Columnas Social

Ensayo sobre la cultura

Los sistemas y la corrupción

JOSÉ LUIS HERRERA ARCE

Las leyes se hacen para regular las actividades entre los hombres. Ya hemos observado en artículos anteriores que la norma pone límites a las libertades absolutas en vías a lograr en bienestar en la sociedad. En otros campos donde interviene el hombre, la regla dirige las acciones para conseguir un objetivo, sin afectar a nadie. Todo tiene leyes y se supone que siguiéndolas es la mejor manera de realización consiguiendo también los objetivos de la sociedad, la cultura y la naturaleza.

La corrupción es infringir una ley con el fin de lograr objetivos particulares no importando que tanto afectemos el entorno que nos rodea. En el supuesto estado natural del hombre, lo que se impone es la fuerza, según Hobbes. Por ello, en un momento dado, se acepta vivir bajo una legislación, que según la ideología se desprenderá de una persona, el rey o el Papa, o de un grupo de personas que representan a una sociedad, las cámaras legislativas. Las leyes se hacen para todos, no importando su rango social; cuando eso no sucede, entonces hay inestabilidad, se desarrollan las protestas que se convierten en revoluciones y que terminan cambiando las leyes tratándolas de hacer más justas.

El sistema se corrompe, cuando los individuos en lugar de regirse por las normas, actúan contra ellas y alteran las instituciones con el fin de salirse con la suya. Actualmente, hay muchas formas para evitar que las leyes se apliquen cuando los procedimientos se corrompen, y en lugar de castigo, los delincuentes salen exonerados, o con castigos mínimos de pérdida de libertad, que no les quita el disfrute monetario de lo mal habido y ya no siquiera representa el repudio de la sociedad.

Lo mismo, cuando los puestos públicos se ocupan por personajes cuya única intención es el beneficio personal, sin preocuparles el bien común a lograr para el cual han sido contratados, los sistemas sucumben porque aparte de llevar al caos a las empresas que debieron sacar adelante, traicionan la confianza que el pueblo depositó en ellos, afectando a la credibilidad que en el futuro se pudiera tener de otros personajes con mejores intenciones. De esta forma, también se afectan las esperanzas que se tienen en los sistemas, metiéndonos en una dinámica que forzosamente terminará en caos.

El principio de la cultura era eliminar el caos. Cuando la corrupción nos vuelve a arrojar al mismo estado inicial, entonces hay que comenzar a construir de nuevo sobre la nada, o simplemente dejarse llevar a la pérdida de la conciencia en una vida sin objetivo.

Cuando los sistemas defraudan es cuando nos dejamos llevar por el canto de las sirenas que con toda facilidad ofrecen paraísos terrenales religiosos o ideológicos que en lugar de resolver nuestro problema nos convertirán en esclavos de otras voluntades que sabrán explotarnos nuestras propias culpabilidades o nuestras esperanzas en un futuro sin que nos veamos obligados a aportar algo de nuestra parte, tan sólo nuestra libertad.

La corrupción es lo que no permite llevar las buenas intenciones a buen puerto. Muchas utopías se han diseñado en las historias del mundo, pero éstas no han partido de la verdadera realidad del hombre. Lo mismo los sistemas económico políticos que siguen las naciones porque a final de cuentas vienen a aterrizar en el depósito de la confianza de un hombre quien se ve en la disyuntiva de escoger entre su bien particular en contra del bien de la institución o viceversa.

En las empresas privadas, por lo general, ambos bienes se dan juntos. En las empresas privadas, o es uno o es otro. Muchos hombres públicos se encuentran señalados por la sociedad como corruptos, ante leyes lentas que se ven imposibilitados en dar castigos ejemplares, ya que la ley los limita para hacerlo. Y quien bien sabe de leyes, conoce la manera de violarlas sin manchar su plumaje.

El problema es más profundo, porque el poder legislativo también puede corromperse, y en lugar de actuar para el bien general, puede dejarse doblegar para hacerlo para fines particulares, para quitar las trabas que estorban para conseguir fines que van a afectar a la mayoría en beneficio de unos pocos.

Si el bien común se consigue por medio de las leyes, entonces éstas deberían de ser de vital importancia para la cultura y sobre todo para el sistema educativo. Cuando la educación cívica se menosprecia, o la ética, la moral, la estética, no es más que una prueba de que a la sociedad la estamos llevando al caos, a su fracaso total para llegar a la anarquía donde lo único que imperará será la fuerza del bruto. Adiós civilización.

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