Es una pena, Terry, que no estés aquí.
Si todavía estuvieras con nosotros, perro mío, te pondrías en la puerta de la casa y no dejarías que entrara el coronavirus.
Ese bicho, sabes, o molécula, o virus, lo que sea, es muy peligroso. Invisible, muchas veces adviertes su presencia cuando ya es muy tarde. Tú sí lo habrías visto -veías lo que nosotros no podíamos ver-, y le habrías ladrado con aquellos ladridos tuyos cuando nos defendías, que no parecían ladridos de cocker sino de mastín.
Quien fue tu dueña -es también mi dueña- te recordó y me hizo recordarte ayer. Salimos de nuestro encierro por el milagro del recuerdo y otra vez fuimos contigo por el camino del Potrero, y de nuevo te vimos esperando por la noche a que llegara el último de nuestros hijos antes de irte a dormir.
Recuérdanos tú también, Terry. Fuiste el amor hecho perro, y amor es lo que en estos días necesitamos más, lo mismo que esperanza y fe.
Que tu espíritu siga con nosotros. Que con nosotros estén, aunque no estén, todos aquellos a quienes amamos y que nos dan su amor. Pasarán estos días y todo volverá a ser como antes. Y aun mejor, por lo que hemos aprendido.
¡Hasta mañana!...