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En 1864, Santa Rosa de Lima (hoy Gómez Palacio) fue sede de los 'Supremos Poderes de la Nación'

CRÓNICA GOMEZPALATINA

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ (CRONISTA OFICIAL DE GÓMEZ PALACIO)

SEGUNDA PARTE

El día 5 de septiembre de 1864, don Benito Juárez recibe un comunicado enviado desde La Goma (actual municipio de Lerdo) por el general José María Patoni, informándole que "los 400 franceses ubicados en Cuencamé, ya están en contacto con otros tantos de Nazas y seguramente se juntarán en la noria de Pedriceña". También se recibe el aviso de que los franceses están por llegar a Matamoros, Coah., por lo que se toman providencias para abandonar la hacienda de Santa Rosa, lo que sucede el día 7 de septiembre, por ese motivo La República Itinerante saldría para siempre de nuestras tierras con rumbo a Mapimí, Dgo., habiendo hecho en consecuencia de nuestro terruño los días del 4 al 7 de septiembre de 1864 Sede de los Supremos Poderes de la Nación, dignísimo galardón que con orgullo ostenta Gómez Palacio en la historia de México, se retiró con la gratitud del Benemérito don Benito Juárez, después de haber recibido el apoyo generoso de don Juan Ignacio Jiménez, republicano dueño de Santa Rosa de Lima, y la solidaridad de los pobladores de este girón de tierra lagunera, habiendo arriesgado todos su propia integridad para respaldar al Presidente en su defensa heroica de la nación mexicana, participando de esa manera en una de las más grandes epopeyas de la historia nacional, en la cual se luchó durante cuatro años y cuarenta y cinco días, recorriendo 7,600 kilómetros de territorio nacional en condiciones por demás precarias, bajo la presión de la guerra contra el ejército más poderoso del mundo en esos tiempos y con la pérdida lamentable hasta esos momentos de más de 38 mil hombres nuestros.

Finalmente, las opciones se habían agotado, la estrategia de cerco militar de los franceses estaba demostrando su eficacia, convirtiéndose en un peligro extremo por lo que había que enfrentarlos con todo el rigor, valentía y patriotismo. La defensa de la dignidad nacional exigía utilizar hasta el último recurso. En Santa Rosa aún recibiría una carta del patriota general José María Patoni enviada desde La Loma, Dgo., donde le solicita al presidente hasta los últimos activos para cumplir su compromiso con la Patria y le dice. "Hacienda de La Loma, septiembre 7 de 1864, Sr. don Benito Juárez en Mapimí. Muy estimado amigo y señor: Como está en un estado tan fatal la mulada de artillería y tengo, además, algunos dragones desmontados por falta de caballos fuertes, al grado de no haber continuado hoy mi marcha por falta de mulas de tiro para mover las piezas, ordené al alférez de caballería Eduardo Bon, fuese a la sierra de Banderas a traer algunas pertenecientes a la hacienda de Avilez; pero este oficial me participa que algunos oficiales del Estado Mayor de usted pretenden tomar las mulas y caballos que conduce y, siéndome absolutamente necesarias para el servicio que dejo indicado, suplico a usted se sirva dar sus órdenes para que el expresado Bon avance sin dilación alguna con las mulas y caballos que conduce y que no le sean exigidas para otro objeto.

Nada de particular tengo que comunicar a usted respecto al enemigo hasta ahora que son las nueve de la mañana; únicamente diré a usted que hoy espero a mi compañero (González Ortega) en esta hacienda y que mañana se continuará la marcha.

Soy de usted afectísimo amigo y atento servidor que lo aprecia y b. s. m. José María Patoni"

Ningún obstáculo frenaría el empuje de los patriotas republicanos en la defensa de la integridad del territorio y de la independencia nacional. Juárez investido en ejemplo de conducta, esfuerzo y sacrificio, pudo convertirse en el líder que inspiraba la confianza que se transformaría en fuerza, porque logró mantener la bandera de la unidad nacional a pesar de todas las amarguras, traiciones, deslealtades y sufrimientos padecidos a lo largo y ancho de la nación. La egregia figura de don Benito provocó que el heroísmo de algunos se multiplicara. Cientos y decenas de miles de mexicanos, que tuvieron el privilegio de servir a la Patria desde diferentes trincheras, se convertirían en un impulso moral arrollador para restaurar la república hollada por la bota del invasor, el imperio y los traidores. En todos los confines del país, seguirán resonando las sabias sentencias del general Mariano Escobedo:

"Yo los desmentiré y vosotros sostendréis mi negativa. Vengo para que probemos lo contrario: Habéis aprendido a ser libres, y ningún descendiente de reyes tiene derecho para inscribiros en el registro de sus esclavos". Juárez, el más universal de los mexicanos; heredero de la nobleza de Hidalgo y Morelos; arquitecto de la República, de sus leyes e instituciones; Benemérito de las Américas por mandato de los pueblos latinoamericanos, vivirá por siempre en el corazón y la conciencia del pueblo de México, y en las naciones del mundo. Dondequiera que se intente hollar la dignidad nacional, seguirá como faro luminoso, guiando el sentido de la solidaridad universal el gran apotegma juarista "Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".

Ante un sinnúmero de circunstancias adversas Juárez triunfaría con el generoso apoyo de las fuerzas republicanas y de patriotas como nuestro paisano duranguense José María Patoni, el general Mariano Escobedo; Andrés S. Viesca; Jerónimo Treviño; Ildefonso Fuentes; Francisco Naranjo y el lagunero de la hoy Viesca, don Jesús González Herrera, gran amigo y compañero de ideales y luchas de Juan Ignacio Jiménez hacendado de Santa Rosa de Lima, quienes defendían a los habitantes del área de Matamoros de la Laguna contra las injusticias y el radicalismo del gobernador de Nuevo León Santiago Vidaurri, ya reconocido como traidor a la Patria por ser aliado de los invasores franceses, mismo que con sus actos de autoritarismo se anexó ilícitamente al Estado de Coahuila y pretendía hacer lo mismo con el Estado de Durango, luchando en contra de los Juaristas e incluso ordenó a su hijo Indalecio el asesinato del presidente Juárez. Este mismo nefasto personaje reconocería al imperio en un acto de lesa patria, que nunca le sería perdonado.

Por todos estos agravios Vidaurri sería fusilado, por la espalda, hincado y vendado de los ojos el 8 de julio de 1867 en la plaza de Santo Domingo de la capital del país, por las fuerzas de Porfirio Díaz previamente Juárez reestableció la Soberanía de Coahuila, y el 15 de julio de 1867 arribó a la capital de México para iniciar la restauración de la República y cumplir con su promesa de volver a izar nuestro lábaro patrio en el Palacio Nacional.

Ante el peligro latente aceleraron su travesía por el desierto coahuilense con rumbo al estado de Durango y Chihuahua y sin detenerse en Parras llega a la villa de Viesca, hospedándose en la casa del general Jesús González Herrera, donde convoca el 28 de agosto a una reunión de jefes militares, la cual se realiza el día siguiente: A las 9 de la noche del mismo día se reunió la junta compuesta de los Sres. Negrete, González Ortega, Alcalde, Aranda, Quezada, Guiccione y Carbajal. El punto central que se analizó en dicha reunión fue la propuesta de José María Patoni de concentrar todas las fuerzas disponibles para batir al enemigo en territorio duranguense o en el de Chihuahua, lo que la mayoría aprobó, no así Jesús González Ortega quien se opuso, argumentando que eso significaba debilitar al ejército y al gobierno, que perdería estatura moral porque la tropa y oficiales no querían ir a Chihuahua. Ante el apoyo de la mayoría a la propuesta de Patoni y Benito Juárez: Repitió Ortega que el obedecería y haría que su fuerza marchara a donde se quisiera; pero que el renunciaría a todo mando si se dirigían rumbo a Chihuahua" En la madrugada del día 4 de septiembre la República Itinerante abandona la Villa de Viesca, y para aligerar su marcha, el Presidente Juárez decide entregar la custodia de los Archivos de la Nación, a un grupo de patriotas de "El Gatuño" (hoy Congregación Hidalgo), de Matamoros, Coahuila, entre los que se encontraban Mario L. Orduña, Leonardo Ibarra, Sabino Reyes, Juan de la Cruz Borrego, Ángel, Vicente y Andrés Ramírez, Julián Argumedo, Diego de los Santos, Epifanio, Ignacio, Telésforo y Gerónimo Reyes, Mateo Guillén, Francisco Caro, Marino Ortiz, Guadalupe Sarmiento, Manuel Arreguín y Gerónimo Salazar, todos ellos coordinados por el general González Herrera. Estos valiosos mexicanos juraron al presidente proteger a costa de sus vidas los Archivos de la Nación, los cuales escondieron en la Cueva del Tabaco (hoy de los Supremos Poderes), realizando con entrega, abnegación y sacrificio una epopeya que quedaría grabada como una de las páginas más gloriosas de la historia patria de nuestro terruño, quedando como una hermosa realidad que el pueblo de México recibía al insigne presidente, acompañado de su comitiva cuando arribaba a las diferentes poblaciones del país, con muestras de adhesión a la causa republicana en su lucha contra los invasores franceses.

Gómez Palacio que ha sido escenario de grandes hazañas bélicas en su corta existencia, estará siempre eternamente agradecido con quienes entregaron su valiosa existencia y que en paralelo alcanzaron la inmortalidad, al combatir para que nuestra Patria fuera libre y soberana, por lo que nuestro terruño se enaltece de haber recibido en su seno a la "Gloriosa Caravana de la Libertad" y de haber respondido a su compromiso de lealtad y patriotismo, combatiendo a los invasores franceses y a sus aliados los traidores nacionales.

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Escrito en: Crónica gomezpalatina

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