La sequía se ha prolongado mucho. Tal es la especialidad de las sequías: prolongarse.
Yo rezongo al ver el campo ardido y el cielo sin promesas. Don Abundio me vuelve a la razón:
-Licenciado: lo hace quien puede.
El mismo que ha quitado, me dice, no tardará en dar.
Yo no tengo la paciencia del viejo, ni su sabiduría.
Carezco igualmente de su esperanza y de su fe. Así como ha visto otros vientos y otras tempestades, él ha visto también otras sequías, y sabe bien que pasarán.
Vendrán las lluvias -siempre vienen- y olvidaremos los días de secano. Rezongar, por lo tanto, es cosa inútil. Aun los mayores rezongos no traen una gota de lluvia.
Salimos al camino. El aire que baja de la sierra se revuelve en espirales de polvo. Todo a nuestro alrededor es color ocre, el color de la sequía.
Don Abundio ya no habla.
Yo no rezongo ya.
A lo lejos ha aparecido una pequeña nube.
¡Hasta mañana!...