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Madres e hijas, más allá de rejas y candados

Para las mujeres del Centro Penitenciario, el Día de la Madre se celebra cada vez que sus hijos las visitan y les dan un abrazo, el 10 de mayo simplemente es otra fecha.

YOHAN URIBE JIMÉNEZ

Cuando se ingresa al Centro Penitenciario Femenil de Saltillo lo primero que llama la atención es que lo único que da la sensación de estar en una cárcel son las rejas y los candados. El personal de vigilancia. Las torres. Desde que se convirtió en el primer centro penitenciario femenil del país en ser certificado en 2015 por la Asociación de Correccionales de la Américas (ACA), avalada por el Gobierno federal de los Estados Unidos, el reclusorio femenil de Saltillo vive otra historia.

Actualmente allí se encuentran privadas de la libertad 78 internas, principalmente de las regiones coahuilenses del Sur, Centro, Carbonífera y La Laguna. Todas las internas trabajan ocho horas al día, las únicas excepciones son por problemas de salud, se venció el analfabetismo y este año terminaron la preparatoria más de 20. Practican deporte y reciben algún tipo de capacitación. Como lo marca la certificación.

Hace unos siete años, esta, como cualquier cárcel del país, contaba con ese halo de oscuridad propio de un centro de reclusión. Las celdas eran cómodas para quien tenía medios económicos, no se sabía el color de la paredes tapizadas de póster, fotografías, retazos de revista, y el olor… "no tienes una idea, dice una de las internas que conversan del antes y el después".

También habían armas blancas, sustancias alucinógenas, peleas, malos tratos, castigos, como tener una interna con su bebé de brazos en un calabozo y dejarle la comida en el piso. Eso existía, que mucha gente no lo supiera o no lo quisiera ver, es diferente, pero existía, lo recuerdan como quien se quiere saltar el capitulo. Ese que hizo que madres, hermanas, esposas, hijas y todas las mujeres que allí purgaban una condena, vivieran una época de terror, entre la inseguridad y la violación a los derechos humanos.

Una suerte de pequeño ring donde sobrevivía la más agresiva, la que más dinero tuviera, o la "recomendada", me explican. Hablan de ese pasado con más sana distancia que con la que evitan el coronavirus.

Ahora es distinto, las celdas son blancas, el lugar luce impecable, hay zonas verdes, las mujeres que allí habitan están uniformadas con una blusa color rosa, y tienen en su celda únicamente lo esencial. Caminan por las áreas comunes con las manos hacia la espalda como señal de respeto y educación y sin que estuviera ningún personal de vigilancia, todas con las que conversamos, reconocen que hay respeto y tolerancia.

Según nos cuentan, no hay malas palabras por parte del personal de vigilancia ni del personal técnico. La directora en eso es estricta. Se enojan entre ellas y al poco tiempo olvidan. Se la pasan todo el tiempo ocupadas, piensan en su futuro y por eso estudian y trabajan.

GRANDES DIFERENCIAS

La directora del centro, Leticia Rivera, no dice que en situación de cárcel siempre es más difícil ser mujer que hombre, ella tiene experiencia trabajando en Ceresos tanto varoniles como femeniles, por eso nos cuenta que por ejemplo a los hombres siempre los visita la mamá, la esposa, e incluso a algunos hasta la novia, la mayoría tienen familia y amigos que no los abandona. En cambio a las mujeres muchas veces las dejan solas, la familia es la primera en recriminarles los errores y a otras las abandona su pareja sentimental.

Nos dice que al provenir de sectores humildes y ser cabezas de familia, ellas siguen con la obligación de sostener económicamente a sus hijos afuera, y curiosamente, como en el caso del femenil de Saltillo, pasa lo que casi nunca sucede en un centro de reclusión varonil: en lugar de recibir dinero, son ellas las que con su sueldo siguen viendo por sus familias afuera, por eso es que valoran y cuidan tanto el trabajo.

Nos explica que es innegable que las mujeres privadas de la libertad son más disciplinadas, conscientes, pacientes, y comprometidas que los hombres en su misma situación. Para la maestra Lety, una gran diferencia es que ellas siempre están pensando en alguien más, sus hijos, sus padres, y luego ellas. Por eso los programas de reinserción funcionan mejor en los centros femeniles.

TRATAMOS CON SERES HUMANOS

Leticia Rivera Soto, directora del Centro Penitenciario Femenil de Saltillo, explica que en gran parte la transformación del centro ha tenido que ver con la certificación internacional que ha recibido, un proceso que desde un inicio tuvo como objetivo darle a las internas atención de calidad, pensando en una reinversión social efectiva, no para solo en papel.

"Primero nos documentamos, luego recibimos capacitación, y el objetivo era que todas las PPL (personas privadas de la libertad) vivan con dignidad dentro de las cárceles del estado; en el caso de este centro en particular, certificado internacionalmente por la Asociación de Correccionales de las Américas (ACA) fue recertificada en el 2014 y esperamos una tercera el próximo año", explica la directora.

Está certificación se basa en un 60 por ciento en la atención médica a las internas, el 30 por ciento seguridad y el 10 es la atención técnica, eso incluye programas educativos, de derechos humanos, deporte, capacitación, actividades laborales y de reinserción social.

Según explica la maestra Lety, este centro ha sido pionero a nivel nacional, ya que gracias a la certificación se ha logrado tener más disciplina, pero al mismo tiempo más calidad de vida para las internas y el personal que allí labora, tal y como lo confirmó la comandante encargada de la seguridad, quien dijo estar sorprendida ya que en un año que lleva trabajando ahí, no ha registrado un solo pleito.

Hay consultorio médico, dental, área de psicología, un centro laboral en el que ofrecen empleo cerca de cinco maquilas. Una cancha de voleibol, un salón de usos múltiples, el comedor y una capilla. Algo que presumen a cada paso es el respeto a los derechos humanos y los certificados que les han dado tanto la comisión estatal como la federal.

La maestra Leticia entiende lo difícil que será este año la celebración del Día de la Madre, ella tiene hijos y nietos, tampoco los verá este año por la contingencia, pero ha pedido a las familias de las internas que le envíen un mensaje en video que espera proyectarles para hacerles más llevadero el día, se preocupó por una comida especial, pero además, por concientizarlas de que la distancia en estos tiempos es que lo que permitirá que el próximo año se vuelva a la normalidad.

"Yo estoy solicitando que las familias les manden un mensaje y una bendición aunque sea por video, que las feliciten, les den un mensaje alentador, eso es algo significativo".

AUNQUE LA JAULA SEA DE ORO...

Entre las historias que allí se escuchan, más allá de las condenas, las causas penales que señalan delitos como homicidio, privación de la libertad, hurto, delitos contra la salud, e incluso más allá de los uniformes, existen seres humanos, madres de familia e hijas que este 10 de mayo tendrán que vivir un festejo diferente.

Dani

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Lo que más extrañará Dani este 10 de mayo es un abrazo. Sabe que afuera también están restringidos gracias al coronavirus, pero es que allí dentro toda concepción de tiempo y espacio cambia. Tiene 27 años, lleva seis privada de la libertad, es madre de un pequeño al que añora e hija de unos padres a los que agradece siempre estar con ella. Ella y su hermana son internas del Cereso, por eso en la mayoría de las ocasiones que cuenta su historia habla en plural.

"Antes el Día de la Madre esperabas a tu visita con mucha emoción, porque tenías muchos recuerdos, agradecía un año más de vida festejando a mi madre y un año más recibiendo abrazos de mi hijo. Recuerdo los festejos del Día de la Madre en la escuela de mi hijo, aunque extraño más el día con día, sé que siempre le voy hacer falta, porque a mí siempre y a cada momento me hace falta mi mamá. No estar ahí cuando tu hijo lo necesita es algo realmente muy duro".

Aunque sabe que el tiempo no perdona, siempre ha querido regresarlo para corregir los errores. Le ha costado mucho tener que explicarle a su hijo la realidad que ella vive, eso la ha hecho valorar cosas que antes ni entendía que existía, cuando le contesta una pregunta a su hijo, este le devuelve tres. Y ahora se ha enfrentado con el impacto de los cuestionamientos y es algo para lo que nadie está preparado.

"Nos ayuda que tenemos muchas atenciones en este lugar, trato de apoyarme en la terapia de la psicóloga para poder responderle las dudas a mi hijo, no pienso mentirle y algún día le contare la verdad, eso es ser madre; me aferro a mi hijo con amor, trato de trasmitirle tranquilidad, siempre que lo veo le digo que falta poco y que pronto todo esto va a pasar. Lo más difícil ha sido contestarle cuándo vamos a estar juntos, cuándo lo voy a ver jugar futbol… Silencio".

Los años le han hecho cambiar su concepto de la familia, afuera era distinto, le duele saber que está recluida, más cuando sabe que la necesitan, se sabe bendecida porque jamás se imagino ver a su papá, a sus abuelos y a sus tíos visitarla en un cereso. Vive todo como experiencias de vida, día a día, segura que su situación jurídica se resolverá pronto, porque como la de muchas de ellas, pende de un hilo, una revisión, un trámite.

Jess

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La historia de Jess es tan triste como esperanzadora. Tiene 37 años, de los cuales 16 ha estado recluida en el Centro de Readaptación Social Femenil en Saltillo, es madre de tres hijos, los tres han nacido durante su estancia en el Cereso; y como a una gran parte de las mujeres que se encuentran privadas de la libertad, su familia la dejó en el olvido. Pero lo que le resulta más difícil de entender, es cómo sería una celebración del Día de la Madre, afuera, con sus hijos.

"Siempre me lo pregunto, aunque sé que afuera la celebración a las madres es un solo día del año, en cambio acá la celebración es siempre que vienen nuestros hijos a vernos. Porque simplemente cuando vienen y te cuentan qué hacen allá afuera, nos alejan de nuestra realidad. También porque hay temporadas en las que dejas de ver a tus hijos mucho tiempo, entonces cuando los vuelves a recuperar es cuando valoras la grandeza de Dios".

Para Jess, como para la mayoría de sus compañeras, el concepto de Dios es tan relativo como el del tiempo, la paciencia y la prudencia, necesarios para vivir una condena. Es por eso que cuando sus compañeras recuerdan cuando llevaban sus hijos a la escuela, les cocinaban, o hacían las tareas con ellos, se imagina cómo sería, qué sentiría, pero sobre todo, si la vida le prestará algún día el tiempo para hacerlo.

"Ahorita nada más tengo contacto por teléfono con hijo mayor. Le hablo, lo regaño cuando se equivoca, espero que nunca cometa los mismos errores que yo, porque es muy difícil. Vive con una familia sustituta. Además la adolescencia le hace que me reproche el porqué me equivoqué, no en mal sentido, sino porque quisiera que estuviera con él, para él, que lo acompañara en sus momentos más difíciles… Silencio…".

A Jess le tocó una parte de su sentencia en el anterior modelo penitenciario del estado, no tiene reparos en decir que llegó a creer que estaba loca, porque así se lo habían hecho creer a punta de golpes, castigos y la violencia verbal y física que se vive día a día en cualquier reclusorio; sabe la diferencia y en medio de la tristeza que le produce rebobinar la memoria, ahora con trabajo, habiendo terminado su preparatoria y encargada de la pequeña tienda del penal, también comparte:

"Ahora estoy convencida que sí existe la reinserción, que puedo ser otra persona y que hay quien me respete. Mis errores me han costado mucho, me costaron estar lejos de mis hijos, perder a mi familia, perder mi vida. Yo les digo a mis compañeras que cuando uno llega aquí al inicio le traen grandes bolsas con cosas, y luego las bolsas son pequeñas, y luego ya no existen. Claro, afuera la vida sigue y las que conocimos el error somos nosotras".

No la visita su familia. A veces, su hijo mayor, con quien más convive. Trabaja como parte del programa del centro. Y espera poder hacer la licenciatura en Derecho en línea, y se prepara porque sabe que algún día recuperará su libertad y espera no depender de nadie, mucho menos de un hombre, sino estar solo para sus hijos.

Mica

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Aunque suene paradójico, Mica sabe que es afortunada. Con frecuencia recibe la visita de sus padres, sus hermanos y sus hijos, hace parte de esa pequeña minoría de mujeres a quienes su círculo cercano no recrimina a diario el error que la tiene privada de la libertad, ha tenido que vivir la rigidez de un Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) donde no recibía visitas y ahora en el cereso estatal de Coahuila sabe que el trabajo y la educación si dignifican.

"Duele saber que pudiendo estar cerca de tu mamá y tus hijos, ahora tendrás que esperar. En otros años festejamos y ahora tenemos que entender una situación que nos impide verlos. Hay que darnos los tiempos necesarios para volver a vernos, aunque estando acá es diferente, porque para nosotras el tiempo se mide de formas muy distintas a cuando estas afuera… Silencio".

Como hija le duele el pesar de su madre cada vez que se va, cada vez que la encomienda a Dios, pero no sabe cuándo la volverá a tener en casa. Como madre de dos hijos de 15 y 12 años, le duele saber que a ellos les hace falta su mamá, cada vez que en la escuela celebran y los demás niños conviven con sus madres, los suyos no.

"Para ellos ha sido muy triste que otras mamás pueden acompañar a sus hijos en los bailables, en los eventos de la escuela, y a ellos no. Aunque creo que es un sentimiento pasajero porque ellos saben que yo estoy al pendiente de ellos, yo soy una mamá muy atenta, trato de escribirles, hablarles, mandarles un dibujo, hacer que la distancia sea menos grande entre ellos y yo. No poder estar cerca produce una sensación de impotencia que desgasta mucho".

"La fortuna que tengo de estar acá es que, al estar cerca de mi casa puedo tener la visita de mi familia, pero además, poder trabajar y estudiar hacen que creas en la reinserción. Estar encerrada es muy difícil, y si estás sin hacer nada, peor. Cuando puedes demostrar que eres capaz de cumplir con una tarea, ya es un avance para saber que cuando recuperes la libertad, la misma sociedad te acepte".

Mica se ve próspera en unos años, su positivismo le ha ayudado. Está segura que haber estado en prisión no es una vergüenza, es una experiencia, lo que ha podido aprender acá le ayudará a ser mejor persona, a valorar, a ver la vida diferente. Ve en sus compañeras mujeres valientes, trabajadoras, humanas, personas que un día se equivocaron y ahora lo están pagando.

"Afuera uno se ahoga en un vaso de agua pensando en los problemas, detrás de una reja uno se da cuenta que nada de lo que lo ahogaba era un problema, y entiende el valor de la familia y la convivencia con ellos".

Ade

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Desde hace nueve años Ade vive en el Cereso. Siempre había esperado el 10 de mayo porque ese día además de fiesta, los abrazos y los te quiero tienen más peso que de costumbre. De sus dos hijos, una vive en Saltillo y aunque sabe que no vendrá por la contingencia sanitaria y que prefiere que se quede en casa para no arriesgarse con el virus ese que anda suelto, sabe que la fecha le calará.

"Con la contingencia yo creo que el mejor regalo es saber que mis hijos se encuentran bien. Lo que más extraño en esta fecha es poder estar con mis hijos, cuando tenía libertad, ya sabes, mi mejor regalo era estar con ellos, verlos sonreír; desafortunadamente valoras muchas cosas y las echas de menos cuando esta aquí, después de que tomaste decisiones equivocadas, pensando en sacarlos adelante".

Su papá tiene 69 años y es el único que la visita, hace tres años está sin trabajo y su principal desesperación es no poderle ayudar a su hija; y lo único que le pide ahora es que rece porque esta emergencia sanitaria pronto se acabe, ya que si antes para él las cosas estaban mal, ahora se le han puesto peor.

"El trabajo nos ayuda a no pensar tanto, a que el día se te pase pronto, cuando aprendes un oficio nos permite obtener un recurso económico, nos ayuda a crecer como personas y sobre todo a no pensar en cuántos años nos falta, que no podemos vivir muchas cosas con la familia, y vivir día a día. A mí me ha ayudado mi salario para apoyar a mi familia, a mi papá, a mí misma".

Ade tiene la fortuna que uno de sus hermanos tiene a su hijo, y el papá de su hija se hizo responsable de ella, así que descansa sabiendo que tienen techo, comida, educación, y sobre todo quién se preocupe por ellos. Terminó la preparatoria interna en el cereso, le preocupa su padre que desde el primer día de su condena, nunca ha dejado de estar pendiente de ella, y este 10 de mayo solo sabe que será diferente.

El Centro Penitenciario Femenil de Saltillo fue el primer reclusorio para mujeres en el país certificado internacionalmente por la Asociación de Correccionales de las Américas avalado por los Estados Unidos. (ÉRICK SOTOMAYOR)

El Centro Penitenciario Femenil de Saltillo fue el primer reclusorio para mujeres en el país certificado internacionalmente por la Asociación de Correccionales de las Américas avalado por los Estados Unidos. (ÉRICK SOTOMAYOR)

Entre el trabajo, las actividades educativas y deportivas, y diferentes procesos de formación, se ha llevado a cabo el programa de reinserción de las internas privadas de la libertad en el Centro Penitenciario Femenil de Saltillo, certificado por la asociación ACA. (ÉRICK SOTOMAYOR)
Entre el trabajo, las actividades educativas y deportivas, y diferentes procesos de formación, se ha llevado a cabo el programa de reinserción de las internas privadas de la libertad en el Centro Penitenciario Femenil de Saltillo, certificado por la asociación ACA. (ÉRICK SOTOMAYOR)
La directora del centro penitenciario en Saltillo, Leticia Rivera, ha defendido la certificación internacional en dos ocasiones ante un grupo de sinodales en los Estados Unidos, algo que ha logrado el cambio en el centro. (ÉRICK SOTOMAYOR)
La directora del centro penitenciario en Saltillo, Leticia Rivera, ha defendido la certificación internacional en dos ocasiones ante un grupo de sinodales en los Estados Unidos, algo que ha logrado el cambio en el centro. (ÉRICK SOTOMAYOR)

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