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Tres grandes mexicanos de la palabra

ENFOQUE

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

En el cielo luminoso de México hay tres estrellas que brillan con luz intensa y luminosa que las hace destacar entre las muchas que refulgen en el infinito. A pesar de su grandeza frecuentemente se olvidan y puede llegar un momento en que lamentablemente desaparezcan de la historia.

Desde nuestros años de preparatoria oímos y supimos de ellos, a través de la clase de Literatura Mexicana que impartía con erudición y sapiencia el maestro don Antonio Hernández y Souza.

En aquellos años, tal vez por las distracciones que como jóvenes teníamos, no le dimos la importancia y el valor que merecía la alusión al trabajo literario de estos tres grandes mexicanos.

Pertenecientes a distinta época y por tanto a diferente generación, coinciden no obstante en el tiempo y en el espacio para darnos a conocer su trabajo, inspirado siempre en el amor a la Patria. Escribamos sobre ellos:

JESÚS URUETA.- Uno de los más notables oradores que ha tenido la República. Originario de Chihuahua capital, donde nació en 1868, se distinguió como escritor y polemista. Su candente y vibrante oratoria se inspiraba frecuentemente en imágenes y paisajes griegos, por lo que se le atribuyó el adjetivo del "Orador Helénico".

Participó con éxito en la política nacional, desempeñándose como diputado federal en la XXVII y XXXII Legislaturas. Destacando en el foro y en la tribuna como un formidable orador. "Hablar de elocuencia en México es hacer una inmediata alusión a l príncipe de la oratoria, valiente y gallardo orfebre de la palabra hablada y escrita. No de la palabra servil y cobarde de quien adula y se humilla, sino de la palabra del hombre como instrumento que canta, piensa y seduce; del sonido que llega al espíritu convertido en lluvia de oro y hace fertilizar y germinar el mundo de las ideas y les da un contenido de belleza y de verdad", decía de Urueta, el maestro Andrés Serra Rojas.

Uno de sus biógrafos, el doctor Ramón Puente, lo describe de la siguiente manera: "Urueta fue intensamente mexicano y revolucionario idealista, ligado a la historia de su patria con todas sus tragedias y con todas sus manchas. Amaba sus tradiciones, sobre todo la liberal, que traía de abolengo, sus heroísmos; deploraba sus miserias y sus caídas. Con su elocuencia defendió siempre a sus héroes contra los ataques de los iconoclastas y los farsantes". Murió en 1920.

Lo que sigue es una prueba de lo que se afirma: "Pues bien, Benito Juárez es, ante todo, mexicano. Las grandezas de su carácter, son las grandezas del carácter de su raza, realzadas en él como una concreción y como una síntesis; pero sobre todo es un miembro de la humanidad, una figura de primer orden entre las grandes figuras de la historia, caudillo, héroe, de los que se ha dicho en intencionada frase, ¡que no tienen patria, porque sus actos son como gotas de sangre que circulan en el organismo entero de la humanidad, nutriéndolo de vida y floreciéndolo de amor!".

(Fragmento del discurso a Juárez pronunciado el 18 de julio de 1901).

LUIS CABRERA.- Nació en Zacatlán Puebla en 1876. Se distinguió como jurista, escritor y poeta. Entre las brillantes figuras que aportó la revolución de 1910, Luis Cabrera ocupó uno de los lugares más prominentes. Inteligente, certero y valiente en sus juicios, afrontando decisiones trascendentales para la vida de la Nación, don Luis actúa en uno de los momentos más difíciles de la historia patria, adoptando el seudónimo de Blas Urrea, que es como mejor se le conoce.

Publicó: El Balance de la Revolución, Obras políticas del Lic. Blas Urrea, Problemas trascendentales de México, La herencia de Carranza, La cuestión religiosa en México, firmados bajo el seudónimo que lo hizo famoso.

Con el anagrama de su nombre, Lucas Ribera, publicó como literato, Musa Peregrina, La Señorita Elisa; un volumen de traducciones poéticas escogidas del francés, del inglés y del hindú. Tradujo del hebreo al castellano el Cantar de los Cantares de Salomón. Una eminencia, pues. Pero donde brilló más fue en la tribuna de la Cámara de Diputados cuando fue legislador en 1912 y 1917, defendiendo siempre los postulados de la revolución y los principios de la Constitución Política. Murió en la ciudad de México en 1956.

"Varón fuerte en toda la extensión de la palabra, Carranza era un hombre vigoroso, con la fuerza tranquila de los hombres buenos que jamás alardean de su superioridad física, ni abusan de ella para ocultar su cobardía. Era un atleta que jamás ostentó actitudes de pugilista ni agilidades de bailarín y cuya salud nunca se dilapidó en disipaciones ni en orgías".

"Su cuerpo era lo que debía ser, el depósito de su alma, un pesado vaso de bronce macizo hecho para contener una voluntad de roble y un corazón de apóstol. Como cualidades morales tenía la tenacidad de Aníbal, la prudencia de Fabio, la fe de San Pablo y el entusiasmo de Mahoma, templados en la práctica por la ecuanimidad de Arístides y la majestuosa severidad de Catón".

"De cuerpo y alma, en suma, era más grande que el término medio de sus compatriotas, único cartabón con que podemos medirlo, ya que como dice Schiller "no se puede pesar en la balanza de la perfección el mezquino producto de la realidad".

(Oración fúnebre a Carranza al exhumar sus restos en 1925).

JOSÉ MUÑOZ COTA.- Nace en Ciudad Juárez, Chihuahua en 1907. Su afición por la oratoria se demuestra desde muy pequeño, haciendo gala de sus excepcionales dotes de tribuno a muy temprana edad. Elocuencia, emotividad, conceptuación, mímica y elegancia son las cualidades que caracterizan a este gran orador mexicano.

Fue el Primer Campeón Nacional de Oratoria al ganar el concurso organizado por el periódico El Universal, en 1927, es decir a los 20 años de edad. Haber triunfado en este certamen le valió representar a México en el Concurso Internacional de la Palabra celebrado en Washington, Estados Unidos de Norteamérica. Pudo haber pronunciado su discurso en inglés, idioma que dominaba, pero prefirió hacerlo en español.

Presentó una brillante y bien estructurada pieza oratoria que impresionó y sedujo al jurado calificador, obteniendo el segundo lugar, pues el primero le fue concedido, por obvias razones al representante del país norteamericano, anfitrión del concurso.

En estas circunstancias el joven y brillante orador se percata que se halla en una triste y paradójica realidad: es campeón de oratoria pero no tiene trabajo. Es entonces que recibe la invitación del Gral. Lázaro Cárdenas a participar al lado de Luis I. Rodríguez, otro grande de la oratoria en su campaña política como candidato a Presidente de la República, de quien fue su secretario particular en esta etapa.

Ya Presidente Cárdenas, lo hace Jefe del Departamento de Bellas Artes, lo que hoy es el INBA; además de diputado federal y embajador de México en varias naciones de Centroamérica. Ávila Camacho es designado candidato, y Muñoz Cota lo llama el "Soldado desconocido", al no encontrar ninguna batalla en su hoja de servicio.

Esto enojó al candidato, quien una vez que asumió el poder, se sacudió al orador y poeta, nombrándolo embajador en Guatemala, Costa Rica, Honduras y Panamá, así como cumplir varias comisiones en Argentina, Chile y Venezuela. Esta circunstancia le hizo tomar la decisión de dedicarse de plano a la carrera diplomática.

Muñoz Cota cultivó la poesía, el cuento y el ensayo. Su expresión poética derivó hacia una corriente revolucionaria como en "Romances de la hoz y el martillo" o el "Corrido de Emiliano Zapata". Después se ocupó de temas del pueblo mexicano como en "Agonía del llanto de Tehuantepec" o "Canto a Juchitán". En sus escritos periodísticos cuestiono el sistema político mexicano. Murió en 1993.

"Allí estaba el paisaje, sí, pero también estaba allí el problema de México. Tan mexicano el problema, tan integralmente mexicano, como que es uno solo, desde el norte hasta el sur el problema de los de abajo, tratando de erigirse, el problema de los indios que en los cafetales van dejando jirones del alma, del alma melancólica de su raza, imposible todavía de morir como aquellos que un día se ofrendaron con la gloria juvenil de la victoria; allí estaba el paisaje, pero también estaba el dolor, también estaba el hambre, también estaba la miseria, y por encima de la tragedia de nuestros indios, que es la tragedia de los indios de todo México, un solo anhelo, una sola esperanza, un solo fin: la liberación de los oprimidos...".

(Párrafo de su discurso en defensa de la cultura autóctona) [email protected]

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