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Pequeñas especies

Me dirigía en transporte público hacia Súchil, Durango, cuando corría el año de 1978

MVZ FRANCISCO NUÑEZ

LA PRIMERA VACUNA

Me dirigía en transporte público hacia Súchil, Durango, cuando corría el año de 1978, era mi primer día de trabajo como veterinario rural de gobierno, llevaba todas las ilusiones y ganas de triunfar en mi profesión, tenía veintidós años de edad y me encontraba recién egresado de la facultad. Durante el trayecto pensaba con cierto nerviosismo, la gente de campo es muy especial y sobre todo desconfiada con los extraños, probablemente ellos ya cuentan con alguna persona que atienda sus animales, por qué iban a confiar en un joven recién egresado con muy poca o nada de experiencia, su ganado es lo más apreciado, en ocasiones su único patrimonio. Sabía que me encontraría con todo tipo de animales, grandes y pequeñas especies, solo esperaba no encontrarme con enfermedades que no estuvieran en mi memoria. Mis armas eran, un viejo maletín de piel con los medicamentos de emergencia; antibióticos, antihistaminicos, desinflamatorios, analgésicos, anestésicos, jeringas, agujas de varias medidas y un estuche de disecciones para cirugías, jamás me imaginé cuanto lo iba a necesitar. Además un viejo cobertor de lana, tenía que ir preparado pues no sabía donde pasaría la noche, y mi mochila de acampar que utilicé los cinco años de estudiante, la conservaba desde la secundaria, me gustaba esa mochila por ser impermeable, protegía mis libros y mi ropa al llover cuando viajaba de aventón.

Al llegar a Súchil me dirigí a la presidencia municipal para entregar mi oficio de comisión como veterinario de la secretaría de agricultura, se trataba de un pequeño pueblo muy pintoresco con algunos siglos de existencia, de unos dos mil habitantes. Como no tenía oficinas la secretaria de agricultura me dirigí a las instalaciones de la unión ganadera, sería mi lugar de trabajo y hasta mí "hotel". Como todo pueblo chico, se corrió la voz y a unas cuantas horas de mi llegada fueron a solicitar mis servicios para ir a vacunar las vacas del párroco de la iglesia. Me llamó la atención la modesta iglesia centenaria, en la cima del campanario de adobe, había crecido una enorme penca de nopal con sus respectivas tunas, me gustaba admirar esa hermosa postal cuando pasaba a diario por esas típicas calles empedradas del pueblo. Al llegar a la iglesia para vacunar a mis primeras pacientes, me recibió un señor de baja estatura de más de sesenta años, era el encargado del pequeño establo, su rostro era serio lleno de arrugas curtido por el sol, jamás esbozó una sonrisa al presentarme, al contrario lo notaba adusto y mal encarado, además era el hombre más hábil para decir el mayor número de maldiciones cada vez que abría la boca. Lo que más me sorprendió fue cuando el señor cura lo llamó, "Santitos", en realidad se llamaba "Santos", pero así lo nombraba a manera de que enmendara su peculiar vocabulario, el padre una agradable persona de unos sesenta años de edad, 1.90 de estatura con una corpulencia generosa. Mi trabajo consistía en vacunar veinte vacas lecheras de la raza Holstein de más de 600 kilogramos de peso, extremadamente tranquilas, se encontraban en una sola hilera alimentándose con la cabeza metida en los comederos de pastura. Don Santos, como así le llamé, fue por el lazo y un nariguero para la sujeción del ganado y empezar a vacunar, al observarlas comiendo pacíficamente y todas en una sola hilera, se me ocurrió la brillante idea de vacunarlas yo solo, y así cuando viniera el encargado darle la sorpresa que ya había terminado y tal vez logre sacarle una sonrisa, quería ver mi primer trabajo de veterinario convertido en éxito, la vacuna era subcutánea a nivel de la tabla del cuello de las vacas, "pan comido" pensé. Llené mi jeringa metálica con la vacuna triple contra pasteurella y me coloqué a un lado de mi paciente, al introducir la aguja en el cuello, cuál fue su reacción al sentir que un intruso irrumpía su tranquilidad con un pinchazo a la hora de comer, ¡Me atacó!, caí en el comedero sobre la alfalfa y lo más increíble, me agredió como lo hace un caballo, con sus patas delanteras tratando de golpearme, se suponía que eso lo hacen los equinos, pero ese rumiante no lo sabía, afortunadamente en ese instante llegó Don Santos y me quitó de encima al enorme animal, recuerdo que por primera vez lo vi sonreír al verme tirado sobre la pastura, al menos en eso no me equivoqué, pero se contuvo al notar que sangraba profusamente por la nariz. Terminamos de vacunar con la correcta sujeción de los animales como debió ser desde un principio, pero quise correr antes de aprender a caminar y pagué cara mi novatez, siendo esa mi primera experiencia como veterinario. Por cierto, jamás he vuelto oír palabras altisonantes que se escuchen tan agradables, como cuando "Santitos" me liberó de aquella vaca que hice enojar, más que maldiciones, para mí fueron como canto de ángeles celestiales.

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