La mañana era de sol alegre y bueno.
Al rey Cleto eso le molestó. Iba a salir de su palacio; el sol podía enrojecerle la tez. Hizo llamar a San Virila y le ordenó:
-Obra un milagro que me libre de este sol.
El frailecito hizo un ademán y apareció una nube de tormenta. Puesta sobre Cleto, y sólo sobre él, la nube le tapó el sol, pero hizo caer sobre el monarca una continua lluvia con granizo y nieve, mientras por todas partes seguía brillando el sol alegre y bueno.
-¿Que has hecho? -le preguntó furioso el soberano a San Virila.
-Te libré del sol -respondió el santo-. Eso es lo que querías ¿no?
Rebufó el monarca:
-¡Líbrame ahora de este nubarrón!
Con otro ademán lo hizo desaparecer San Virilia. Entonces el sol enrojeció la tez del rey. Le dijo San Virila:
-La próxima vez ten más cuidado con el milagro que pides.
¡Hasta mañana!...