Cultura

Librerías de la memoria

Los negocios de libros usados prosperaron en la calle Galeana

Ávido. Don Jesús Campos inició su particular negocio en el extinto Mercado Villa.

Ávido. Don Jesús Campos inició su particular negocio en el extinto Mercado Villa.

SAÚL RODRÍGUEZ

Entrar a una librería de libros viejos es recorrer la historia. Al tomar los ejemplares, el polvo que ha dejado el tiempo sobre ellos se impregna en las manos. El papel amarillento en su interior da las palabras que guiarán al lector a una nueva aventura.

Las hojas de estos ejemplares se tornan amarillas con el paso de los años, porque la lignina que contienen (sustancia propia de la madera) se oxida al contactar con el ambiente. De ellas se exhala un aroma acartonado, de nostalgia, que también evoca imágenes.

Las crónicas de Torreón señalan a la calle Galeana y a sus alrededores como la zona pionera en negocios dedicados a la compra y venta de libros usados. Su auge se leyó en los últimos 30 años del siglo XX, hasta que la construcción de la Plaza Mayor, en la pasada década, obligó a escribir un nuevo capítulo.

Hoy, algunas de aquellas librerías sobreviven dispersas por el centro de la ciudad, como libros que han cambiado de estantería.

TODO FUE UN INCIDENTE

La zona de la Galeana aún guarda un rincón dedicado a la lectura. En contraesquina del Palacio Federal, en una construcción que saluda con su art dèco, Don Jesús Campos charla con un grupo de clientes que lo han visitado en una mañana de mayo.

El locatario es como un libro, siempre tiene la amabilidad de abrirse. Comenta a sus compradores que él empezó su negocio en el Mercado Villa hace casi 40 años, donde su familia también tuvo un puesto de legumbres.

A continuación da media vuelta, extrae un sobre de una vitrina y saca una fotografía del extinto mercado, como aquel que toma su novela favorita y vuelve a una página que le fue significante. En su rostro se escribe una sonrisa: "Esto a todo mundo se lo enseño".

La mañana ha sido buena, sus clientes han llevado varios libros, como en los viejos tiempos del Mercado Villa.

"Ahí empecé con un incidente de unos libros que me regalaron en los años ochenta y nació la cuestión de comprarlos y venderlos. En el Mercado Villa trabajé 30 años de mi vida ".

Con emoción, Don Jesús ojea las páginas de su memoria y recuerda que aquellos libros se empezaron a vender con precios de uno a 50 viejos pesos. Ávido, trabajaba de siete de la mañana a siete de la noche. Sus principales clientes eran estudiantes que compraban libros usados por su bajo precio.

Pero todo párrafo tiene un punto final. El proyecto de la Plaza Mayor borró a varios edificios de la zona, incluido el Mercado Villa.

"El Gobierno se inclinaba a 'favorecer' a los locatarios comprándoles. Fue una catástrofe, en el aspecto de que al que tenía sus papeles en regla le daban buen dinero con ese pretexto; al grado de que encerraron dos manzanas completas para tratar de adueñarse de todo. Ya cuando llegamos a hacer un pacto con ellos, desgraciadamente, ya no fue efectivo. Sabiendo que los mercados municipales están ligados al Gobierno, nos desplomaron, tumbaron todo y no nos acomodaron donde nos habían prometido".

El vendedor de 70 años de edad indica que el acuerdo consistía en cambiarlos a locales en la calle Ramón Corona y la avenida Allende. No fue así. Resignado, tuvo que mudarse a otro local en la calle Galeana, allí permaneció cuatro años y soportó las bajas ventas que causó la construcción de la Plaza Mayor.

Actualmente, su negocio está en un viejo edificio sobre la avenida Juárez. Comenta que en promedio lo visitan 10 clientes al día, pero rectifica que no es seguro: "Los días son tan raros que a veces no se nos paran ni las moscas".

Don Jesús es sensato, sabe que las ventas han bajado. No obstante, con orgullo considera a la zona de la Galeana como su "barrio" y en ese lugar pretende vender libros hasta que "Dios lo permita".

EL LOCAL DE LOS WOO

Recargado sobre el mostrador, Don Javier Woo rememora que, tras pensionarse en 1995, puso su negocio de libros usados sobre la calle Galeana. Allí se instaló en lo que era la Logia China (actualmente la cochera del Teatro I. Martínez). Después, se mudó a un local enfrente, hasta que la aparición de la Plaza Mayor lo forzó a trasladarse otra vez por la misma calle.

Actualmente, su librería se encuentra en calle Falcón y avenida Morelos. Un letrero en la entrada da la bienvenida con la leyenda: "El Libro Usado".

A sus 76 años, Don Javier ríe antes de compartir con voz pausada que en 1993 comenzó a vender libros usados en Monterrey (donde tiene otra librería).

"Conocí a una persona allá y nos hicimos amigos. Él tenía una librería de este tipo. Entonces, yo trabajaba en una filial de teléfonos y un día me dijo: 'Oye, ¿por qué no pones una librería?'. Antes de salirme de trabajar, poco a poco empecé a comprar libros y él me asesoró".

También recuerda los tiempos en la Galeana, la cual considera que fue un mercado del libro usado donde ningún locatario era visto como competencia.

Respecto a los nuevos tiempos, piensa que el aprendizaje se facilita más al tener un libro físico que un archivo virtual; lo cual, dice, es un problema para los jóvenes.

"La cuestión de asimilación, el tiempo, cómo lo traes, cómo repasas. No es lo mismo el libro físico, que puedes releer para llegar a comprender, a traerlo en la 'maquinita'".

Entre los 10 y 12 clientes que él y su hija atienden al día, existe "gente conocedora" que consume un sinfín de géneros literarios, volúmenes académicos y libros técnicos. Parte de ello son jóvenes que se interesan por la lectura.

EL LIBRO NO HA MUERTO

Entre el olor a papel viejo, el sonido de las campanas de la Iglesia del Perpetuo Socorro parece vaticinar una homilía literaria. Sentada tras los cristales del local, Doña Dora Alicia Romero, de 69 años, ve circular el tiempo que pasa página por la avenida Juárez, en casi esquina con la calle Treviño.

Los estantes grises de la Librería Otelo asemejan edificios donde en cada piso habita un autor diferente. En sus pasillos, el lector se convierte en una especie de vagabundo, en un alma libre que no sabe adónde va y termina con las manos empolvadas.

Doña Alicia señala que la Librería Otelo es otro de los negocios que emergieron en la zona de la Galeana y que comenzó sus actividades a principios de los años noventa, en un local ubicado a un costado del Teatro I. Martínez, sobre la avenida Matamoros. Ahí permaneció casi 25 años.

No obstante, la Plaza Mayor también le obligó a mudarse. Con los altos precios que manejan las rentas en el centro de Torreón, Doña Alicia comparte que tuvo suerte en encontrar un lugar donde se la hecho descuento.

La casi septuagenaria revisa el índice de sus recuerdos y elige el capítulo en el que muchos niños, acompañados por sus padres, visitaban la antigua librería. Ellos, asegura, no han dejado de frecuentarla ahora que se han convertido en adultos. Su relación con los libros comenzó precisamente así, en su niñez.

Con la mano derecha descansando sobre una pila de ejemplares, expresa que los más de 20 mil libros que guardan sus estantes llegaron de diferentes latitudes.

Pero Doña Alicia se acongoja. Al igual que Don Jesús y Don Javier, menciona que en los días buenos tiene máximo 10 clientes al día y exclama su preocupación por el desinterés de algunos jóvenes, ya que considera que nadie les otorgará la cultura que brinda un libro.

"Me preocupa la frialdad, la falta de curiosidad de los jóvenes (...) Me da mucha tristeza que lo que yo he aprendido con el libro, esa seguridad, ese objetar, como que nunca estás sola con uno en la mano, ¡qué hermoso es tener esa oportunidad! entonces me dan mucha lástima los jóvenes que pasan y ni siquiera voltean a la librería".

No obstante, es una enamorada de su oficio. Disfruta conversar con sus clientes y los lee como si se tratasen de sus textos más preciados.

"Cosa curiosa que dicen que el libro no sirve para nada, que no lee la gente, pero el libro no ha muerto. La librería tiene casi 30 años y está viva", finalizó.

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Escrito en: Librerías Libros viejos Librería Otelo

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