La 'afrofobia' es un problema en Sudáfrica, pero la última oleada de atentados fue reminiscente de la violencia xenofóbica de 2008.
La violencia xenofóbica y los saqueos desatados en Sudáfrica la semana pasada, que han deteriorado las relaciones regionales y la imagen internacional del país, reflejan un problema mayor, la crisis económica y política que socava al modelo post-apartheid de 25 años.
Los disturbios antiinmigrantes en Johannesburgo y Pretoria causaron al menos 10 muertos, incluyendo dos extranjeros, y más de 400 arrestos; manifestantes y saqueadores destruyeron millones de dólares en propiedad privada, dejando negocios y casas incendiadas en las calles cubiertas de llantas quemadas, mientras que el gobierno del presidente Cyril Ramaphosa desplegó a la policía antimotines con gas lacrimógeno y balas de goma.
Los choques también llevaron a un conflicto diplomático entre Sudáfrica y su rival continental Nigeria, después de que el presidente Muhammadu Buhari del segundo país anunció que un enviado especial investigará la situación, y de que las autoridades sudafricanas, en respuesta, cerraran temporalmente sus representaciones en Abuya y Lagos.
Cerca de 600 nigerianos fueron repatriados de Johannesburgo el miércoles; sin embargo, Abike Dabiri, jefa de la Comisión para la Diáspora Nigeriana, afirmó que su Gobierno no dará ayuda financiera a quienes salgan del país. Agregó que Abuya seguirá responsabilizando a Sudáfrica e insistió en que compense a sus ciudadanos afectados.
La llamada "afrofobia" es un viejo problema en Sudáfrica, pero la última oleada de atentados fue reminiscente de la violencia xenofóbica de 2008 que dejó 62 muertos y que terminó, junto a la masacre de 34 mineros huelguistas en Marikana en 2012, con la fase idílica del modelo post-apartheid construido sobre la hegemonía política del Congreso Nacional Africano (ANC).