Hace tiempo, un niño de aproximadamente 12 años, me llamó por teléfono para platicarme sobre Lucas, un perro de talla mediana, jovial, sumamente expresivo, y que sin ser de raza pura, denotaba por sus rasgos físicos, que alguno de sus antecesores fue bóxer.
Después de saludarme e identificarse, se puso a llorar, lo cual se me hizo a mi raro, y le pregunté: ¿Qué le pasó a Lucas? ¡Está enfermo!, me contestó entre llantos, ¡es algo peor!, ¿se murió?, le pregunté y me contestó: no, peor que eso. A ver, cálmate un poco y explícame que es peor que eso.
Me dijo: ¿Se acuerda de mi papá que no quería a mi perro? Si me acuerdo, le dije, pues el fin de semana me dijo: Ponle un cordón al perro y súbelo a la camioneta. Emocionado porque mi papá nunca había demostrado interés por mi perro que es mi amigo, pensé que había cambiado de parecer y que lo íbamos a llevar a pasear, le dije a mi papá: Yo me voy con Lucas en la caja de la camioneta, pues como a él nunca lo hemos sacado a pasear, no vaya ser que se le ocurra brincar y se accidente.
Nos fuimos pues mi papá, mi perro y yo… a lo que yo pensaba sería por fin un acercamiento de los tres, y al igual que mi perro, ladraba de gusto, yo sonreía acariciándolo para calmarlo, mientras que mi papá solo en la cabina, se dirigió al oriente de la ciudad por avenidas y colonias nuevas que yo no conocía.
Después de un rato de ya no ver casas, mi papá paró la camioneta y me dijo: Baja al perro, lo cual yo hice de inmediato. Acto seguido, solté a Lucas para que corriera, lo que hizo con mucho gusto sin dejar de ladrar, y sin más, mi papá me dijo: Súbete a la camioneta, a lo que le pregunté: ¿Tan pronto? Y me respondió: Si, ya vámonos, y yo le dije: Espera, entonces que venga Lucas, su respuesta me dejó frio: El perro se queda aquí, vámonos.
Acostumbrado a obedecer a mi papá, me subí a la camioneta, llorando y sintiéndome desconcertado, pues lo que mi papá quería hacer, no era congraciarse con mi perro, sino abandonarlo a su suerte.
Nos fuimos mi papá y yo, y al voltear hacia donde había corrido mi perro, noté que éste al escuchar el ruido de la camioneta y ver que ésta se alejaba, corrió a todo galope para alcanzarnos mientras mi papá aceleraba para que no nos alcanzara.
Como Lucas no dejaba de correr detrás de nosotros, mi papá paró de golpe la camioneta y tomó el lazo para amarrar a Lucas, quien ya nos había alcanzado muy alegre lamiéndole las manos a mi papá, pues pensó que por fin se había dignado a jugar con él. Acto seguido, mi papá lo amarró a los arbustos y después nos fuimos de ahí, mientras Lucas ladraba desesperado, pues no entendía el juego, cuando la realidad es que mi papá fue determinante al decirme: El perro se queda aquí.
¿Cómo ve?, me preguntó después de este relato, por unos momentos no supe qué contestar, le expliqué que podía entender que ya no pudieran tener al perro, pero que era su responsabilidad en un caso extremo, buscarle un nuevo hogar, pero jamás abandonarlo.
Días después, supe por el mismo niño, que el perro regresó con parte del cordón amarrado a su cuello y por suerte me platicó que al llegar el perro, estaba él afuera de su casa junto con su papá y Lucas llegó flaco y un poco sucio, lamiéndoles en agradecimiento por haberlos encontrado, tratando de congraciarse con ambos. Mi papá, me dijo el niño, no pudo menos, ante tales pruebas de cariño, que recibirlo de nuevo en la casa. Me comentó también que no había podido dormir del remordimiento, pensando también que me había dado con ello un mal ejemplo, pensando que tal vez yo pudiera abandonarlo a su suerte cuando ya fuera viejo. Por toda respuesta, le di un abrazo a mi papá agradeciéndole, me dijo el niño, y diciéndole que eso jamás yo lo haría.
Y ahora, para terminar, una gota de filosofía: Integridad es hacer lo correcto, aunque nadie te esté mirando.
