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Entre el terror literario y el COVID-19

Además de la medicina, otra de las aficiones del doctor Aguirre es la escritura, donde teclea mundos de terror y suspenso

En sus historias, Aguirre construye sus personajes a partir de una perturbación, ya sea física, emocional o psicológica.

En sus historias, Aguirre construye sus personajes a partir de una perturbación, ya sea física, emocional o psicológica.

SAÚL RODRÍGUEZ

El médico José Luis Aguirre se encuentra en una cafetería frente a la Plaza Mayor de Torreón, viste uniforme quirúrgico y bebe del espejo oscuro de un café americano. Esta mañana también lo acompaña una tos recurrente que trata de contener con su cubrebocas. La expectoración es un mal recuerdo que el COVID-19 dejó en su organismo.

Aguirre labora en el área de medicina del trabajo de la Clínica número 66 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Ahí se encarga de revisar riesgos y enfermedades laborales, además de otorgar incapacidades a los pacientes.

Pero además de la medicina, la escritura es otra de sus aficiones. Ante una pantalla, en sus ratos libres teclea mundos de terror y suspenso, donde los fantasmas, los monstruos y esa parte oscura del alma humana abordan al lector entre oraciones. Aguirre es autor de 13 cuentos y Lulú, obra narrativa publicada en 2019.

Con influencias literarias como Edgar Allan Poe, el médico está acostumbrado a los relatos terroríficos, a esos finales infelices donde los héroes sucumben en la oscuridad, pero la narrativa surrealista de esta pandemia lo ha sobrepasado.

Tras sorber su café, los síntomas comienzan a desfilar en su relato. De manera mnésica se transporta hasta el Día del Padre, donde en esa mañana de domingo decidió no tomarle importancia a un dolor de cabeza.

José Luis está acostumbrado a sufrir malestares, trabaja en un hospital y la convivencia con algunos virus se ha tornado rutinaria. Por eso tampoco le resultaron extraños los escalofríos que experimentó durante esa noche.

Así, trató de comenzar su semana y el lunes 22 de junio se presentó a trabajar en la clínica hasta que durante el martes fue abordado por un intenso dolor articular. Entonces nada evitó que las alarmas de un posible contagio emitieran estridencias en sus sienes.

"El dolor empezó en el hombro del lado derecho y luego se extendió al tórax. Fue un dolor muy fuerte que me impedía incluso moverme: al moverme en la cama me dolía demasiado, al respirar profundo era un dolor bastante intenso; total que ni dormí".

Los síntomas se intensificaron en la mañana del miércoles. Aguirre acudió a la clínica pero sintió que su capacidad respiratoria se averiaba, entonces, sofocado, decidió avisarle a su coordinadora y realizarse la prueba de COVID-19.

De inmediato fue trasladado al área especializada, ubicada en la parte trasera de la clínica. Le realizaron una revisión física que incluyó la toma de signos y temperatura. El primer diagnóstico divisó espasmos en sus bronquios. La incapacidad era inminente, debía esperar sus resultados, como esos personajes que se saben condenados a una tragedia y solo aguardan el hachazo del desenlace.

MIEDO SE APODERO DE ÉL

En sus historias, Aguirre construye sus personajes a partir de una perturbación, ya sea física, emocional o psicológica, un factor que desprenda al sujeto de la normalidad. Por un momento, el médico se aproximó a sus creaciones, pues el miedo se apoderó de él cuando un mensaje vía telefónica le confirmó el padecimiento.

"Cuando te dan el resultado lo primero que sientes es miedo. Yo creo que toda la gente que ha pasado por esto, lo primero o lo que sienten después de sus síntomas físicos, es mucho miedo: mucho miedo porque has visto en televisión, has visto en redes sociales lo que puede llegar a suceder si te infectas de COVID-19, puedes incluso perder la vida".

Si bien la sensación de miedo aborda la introducción de la narración, a los siguientes capítulos se unen la preocupación y la notificación hacia las personas con las que Aguirre tuvo contacto, esto incluye familia y compañeros del hospital. El miedo que se vive en carne propia es muy distinto a aquel que emerge de la imaginación para contar un relato.

"Sabes que lo que escribes es mera ficción, sabes que lo estás forjando, lo estás inventando en tu cabeza. Y esto es real, es algo que se puede palpar, que se puede sentir. Este no es un miedo inventado, provocado. Esto es un miedo real, un miedo tangible".

Al igual que un inocente condenado al encierro, el médico tuvo que aislarse en casa y abstenerse de tener contacto con otras personas. Su claustro fue su propia habitación, allí recibía sus alimentos en la puerta, sin poder ver a sus hijos ni a su mujer. Su estado físico y emocional le impidió crear esos relatos de terror que tanto le fascinan; no era necesario, Aguirre sabía que ya vivía en uno.

Con la televisión y la lectura como único entretenimiento, José Luis cambiaba el canal de su aparato, como aquel que desea terminar un capítulo mal escrito. Al mismo tiempo se entregaba a la sentencia de un oxímetro, con el cual supervisaba el comportamiento de sus pulmones, pues una de las principales complicaciones del padecimiento es precisamente la falta de oxígeno; el médico sabía que la narrativa se pondría peor si el artefacto marcaba abajo de noventa.

"Cuando baja de noventa es una hipoxia, quiere decir que tu cuerpo no está recibiendo suficiente oxígeno del medio ambiente. Cuando tienes una hipoxia es necesario colocar oxígeno suplementario, en este caso te tienes que hospitalizar. En mi caso no fue así. La oxigenación nunca bajó de noventa".

El único contacto que tuvo con el exterior fue la visión que le otorgaba una ventana, por la cual observaba a la gente que continuaba con su rutina. Aquel encuadre le mostraba una escena lejana a su realidad, parecía que afuera no pasaba nada, que ni un virus amenazante rondaba en el aire.

"La mayoría de las personas así le hacemos, vivimos nuestra cotidianidad sin saber que al otro lado de una ventana de una casa pueda estar una persona pasando por dificultades, una persona muriendo, una persona pasándola mal por una pandemia que pudo haber sido contenida o controlada desde un inicio".

Fueron momentos difíciles, pero el médico se hizo acompañar de lecturas. En su convalecencia, los capítulos de La casa infernal de Richard Matheson le construyeron un refugio, no para escapar de la realidad, sino para afrontarla. En el relato de Matheson, los personajes principales tienen que encerrarse en una casa embrujada para resolver un misterio.

"Fue coincidencia que estas personas se hayan tenido que recluir en una casa, que hayan tenido que pasar por una serie de desgracias y que al final de cuentas, la casa misma haya triunfado porque terminó con la vida de dos de ellos. Transpolándolo con lo que es el virus, de igual manera es un aislamiento obligatorio, una lucha contra un ser que ellos no pueden ver".

UN FANTASMA QUE SE PUEDE COMBATIR

Para Aguirre, el virus SARS-CoV-2 también es un ente invisible carente de forma física, un fantasma que ataca, que produce miedo, que si bien se puede combatir de diferentes maneras y con distintas armas, se desconoce si las estrategias médicas puedan abatirlo. Ante esta incertidumbre, bajar los brazos tampoco es opción, hasta en las peores historias los protagonistas luchan por llegar a la última instancia y Aguirre aporta su grano de arena al combate contra la epidemia cada mañana que se reporta a laborar en el nosocomio.

SOBRE LOS CONTAGIOS

Aguirre adjudica la actual problemática a la educación de las personas que no han sido capaces de abstenerse de las fiestas y reuniones innecesarias, así como el correcto uso del cubrebocas y otras medidas recomendadas.

"Como médico sientes impotencia, luego sientes coraje y al último das paso a una etapa de resignación y aceptación. Sabes que la gente no lo va a entender por más que se lo digas. Aún hay mucha gente que sigue sin creer en el virus, salte un día aquí al centro y lo verás con tus propios ojos".

El médico guarda silencio un momento, busca una palabra en su diccionario mental, una definición que sea fiel a su sentir ante la problemática. Se cuestiona, hurga, encuentra: "Impotencia, esa es la palabra. Sientes impotencia".

Tras 14 días en cama, José Luis Aguirre se realizó de nuevo la prueba, esta vez salió negativo. Desde entonces continúa en su trinchera dentro de la Clínica 66 del IMSS, con el riesgo de volver a contagiarse, pero con la convicción de que el mundo necesita de su labor.

"El trabajo para mí es una terapia, disfruto mucho lo que hago en el hospital. Me sentí contento de estar bien. A pesar de que todavía me sentía muy cansado y adolorido, incluso muchos pacientes me lo comentaron".

Afirma que la cotidianidad en el hospital ha cambiado: se desalojaron a los vendedores ambulantes, las consultas bajaron y se da prioridad a urgencias. El vestuario de sus compañeros también ha evolucionado, ahora los trajes, los cubrebocas y las caretas son imprescindibles.

Además de su imaginación, José Luis sigue acompañado de aquel dolor articular que lo diagnosticó. Si bien la sensación ha disminuido, continúa allí, dentro de él, como un intruso que se rehúsa a ser olvidado.

"Es un dolor opresivo que te impide moverte, que te impide respirar, que te impide levantarte de la cama, como si algo muy pesado te estuviera pisando, te estuviera comprimiendo el tórax".

Aunque en la carrera de medicina se estudian las distintas pandemias que han azotado a la humanidad, Aguirre jamás se imaginó vivir una en carne propia, ni como personal de salud ni como ciudadano. Ante el momento actual y el comportamiento de la sociedad, el médico lo tiene claro: la pandemia no se va a controlar hasta que exista una vacuna.

Después de la entrevista, el médico se dirige a una librería de viejo ubicada en la calle Falcón. Adentro, revisa los volúmenes, toma un libro de Stephen King y lo esconde entre los estantes para que después pueda ser encontrado por un amigo. Luego, sale del local con el ejemplar de Salem's Lot, escrito por el mismo autor estadounidense; la lectura de la vida debe continuar.

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