Columnas la Laguna

IBERO TRANSFORMA

CABO DE AÑO

LAURA ELENA PARRA
Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor que es hambre de vida es anhelo de muerte. — OCTAVIO PAZ 

Hace unos meses, una conocida que vive en Puebla comentó por Facebook que iba a celebrar el “cabo de año” para su papá; la expresión llamó mi atención y le pregunté a mi mejor amiga, que es poblana, si ella sabía qué era eso y me dijo que es una celebración que se hace el día en que se cumple un año de la muerte de una persona. El Diccionario de la lengua española define la expresión cabo de año, como “aniversario, oficio o misa en sufragio de un difunto”.

El cabo de año se realiza en algunos estados de nuestro país. En las comunidades otomíes se caracteriza por el levantamiento de la cruz de cal y la procesión familiar que se hace de la casa hasta el cementerio y que dirige el “rosariero”.

La calidad de la ceremonia, el número de invitados, la variedad de la comida y la bebida, así como la música elegida, dependerán de la situación económica de los deudos. Si la familia tiene recursos, podrá contratar hasta tres rosarieros; si es pobre, sólo contará con una persona que rece el rosario. El actor principal de la ceremonia es el rosariero que debe ser alguien de la comunidad que entiende al pueblo y sus costumbres, además de ser experto en el Santo rosario.

El arreglo de la tumba lo hace el “rosariero tumbero” y también se encarga de “bajar la tumba” (una especie de altar que se hace en la habitación donde se realiza el ritual). Colocan una mesa y la cubren con mantas negras que van desde el techo hasta el suelo. El rosariero prepara un juego de dibujos en papel blanco con imágenes de calaveras, murciélagos, pájaros de mal agüero que anuncian la muerte y animales rastreros que recogen los restos mortales; también colocan, en lo alto, en representación del universo, dibujos del sol, la luna y las estrellas. Encima de la mesa ponen la comida, bebida y objetos que eran del gusto del difunto. Adornan con flores blancas y velas.

Los deudos esperan a la “compaña” (personas que acompañaron y apoyaron a los parientes durante el fallecimiento de su familiar) vestidos de negro. Cuando llegan, alrededor de las siete de la tarde, inicia el rosario; si hay varios rosarieros se turnan y rezan por horas, hasta el amanecer.

Al terminar el rosario, ya de mañana, se baja la tumba. Primero apagan las luces de las velas, luego cambian las mantas negras por otras de color rojo y adornan con flores de colores. En ese momento, la familia se quita el luto y se viste con ropa colorida. A partir de ahí inicia el baile que dura todo el día.

El objetivo principal de la celebración es rendir homenaje al difunto y agradecer el apoyo recibido por parte de la compaña. A esta ceremonia también se le conoce como “botada de duelo” y sirve para mostrar que durante todo un año se vivió en riguroso duelo y que a partir de ese momento iniciará la vida normal.

En síntesis, además de la carga emocional, este ritual tiene símbolos y significados que ayudan a cerrar ciclos, a despedir y a aceptar que nada es para siempre. Es necesario asumir que las pérdidas son inherentes a la vida y que nuestras personas amadas algún día morirán y tendremos que seguir adelante, ojalá con menos dolor y más agradecimiento.

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Escrito en: Ibero Transforma

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