Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

EL NAZAS Y SUS CATARATAS

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Tranquilas por encima y revoltosas por abajo, las aguas del río Nazas acometían con alegría las grandes compuertas abatibles del canal del Coyote, generando estruendos similares a cataratas que resbalan por las montañas de la Sierra Madre Occidental y estallan en el espacio convertidas en fulgurantes cortinas acuosas, un espectáculo absurdamente eliminado con la clausura definitiva del cauce y la denominación que lo hizo famoso.

Sólo quedaron en pie las viejas compuertas y el edificio que las cubre como un símbolo de la bonanza agrícola que distinguió a la comarca lagunera. El canal murió sepultado por un bulevar que cubre preferentemente requerimientos urbanos y comerciales en el sector oriente de Torreón, Coahuila, por lo que nada queda de aquel torrente que ensordecía y empapaba a la gente que se asomaba a las esclusas para sentir y disfrutar la fuerza del agua y la resistencia de las hojas de acero que nunca se dieron por vencidas. Cataratas que se elevaban y rompían en espuma, aparecían ante mi azorada imaginación.

El Nazas creaba remolinos en los esteros de fondos enmarañados por troncos y ramas arrancados en el largo camino desde la presa de El Palmito y descargaba sus bríos en las compuertas del canal de Sacramento y luego en las del canal del Coyote, las primeras vigentes aún pues forman parte troncal del sistema de riego con la aclaración de que fueron reubicadas por oquedades y puertas movibles más resistentes y adaptados al volumen e intensidad de las avenidas. Un viejo edificio de ladrillo carcomido se levanta aún sobre los huecos por donde se movían las viejas compuertas y una placa recordatoria de la fecha en que fue inaugurada la obra, se resiste al tiempo y al olvido y ahí permanece todavía, con fechas y referencias de su origen. Más adelante el canal de Sacramento cubriendo a raudales el gran viaje a los cultivos de San Pedro de las Colonias.

El canal del Coyote trasponía arrolladoramente las puertas de contención y triunfal retomaba su lecho golpeando rítmicamente los muros que lo formaban y luego se perdía en el horizonte para la gente de este lado que lo conocía sólo en partes, las del lado poniente para ser exactos. Y no lo conocimos más adelante porque nuestras aventuras en el agua se desarrollaban a unos metros de distancia de las ruidosas compuertas.

Curiosamente el río formaba un embalse a su llegada a las compuertas y esperaba rizando sus olas el paso de las aguas que lo antecedían. Tranquilamente se mecía mientras llegaba su turno de incorporarse al canal. En esa represa se bañaba mi padre cargando conmigo a horcajadas. Se sostenía de pie abrazado por la corriente, confiado en su fuerza corporal. Entraba y salía con mis piernas bien afianzadas con sus manos, y a veces metía la cara en el agua y la sacaba pidiéndome que le limpiara los ojos. -Respira profundo porque nos vamos a sumergir, y lo hacía sin darme tiempo de protestar. Sólo me aferraba a su cabeza y sus hombros, las partes sobresalientes de su gran estatura, pues el caudal le cubría el pecho.

En una de sus incursiones, pisó una pala olvidada en la fondo de la charca por los transportistas de arena y con los mismos dedos de los pies la puso a flote y me pidió que la cogiera por el mango. Lo hice con una mano pues con la otra me aferraba a su cabeza para no caer; me afianzó en sus hombros y no perdió piso. Luego salimos a la orilla pala en mano. La conservamos en casa y mi padre le dio un fin utilitario, además de cuidarla como un recuerdo. -Es tuya, tú la recuperaste, me dijo tan pronto pisamos tierra firme, palabras que me llenaron de orgullo. Una aventura de padre e hijo propiciada por el Nazas.

Una de las derivaciones del río -el canal de La Perla- pasaba por un lado de mi casa en la colonia 20 de Noviembre y también fue escenario de los juegos de la infancia, sólo que con un riesgo adicional: vidrios, espinas y clavos en el fondo nos obligaban a flotar solamente y por períodos cortos a fin de sortear los residuos arrojados por los vecinos orilleros del canal de riego. De niño disfruté de sus aguas y en la edad adulta volví a meterme hasta la cintura pero ahora con mi pequeña hija en brazos, ella chapoteando con sus piececitos y yo viviendo del recuerdo: una pala y la audacia de mi padre.

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