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EL HOMBRE AL CENTRO DE LA ECONOMÍA

ARTURO MACÍAS PEDROZA

La crisis económica que amenaza con empeorar a niveles imprevisibles, ya estaba haciendo estragos aún antes de la pandemia. Centrada en el lucro y no en la persona, la economía necesita repensarse desde una decisión fundamental clara basada en la dignidad y trascendencia del ser humano.

Al estar comprometidos con los valores de la vida, la verdad, la justicia, se adquiere una verdadera libertad respecto a la economía y se percibe con dolor cuán fácilmente el éxito económico tiene que ver con la riqueza injusta, con estructuras injustas y con relaciones indignas del hombre.

Obviamente no podemos ni debemos satanizar la vida económica. Sin embargo, es cierto que una aspiración personal e injusta a la posesión, se funde demasiado fácilmente con el espíritu malsano de un ambiente en el que el éxito económico, la riqueza y el placer ocupan el primer lugar.

La vida económica moderna es, por una parte, una realización grandiosa gracias a la cual nuestro planeta puede sustentar ahora a mas de siete mil millones de individuos, pero sólo una pequeña parte dispone de bienes económicos abundantes o sobreabundantes, alejándose mucho de un reparto justo de los bienes de la tierra. Centenares de millones de hombres viven en las condiciones de miseria en las mismas puertas de los ricos. Ante la miseria causada por la II Guerra mundial y llegada de la industrialización moderna, la vida económica está poblada de ideologías y de ídolos nefastos que prometen milagrosas soluciones.

En el campo de los negocios muchos se preocupan tan sólo de ganar. El capitalismo les ha procurado una buena conciencia con la teoría de que la economía debe proceder según leyes propias, sin ser molestada por imperativos morales. "Bussines are bussines", reza el credo de esta ideología. Lo útil para muchos, juntamente con el falso juego de la oferta y la demanda, garantizaría, según esta teoría, el mayor éxito global posible. No lo ha hecho. También los que se hacen llamar "religiosos" se dejaron llevar por la misma se de lucro, añadiendo a ello algunas limosnas y piadosas instituciones para tranquilizar la conciencia mientras acumulaban sus riquezas con una explotación inhumana de los débiles sirviéndose de un sistema económico injusto. La máquina del capitalismo marxista del Estado se demostró también inhumana.

El mundo se cierra a la verdadera humanización. El estilo de vida de muchos y los poderosos canales de publicidad martillean incesantemente al hombre común: "debes ansiar, tener, consumir, hacer ostentación de otras cosas más".

A pesar de todo, creemos que la pandemia puede ser la oportunidad de renovación del hombre económico y el inicio de esta liberación de lo deshumanizante; no sólo el individuo sino la cultura económica misma debería testimoniar esta esperanza. Para ello debemos poner todo nuestro esfuerzo a favor de la justicia, de la moderación y de la búsqueda de estructuras económicas mas sanas. Dar señales de esta liberación del hombre es de vital importancia.

Debemos admitirlo: a pesar de todos los ídolos e ideologías, también hay una lucha valiente y sabia a favor de una auténtica cultura económica. Sin embargo, por importantes que sean en la vida profesional la honestidad, la incorruptibilidad y la escrupulosidad, la gente no puede contentarse con esas virtudes. Tienen el deber de hacer juntos y cada uno en sus puestos lo que sea posible en cada momento por sanar la cultura económica, desde la economía familiar hasta el suspirado ordenamiento más justo de la economía mundial. A tal fin, tomarán los fundamentos de la justicia y la competencia necesaria para provocar los cambios (preparación, asociación, protesta, elecciones políticas, participación social, decisión del voto…).

Quien se contenta con ganarse honestamente lo necesario y se despreocupa del resto, no ha comprendido lo que es la justicia. Algunos se excusan diciendo que por más que hagan nada cambiará. En el fondo, tal afirmación es olvidar una dimensión fundamental del hombre, es no querer buscar la justicia, es hacerse cómplice por no participar en la renovación humana que incluye el aspecto económico, es no percibir la propia corresponsabilidad en la vida económica actual. Además, uniendo las fuerzas, podemos prevenir y aliviar muchas situaciones de miseria. Ayudar individualmente a alguien, aunque sea importante, no compensa la falta de participación de todos para mejorar la vida pública.

La pandemia nos ha dado la oportunidad de transformar profundamente la cultura económica imperante. ¿Seremos capaces de liberarnos del modelo dominante de crecimiento cuantitativo a favor de un progreso cualitativo de toda nuestra cultura? ¿Tenemos la voluntad y la capacidad de dar el ejemplo de una moderación racional en el uso de los bienes, de compartir y poner a disposición nuestro carismas y dones, de convencer a otros de que, como están las cosas actualmente, se requiere poner fin al uso de energías fósiles? ¿Podemos convencer a los países industrializado que están en el mismo barco de los países pobres y que sólo pueden sobrevivir dignamente si están dispuestos a asumir la propia responsabilidad de cambiar el estilo de vida?

Donde se cree en la dignidad del hombre, no se explota a los débiles ni a los pobres. Donde el hombre está en el centro, no existen personas que sobran; Donde el otro es mi hermano, se desenmascara y supera la avidez y la sed de poder y pierde todo atractivo el ídolo de la lucha por el dinero.

Que la nueva época nos traiga la valentía y la energía creativa para adoptar modelos convincentes de un estilo de vida nuevo. Tenemos el deber de aprender el arte de un testimonio convincente, de practicar el arte de participar con responsabilidad y competencia en la formación de la opinión pública en estas cuestiones. Tenemos la necesidad de una transformación profunda hacia una sociedad económica hecha de una satisfacción raciona de las necesidades, que deje espacio a la colaboración responsable y creativa.

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