¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, el día que te llevamos una novia a nuestra casa?
Ya estabas en edad de merecer. Y bien que hubieras merecido, pero la susodicha dama, en vez de darte la espalda, que es lo que se ocupaba, te dio el frente y se puso a revisarte con curiosidad nada cortés.
Tú te desconcertaste -cualquiera se desconcierta en esas circunstancias-, pero actuaste caballerosamente e hiciste como los liberales del siglo diecinueve: dejaste hacer y dejaste pasar.
Lo mismo sucedió en los dos o tres días siguientes: nada, nada, nada. Visto el poco éxito de la empresa los dueños de la perrita vinieron por ella. Ellos te culparon de lo sucedido (más bien de lo no sucedido); nosotros le echamos la culpa a la perrita, y hasta ahí las cosas.
No hasta ahí A mi esposa se le ocurrió la idea de llevarte a ti a la casa de la novia. Y ahí todo fue, si no sobre ruedas, sí como desde el principio debió haber ido. Seis perritos fueron el resultado de aquella visita venturosa
A partir de entonces hubo en tu mirada un gesto de interrogación: "¡Cuándo otra vez?". Era la vida la que preguntaba, Terry. La siempre vida.
¡Hasta mañana!...