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EL DAÑO SOCIAL Y EL PERDÓN

Zaide Séañez Martínez

Tal parece que pedir disculpas se puso de moda a raíz de la carta que AMLO envió al Rey de España, Felipe VI. Si se ha exagerado o no en la reacción que generó en México, y en otras partes del mundo, no es tema de este comentario. Más bien quiero proponer que, aprovechando el tema, hagamos una reflexión sobre el acto humano de ofrecer perdón por las ofensas, faltas u omisiones que generamos a nivel social por nuestras acciones y decisiones.

Sin duda que cometemos errores… y muchos, pues somos humanos. El primer paso es reconocer que nos hemos equivocado, pues si esto no sucede, no se ofrecerá la disculpa, o al menos no de manera sincera. En la cultura machista, pedir perdón ha sido signo de debilidad o característica de quien ejerce el poder o la autoridad. Por ejemplo, hace unos 50 años no era común que los padres pidieran disculpas a sus hijos; que el patrón, después de humillar a su empleado, le pidiera perdón, o si por algún comentario o chisme se ofendiera a otra persona, se optaba por alejarse antes que mostrar humildad y reconocer la falta. Cuando hay un asunto pendiente entre dos personas, el rencor o resentimiento es algo que ata, por lo que el perdón libera, tanto para quien lo ofrece como para quien lo acepta.

Hay conflictos interpersonales, pero hay mucho otros que suceden en el ámbito del grupo, la comunidad, la nación o el planeta. Hay muchos motivos que como mexicanos tendríamos para disculparnos. Por permitir que nuestros gobernantes no cumplan con su juramento de velar por el bien y la prosperidad del país (Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, Art. 87). Cuando no nos indignamos por los más de 53 millones de habitantes sumidos en la pobreza (CONEVAL, 2016). Por no exigir que los jóvenes tengan la oportunidad de estudiar una carrera, pues según datos de la SEP, en 2018 la cobertura fue del 38.4%. Por no valorar la riqueza cultural de los más de 11 millones de indígenas mexicanos (Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas). Por la falta de oportunidades para el 60% de las mujeres que participan económicamente, pero desde la informalidad, sin garantías ni prestaciones. Y también habría que aprender a pedir perdón a la madre tierra, por tanto daño que le causamos con nuestras actividades.

El comandante Marcos reclamó al gobierno en el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional si el pueblo indígena chiapaneco debería pedir perdón por no morir de hambre, por no callar su miseria, por no aceptar la carga histórica de desprecio y abandono o por no apegarse a las "normas y mecanismos" establecidos para dar a conocer sus demandas. Y se preguntó: "¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?". (Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, 1994). Creo que esta pregunta sigue sin respuesta, pero valdría la pena no olvidarla.

El acto de perdonar lleva implícito dos voluntades: el arrepentimiento sincero del que solicita el perdón y la disposición de olvidar por quien lo otorga. Mucho me temo que hay tanto deterioro social que la disculpa no será suficiente. Habrá que buscar y generar las oportunidades personales que contribuyan a la reparación del daño y a la reconciliación social.

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