San Virila salió de su convento. Iba a la aldea a pedir el pan para sus pobres.
En el camino vio a un hombre y a una mujer que llevaban a sus dos hijos de la mano, un niño y una niña.
El padre de las criaturas conocía a San Virila. Sabía que era humilde y bueno. Le pidió entonces:
-Haz un milagro que divierta a estos pequeños.
San Virila sonrió. Hizo un ademán y la senda se llenó de conejitos, ardillitas, venaditos y toda suerte de graciosos animales que hicieron saltar de gozo a los pequeños.
El hombre, agradecido, le dijo a San Virila:
-¡Qué gran milagro hiciste!
Respondió el santo:
-Tú y tu esposa hicieron dos milagros aun más grandes, y ni siquiera se han dado cuenta todavía.
¡Hasta mañana!...