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Contexto lagunero

Con qué color del cristal

JUAN MANUEL GONZÁLEZ

El 2020 representa un número redondo, este año exige, por duplicado, que “nos caiga el veinte”. Inicio de una nueva década, se presentarán acontecimientos importantes, entre otros: las elecciones en los Estados Unidos, el eclipse sudamericano el 14 de diciembre y la lluvia de Gemínidas -meteoros de actividad alta- la noche anterior, se predice la muerte de un o una monarca, la muerte de un presidente de los Estados Unidos, la tercera guerra mundial y otras aterradoras noticias, y nos enfrentamos a la terrible pandemia que estamos sufriendo.

¿Hay forma de superar las malas noticias que recorren el planeta? Hay una fórmula perfecta, pero difícil de aplicar: combinar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad para enfrentar las situaciones decisivas, así lo recomendaba Antonio Gramsci -filósofo, político, sociólogo y periodista italiano-.

Vivimos la vida 365 días al año entrándole al toro y, a veces, sacándole le vuelta. Al final de cada año, con vértigo, revisamos lo que hemos hecho o dejado de hacer y terminando las doce uvas tratamos de optar por el optimismo, con el pesimismo respirando detrás de nuestro oído.

Una de las verdades más profundas de la psicología humana la refleja el viejo proverbio de que “nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Dos personas pueden adquirir una dimensión muy diferente de una misma situación percibida de forma distinta. La forma en que hemos aprendido a interpretar la realidad va a condicionar nuestro estado de ánimo y éste, el enfoque que daremos a nuestra vida. En realidad, existen casi tantos puntos de vista como personas, cada uno somos diferentes de los demás. Pero en una clasificación muy sencilla y quizá un poco reduccionista podemos distinguir entre optimistas y pesimistas.

Muchos describen a los optimistas como pesimistas mal informados, asimismo como ingenuos que no captan todos los aspectos de la realidad, o como ilusos que antes o después se rendirán a la evidencia de que la vida es un cúmulo de problemas tan frecuentes, como de difícil solución. Pero ser optimista no equivale a ser frívolo o inconsciente. El optimista percibe lo bueno de cada circunstancia y a partir de esa percepción, trata de mejorar las posibilidades que cada situación plantea.

Las personas pesimistas interpretan la realidad desde su lado más negativo, y las optimistas perciben lo mejor de cada situación, lo que no quiere decir que ignoren lo malo. El pesimista no sólo tiene el sufrimiento garantizado, sino que con su actitud difícilmente va a aportar soluciones constructivas a los problemas. En cambio, los optimistas tienden a vivir más felices, viven vidas más largas y superan con más facilidad las complicaciones que encuentran.

Entre los pesimistas sobresalientes, estaba Arthur Schopenhauer -filósofo alemán considerado como uno de los más brillantes del siglo XIX-, quien decía que trataba de entender el “horrible enigma de estar vivo”. En una ocasión, Christoph Martin Wieland -poeta, escritor y editor alemán-, le aconsejó a Schopenhauer que no estudiara filosofía, por tratarse de una disciplina “poco sólida” y Schopenhauer le respondió: “La vida es una cosa miserable, me he propuesto, con la filosofía, consagrar mi vida a reflexionar sobre ello”.

Johanna Schopenhauer, novelista alemana, madre de Arthur Schopenhauer, era todo lo contrario de su hijo: alegre y sociable, presidía animadas tertulias literarias y publicaba novelas que, a los ojos de su hijo, tenían el “defecto” de ser populares. El éxito y la dicha y la disposición optimista de su madre eran para el filósofo signos de irresponsabilidad.

Johanna disfrutaba mucho su vida, excepto por un detalle: su hijo. El 13 de diciembre de 1807 se armó de valor y escribió una carta para pedirle que no volviera a hospedarse con ella. En la carta, Johanna reconoce la admirable superioridad intelectual de su hijo y le describe lo difícil que es vivir con él. El mal humor del filósofo entraba en conflicto con el carácter jovial de Johanna. Le decía en la carta: “cada vez que te vas de la casa, respiro tranquila porque me ahogan tu presencia y tus quejas sobre cosas inevitables de la vida y tus caras largas”.

Johanna renuncia a hospedarlo en su casa, pero lo invita a cenar, “siempre y cuando dejes aparte ese enojoso gusto tuyo por la disputa y tus lamentaciones sobre el necio mundo y la miseria humana que me hacen pasar mal la noche y tener sueños desagradables, y ya sabes que a mi me gusta dormir bien”, le decía a Arthur. La actitud de Johanna puede ser considerada como una frívola evasión de la realidad o como una intrépida y resistente capacidad de disfrutar la vida sin ignorar el drama de esta.

Unos días antes de que iniciara el también año par 1808, el optimismo y el pesimismo entraron en tensión en una casa en Alemania. Quizá influido por el cuestionamiento de su madre, Arthur escribió su único poema de amor dedicado a la actriz Karoline Hajemann -actriz y cantante alemana-. En él le dice: “Mi pena sería una dicha/ si asomaras a la ventana”. Esto nos indica que incluso el más riguroso de los seres lúgubres pesimistas, fue capaz de distinguir la ventana de la dicha y pensar de forma optimista.

Dudo que Karoline se haya asomado a la ventana, Schopenhauer, además de pesimista era misógino, escribió la siguiente frase: “Las mujeres son el segundo sexo, inferior al masculino en todo respecto.

¿Con qué color del cristal queremos ver la vida?

Juan Manuel González C. Celular: 871 221 4557

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