Se cuenta de un viajero que llegó en su automóvil a un pequeño pueblo. Había extraviado el rumbo y no sabía qué camino tomar para volver a la carretera principal. En la plazuela del lugarejo vio a un anciano, y le ofreció unos pesos si lo llevaba allá.
-No puedo acompañarlo, señor -se disculpó el viejito-. Tengo un compromiso de importancia.
El forastero se extrañó. ¿Qué compromiso importante podía tener el vejete en un lugarejo como aquél? Le preguntó:
-¿Qué compromiso tiene?
Respondió el anciano:
-Debo ir a la boda de mi padre.
-¡No lo puedo creer! -se admiró el otro-. ¿Qué edad tiene usted?
-90 años -contestó el interrogado.
-¿Y su papá?
-110.
El viajero exclamó, estupefacto:
-¿Y a los 110 años de edad quiere casarse su padre?
Replicó el ancianito:
-No quiere. Tiene qué.
Las historias de pueblo tienen gracia. Y muchas gracias tiene el pueblo, pero la demagogia no las ve.
¡Hasta mañana!...