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CIX Aniversario de la Revolución en Gómez Palacio

CRÓNICA GOMEZPALATINA

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ (CRONISTA OFICIAL DE GÓMEZ PALACIO)

PRIMERA PARTE

Nuestro país vivía durante el porfiriato una larga etapa de 35 años de relativa prosperidad que se le atribuía a su líder don Porfirio Díaz, a quien se le atribuían facultades casi mágicas por haber logrado el crecimiento económico de México, muchos opinaban que gracias a su intervención política la minería, el ferrocarril, la industria textil, la banca y la agricultura y el comercio eran las ruedas que llevaron el progreso a todos los rincones de la patria, iniciando una etapa de bonanza largamente esperada que los mexicanos no habían podido disfrutar desde la creación de la república. Díaz venía precedido de una bien ganada fama de haber derrotado a los franceses en Puebla en 1862, durante la injusta invasión del ejército napoleónico, triunfos que lo convirtieron en héroe, mismos que tal vez lo hubieran llevado a la inmortalidad, de no ser por ser proclive a la fama y su apego desmedido al poder.

La invasión francesa no solamente perjudicaba a los mexicanos, los norteamericanos veían en la presencia de los galos un peligro para sus propias intenciones expansionistas y para enfrentarlos sólo existían dos vías: participar directamente en la guerra, a un costo y riesgos incalculables para su seguridad, después de las cicatrices dejadas por la guerra de secesión. La otra opción, la más sencilla y que les ha redituado grandes beneficios a los Estados Unidos durante más de 150 años, era buscar a un hombre que respondiera a sus intereses y que desde adentro operara las políticas de los grupos oligárquicos de ese país. En su vanidad don Porfirio se dejó querer, sentía que estaba destinado para las grandes hazañas de transformación de México, al lado de los grandes capitales extranjeros el camino sería más sencillo, dado que al interior del país el reino de los señores feudales ya era incapaz de impulsar la economía capitalista. La suerte estaba echada, los gringos tenían en Díaz el nuevo caudillo mexicano, capaz de expulsar a los europeos de territorio americano. Se empezaron a trazar los grandes acuerdos para inyectar las inversiones extranjeras en México.

La primera de ellas fue el establecimiento del Banco Nacional Mexicano en agosto de 1881, con un capital nominal de 20 millones de pesos, pero que en realidad solo exhibió 3 millones. A cambio este banco obtuvo la primicia de emitir los billetes de curso legal y de uso obligatorio en todo el país, además de controlar y administrar las rentas y el servicio de crédito nacional. La misma línea se siguió en ferrocarriles, donde el "Visionario" dictador apoyó con recursos públicos la instalación de las vías férreas, obligando además a los dueños de las tierras a cederlas a las compañías ferroviarias y forzando a los habitantes de los poblados a trabajar para ellas.

Con el pretexto de que el territorio nacional era demasiado grande, con muy baja densidad de población, era necesario poblar las tierras, por lo que concesionó a compañías deslindadoras extranjeras, la medición de las tierras, por lo cual recibían gratuitamente un tercio de la tierra medida. Los otros dos tercios eran subastados a precios irrisorios, siendo las mismas empresas deslindadoras las adquirientes. Así se legitimaba el despojo a sangre y fuego a miles de mexicanos que no sólo perdían sus tierras, sino además su vida cuando se defendían con valentía del ultraje.

Para lograr el "milagro económico", don Porfirio impuso el mando absoluto en todo el ámbito político, eliminando a base de bayonetas y balas toda forma de disidencia, arrasando vidas y pueblos e imponiendo su voluntad en todos los niveles de autoridad en el país. "27 gobernadores, 259 jefes políticos, 1,798 presidentes municipales, 4,574 jueces de paz y miembros de las asambleas legislativas de los Estados, es decir todo el aparato gubernamental -órganos legislativos y judiciales de la federación, de los estados y locales- dependían de la voluntad de un solo hombre".

La realidad demostró que el "portento" porfirista era el negocio de unos cuantos. El pueblo, la inmensa mayoría de la población mexicana, no alcanzó las bondades del "milagro" hundiéndose en la miseria y la explotación, el analfabetismo, la muerte prematura - natural o provocada- y la falta de esperanza. Los dramáticos contrastes provocados por una dictadura de casi 35 años, demostraron que no es lo mismo crecimiento que desarrollo. A los adoradores de los índices del crecimiento porfirista, se les olvida que el crecimiento económico en el porfiriato, basado en un modelo de alta concentración de la tierra y de la riqueza y del capital, no sólo no permitió el desarrollo económico y social de la población, sino que además provocó una revolución, la primera en el Siglo XX. Nuestra Nación estaba sumamente inconforme contra ese gobierno tiránico y opresor que había privado al pueblo de sus derechos más elementales. Esa terrible crisis motivaba protestas generalizadas en todo el territorio, ya que solamente los privilegiados podían alcanzar los beneficios que les proporcionaba un gobierno dictatorial y abusivo, con un alto costo económico y social que dañaba gravemente a las clases marginadas, un elevadísimo porcentaje de los mexicanos. Esa situación tan dramática y extrema aumentaba el propósito de rebelión y eran preludio de una gran conflagración que se veía venir como consecuencia del enorme descontento que prevalecía contra la dictadura porfirista.

El dictador advertía que la situación había cambiado radicalmente y que las cosas cada vez más se ponían en su contra, por lo que aseguró en una entrevista que al final de su mandato se retiraría sin buscar la enésima reelección. Ante esa contundente declaración sus adversarios empezaron a manifestarse públicamente. Uno de sus principales opositores don Francisco I. Madero, de los más severos y activos en contra del gobierno porfirista, realizaba activos movimientos en toda la nación, denunciando la crítica situación que se vivía y manifestando su intención de participar en la futura contienda electoral por la presidencia de la república. Sin embargo, faltando a su palabra Díaz, participó nuevamente en las elecciones y por medios fraudulentos se reeligió nuevamente. Esas demandas burladas de procesos electorales limpios y libres de artimañas, propiciaron el llamado a la nación para derrocar al tirano por medio de la violencia.

Las pasadas y cruentas experiencias provocadas por la clase gobernante que con mano dura suprimía los reclamos de las clases marginadas, imponiéndoles castigos excesivos e injustificados que incluían penas de muerte como las de: "si los sorprendes infraganti, mátalos en caliente" sin importar que fueran delitos menores, o "aplícales el encierro, el destierro, o el entierro, para ver si así escarmientan". Por esas terribles represalias sufridas, los habitantes de nuestra región se solidarizaron con las demandas de sus hermanos de infortunio y no dudaron en tomar el camino de la rebelión y dieron oídos a las prédicas de dos personajes que desde hacía tiempo estaban comprometidos y tenían una inquina permanente contra el régimen perverso que los gobernaba, El primero era don Dionisio Reyes, modesto y conocido litigante en Gómez Palacio, que tenía mucha influencia con grupos de ciudadanos inconformes de esta población, el otro, era el profesor Manuel N. Oviedo, amigo personal de toda la confianza de don Francisco I. Madero, personaje lleno de grandes ideales libertarios y democráticos, con una capacidad innata para el proselitismo. Ambos trabajaban intensamente dentro de la clandestinidad para formar clubes anti releccionistas, apoyados por otros valientes elementos en la misma causa, como: Orestes Pereyra Cornejo, el doctor José María Rodríguez y los hermanos Aguirre Benavides, entre otros bizarros ciudadanos.

Don Nicho, como coloquialmente se conocía al señor Reyes, era originario de la ciudad de Durango y avecindado como gomezpalatino, era un afamado orador, que por sus dotes en la tribuna siempre se le comisionaba en las fiestas cívicas para dar los discursos oficiales y al haber sido elegido como Presidente de la Junta Patriótica, en la celebración del Primer Centenario de la Independencia Nacional, aprovechaba para lanzar arengas disimuladas a la población y amparado en el puesto convocaba a sus partidarios, integrantes de la Junta a reuniones en que el tema principal encubierto era el de la rebelión contra el gobierno constituido, acatando el Plan de San Luis de don Francisco y Madero que señalaba como fecha del levantamiento armado el 20 de noviembre a las 6 de la tarde. Por su parte, el profesor Oviedo nativo de Jerez, Zacatecas radicaba en Torreón, Coahuila, habiendo emigrado desde muy joven a la Comarca Lagunera con la finalidad de desempeñar su carrera magisterial y en paralelo desplegar sus ideales de libertad. La admiración y relación personal que mantenía con el señor Madero, favorecieron el desarrollo de sus actividades entre los simpatizantes de la rebelión armada y haciendo mancuerna fraternal con don Nicho difundían el contenido del libro de Madero, llamado "La Sucesión Presidencial de 1910", para motivar a sus prosélitos.

Ambos líderes conspiraban activamente con un numeroso grupo de simpatizantes, habitantes en su mayoría de la vecina ciudad de Torreón, que prometían aportar un gran contingente de voluntarios para iniciar el levantamiento el día convenido, planeando reunirse el día señalado en un punto intermedio entre las dos ciudades laguneras para no despertar sospechas de las autoridades, que ya conocían los propósitos revolucionarios. Ese lugar se ubicaba precisamente en el límite de los tres municipios hermanos de Lerdo, Gómez Palacio y Torreón, en la ribera derecha del Río Nazas donde en ese tiempo existía un tupido carrizal en el que pretendían ocultarse los rebeldes, actualmente se localiza el sitio frente al cerro de Calabazas.

Continuará...

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Escrito en: Crónica gomezpalatina

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