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'Mi segundo paciente me contagió de COVID-19'

Doctora vence al coronavirus y se une a lucha contra la epidemia

La especialista contagió a su esposo, con quien permaneció aislada aproximadamente 20 días, ya que al no presentar síntomas de gravedad, la pareja no requería ser hospitalizada.
(EL UNIVERSAL)

La especialista contagió a su esposo, con quien permaneció aislada aproximadamente 20 días, ya que al no presentar síntomas de gravedad, la pareja no requería ser hospitalizada. (EL UNIVERSAL)

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En este 2020, la doctora Natalia Agusti reabrió su consultorio y tenía planes a corto plazo para convertirse en mamá; sin embargo, su segundo paciente la contagió de Covid-19 y su vida cambió radicalmente: actualmente forma parte de la cadena de apoyo para contener la pandemia.

La persona que la infectó, en marzo pasado, acababa de regresar de Washington, Estados Unidos, y le aseguró que ya había contraído el virus y se recuperó; no obstante, aunque ella tomó sus precauciones, cayó enferma. En ese momento, México estaba en fase 1 por la afección.

La especialista contagió a su esposo, con quien permaneció aislada aproximadamente 20 días, ya que al no presentar síntomas de gravedad, la pareja no requería ser hospitalizada.

"Tuvimos toda la sintomatología, [de forma] leve. No éramos acreedores a requerir una prueba y permanecimos confinados. Fue así que empecé a leer para ver si era todo el conjunto de alteraciones.

"Mi esposo sí tuvo complicaciones, como saturaciones feas -el nivel de oxígeno en sangre-, sí bajó bastante, pero realmente nos mantuvimos en casa y salimos bien. Lo más incómodo era la tos en las noches", explica en entrevista con EL UNIVERSAL.

Al recuperarse, la doctora buscó la manera de apoyar para afrontar la pandemia y estar protegida al mismo tiempo, por lo que ahora trabaja en un hospital privado, ubicado al poniente de la Ciudad de México, donde realizan las pruebas para diagnosticar el Covid-19.

Ese establecimiento instaló una carpa de aislamiento para tomar pruebas, revisar personas con síntomas de enfermedad respiratoria y atender a pacientes críticos.

Sólo Natalia Agusti y el técnico laboratorista clínico Giovanni Chávez Ruiz permanecen ahí.

Mientras su compañero toma muestras, ella recibe a quienes tienen el padecimiento para realizar el triaje, que es clasificar si sus síntomas coinciden con el nuevo coronavirus, ofrecerles hacer el test y orientarlos para que se confinen y reciban atención médica o revisarlos de urgencia si llegan en un estado crítico.

La doctora labora 12 horas en el hospital, ya que al salir de la carpa, monitorea vía WhatsApp a sus pacientes y acude a los diferentes pisos del lugar a preguntar cómo se sienten y si presenta algún malestar.

Si alguna persona presenta síntomas, inmediatamente los protocolos y la experiencia de Natalia con el Covid-19 entran en acción.

Desde el pasado mes de marzo, ella cambió sus rutinas de vida. Aunque vive con su esposo, no puede ni siquiera besarlo ni compartir alimentos, incluso sus cinco perros han padecido el alejamiento de su dueña, ya que por su trabajo mantiene contacto constante con gente que puede estar infectada.

"Tener hijos estaba en planes cercanos, pero ahorita con todo esto se pospone, porque tenemos que esperar a que después no haya una evolución del virus y que no nos volvamos a contagiar", señala la mujer.

Natalia es médica voluntaria de la Cruz Roja. Explicó que como forma parte de este grupo fue añadida a los galenos que podrían estar atendiendo a pacientes en el hospital provisional que se acondicionó en un centro de convenciones en el Hipódromo de las Américas, en la capital del país.

"Si fuera el caso, sí iría, pero al estar en un lugar con tantos contagios ya no podría regresar a casa por el riesgo y porque estaría cubriendo dos turnos", mencionó.

El protocolo. Natalia, Giovanni y cualquier trabajador del hospital que requiera estar en la carpa de aislamiento tardan 20 minutos en ponerse todo el equipo de seguridad y la misma cantidad de tiempo para quitárselo.

Una vez colocado el traje, no pueden ir al baño, comer o tomar agua. Pese a que en el hospital privado donde trabajan no ingresan personas infectadas, todos han experimentado tener las caras marcadas por todos los insumos que utilizan.

El temor es constante y desde que llega alguien con los síntomas de la afección, la doctora y sus compañeros afirman sentir ansiedad y angustia por verificar que estén bien protegidos; sin embargo, tienen prohibido tocarse los goggles o arreglarse la mascarilla y las caretas.

"A pesar de que yo ya había tenido toda la sintomatología, la primera vez que ingresé a la carpa con pacientes que la presentaron me dio miedo volver a pasar por esa fase. Aunque la probabilidad de reinfectarse es poca, el miedo es fuerte.

"Verificas tu sello todo el tiempo [del equipo de protección]. El temor no es algo que se quita cuando sabes que estás ante algo que te puede quitar la vida", señala.

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