Llueve sobre las tierras del Potrero; llueve esa mansa lluvia que hace Dios y que es Dios mismo convertido en agua.
Los hombres están hechos de tierra, dice el Libro. A veces lo dudo: la
tierra es siempre agradecida. Basta un poco de Dios -un poco de agua- para que la tierra diga su acción de gracias con un salmo de hierba verde. Aparecen flores inéditas, y las pequeñas criaturas del campo salen a estrenar el mundo.
Ayer llovió toda la noche. Me despertó la lluvia con sus pespuntes en el techo. Era de madrugada. Yo iba a tomar un libro para esperar el día. No lo hice. Me puse a oír la música del cielo, y en la alta hora sentí latir la tierra como laten los muslos de la mujer cuando recibe la semilla germinal.
A la luz de la lámpara abrí la ventana, tomé en el cuenco de la mano agua del chorro que caía por el goterón y la bebí con reverencia, como quien comulga.
Sentí que esa eucaristía me lavaba, y por ella di gracias a Dios.
¡Hasta mañana!...