¿Recuerdas, Terry, la primera vez que viste a un gato?
Eras todavía un cachorrito, pero igual te pusiste a ladrarle. El gato te dio la espalda, desdeñoso, y se alejó con lentitud, como señor que se aparta de un criado impertinente. Regresaste a mí, orgulloso de haber hecho que se fuera aquella extraña criatura. Desde ese día hubo perpetua guerra entre los gatos y tú.
Con los años te volviste más tolerante. Cuando el gato de doña Rosa pasaba frente a ti te limitabas a dedicarle un gruñido nada impresionante. El tal gato te dirigía una mirada despectiva y se sentaba, impávido y orondo. Tú te volvías a mí como para preguntarme qué debías hacer. Yo te decía: "No le hagas caso", y los dos hacíamos como si el gato no existiera.
Yo creo que en la casa del buen Dios los gatos y los perros ya no andan como perros y gatos. A lo mejor pasean juntos por el Cielo. Quizá algún día los hombres ya no andaremos tampoco como perros y gatos, y pasearemos todos en buena amistad y compañía por las calles de la morada celestial.
¡Hasta mañana!...