendió que se escribe más con la goma que con el lápiz. "Su poesía, sus cuentos y ensayos fueron piezas claves para determinar que me quería dedicar a este oficio, desde que fue mi maestro en el extinto ISCyTAC. Me alentó mucho en su momento que publicara un poema mío en un suplemento cultural que él coordinaba. Su apoyo es incondicional y es una fortuna que seres como él abonen a nuestra literatura".

EL ESCRITOR HUMANIZADO

El tiempo avanzó, tomó su rumbo y Rosales dejó, sin querer, su huella tanto en las aulas como en las plumas de escritores que escucharon su consejo.

Ahora, jubilado y asumiendo sus 80 años, él mismo comparte a través de su poema "Calzado de optimismo" cuál es su sentir diario: "Cuando me calzo la edad cada mañana/ sentado al filo del escaso calor/ que el invierno no ha abatido/ del reposo breve y del insomnio que estrangula/ empeñado en hendir el laberinto/ de la memoria y el recuerdo/ me encuentro con el joven que ya no juega básquet/ ni puede nadar incontables vueltas en la alberca/ y menos hacer explotar la alegría del militante/ que marchó contra la guerra/ pintó bardas exigiendo democracia y alimentos/ organizó comités, células y masas".

Al calzarse la edad cada mañana, el escritor expresa en verso, que ya solo le sienta bien la ilusión envejecida y la dosis perfecta de aspirina.

Pero ¿qué hace sonreír a Rosales? "Ahora poquísimas cosas, por ejemplo la pregunta que me hiciste. Vivo en esta dualidad de la satisfacción de no tener obligaciones pero también experimento la pesadumbre de la edad. Realmente es pesado lidiar de viejo".

No obstante, hay una figura femenina que le enciende los días. Es la palabra de Sor Juana Inés de la Cruz, un motivo, aparte del marxismo, para mantenerse erguido.

Y es que esta autora propone estrofas como: "Yo no estimo tesoros ni riquezas;/ y así, siempre me causa más contento/, poner riqueza en mi pensamiento/ que no mi pensamiento en las riquezas". Filosofía adoptada por el mismo Rosales, que lejos de banalidades, desgasta parte de sus tardes alimentando su intelecto repasando, repensando y escribiendo sobre la obra de Sor Juana, pluma femenina a la que, hasta la fecha, le ha dedicado tres compendios: Sor Juana, La Americana Fénix, Dichos de Sor Juana y Sor Juana en un vitral.

Oportuno, un libro de la autora novohispana se posa sobre una pequeña mesa blanca que se ubica frente a él, a este se aproxima para dedicarle una delicada caricia y pronunciar "a Sor Juana la tengo muy cerca siempre".

Pero...fuera de la figura femenina literaria de Sor Juana Inés de la Cruz, y ahora de la Malinche (que comienza a estudiar), en la casa de Saúl no hay mujer. Le falta. Como en el poema "Entresuelo" de Jaime Sabines, su corazón desde hace días quiere hincarse bajo alguna caricia, una palabra.

"Extraño a una mujer... a una mujer cotidiana. Me gustaría conocer una a la que yo saliera a ver algún día o que ella viniera. Me gustaría la convivencia con una mujer pero ya en el plano amoroso que se puede tener a estar edad. Lo extraño y me amarga ciertos momentos, pero, son momentos. Son ratos, porque pienso que la vida en soledad es una vida óptima".

Lo cierto es que Rosales sí conoció el amor, dos veces se casó en México, una con una novia que se lo solicitó solo para poder salirse de su casa, y otra con una mujer llamada Lucero, "con ella sí me casé con amor". El destino lo separó de esa mujer de nombre de astro y finalmente contrajo nupcias con la que ahora es la mamá de sus hijos. De la que tiempo después se divorció.

Ahora, confiesa, la única presencia femenina que lo nutre a sus 80 años, son los videos de las sopranos Anna Netrebko, Aída Garifullina y Patricia Janeckova.

Ya en una tarde desgastada el escritor se asume tranquilo y sereno. Sabe que la literatura le ha redituado más de lo que él hubiera esperado. No se da cuenta, pero sonríe.

Y aunque ahora tiene que respetar una rutina de ejercicio diario, una estricta alimentación dictada por una 'nazi' nutrióloga y la ingesta de varios medicamentos , este escritor lagunero repasa sus días entre profundas lecturas, la escucha de música clásica y sin reparo, deja correr su sangre como una tinta inagotable sobre las hojas de los libros que aún teclea.

El escritor relató los inicios de su amor por literatura y detalles de su vida. (EL SIGLO DE TORREÓN)
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Escrito en: Saúl Rosales

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