Columnas la Laguna

IBERO TRANSFORMA

YO SIN MI CELULAR, NO PUEDO VIVIR

FLOR A. VARGAS CORTÉS

La vida siempre ha cambiado constantemente, y en tiempos recientes todavía de forma más dramática. La llegada de nuevas tecnologías ha tocado de forma permanente la vida de todos, máxime la de los jóvenes "nativos digitales", para quienes los tiempos cambiantes son lo más normal.

Sin embargo, la tecnología, como con cualquier otra herramienta, no se puede calificar como buena o mala por sí sola, sino por el uso que se le dé.

En ese sentido, el celular ha tenido una gran evolución cuando, a partir de 2007, fue introducido el teléfono inteligente, que ha resuelto muchas de las dificultades de comunicación inmediata, sobre todo, pero también, ha abierto el mundo del internet en la palma de la mano. A poco más de una década de distancia son notorios los cambios en la sociedad.

No todo ha sido bueno, de hecho, la incorporación de esta herramienta a la vida cotidiana desde edades muy tempranas, ha traído como consecuencia trastornos emocionales importantes; ahora se socializa menos cara a cara y se ha desarrollado un "lenguaje" de abreviaturas e imágenes que pretenden comunicar una inmensidad de mensajes en forma breve.

Si los celulares y dispositivos electrónicos con pantalla están al alcance de cerebros todavía inmaduros, desde un bebé hasta un adolescente, se les está impidiendo que aprendan de la realidad tangible y se sumerjan en la realidad virtual, desproveyéndoles de las posibilidades de aprender a interactuar con otras personas y obtener de ahí los constructos para sus relaciones sociales que a la larga, los colocarán en grave riesgo de no poder vivir en la vida real y tener que abstraerse de ella para instalarse en la realidad paralela que les ofrecen las pantallas.

No es sorpresa, pues, ver que cada vez más existen problemas con el manejo de las emociones, puesto que el efecto adictivo de los dispositivos es real y se desarrolla en todo aquel que no pueda ponerle freno, que es la mayoría de las personas, incluso adultas. Todavía es más grave para cerebros que están en desarrollo, en las etapas más importantes de crecimiento y expansión de conocimientos.

Se han popularizado problemas de depresión, de ansiedad, de poca tolerancia a la frustración, así como trastornos del sueño, alimenticios y otros más de diversas índoles. Es común observar la imposibilidad de chicos y grandes de permanecer sin el dispositivo en las manos, así sea sólo para ver las notificaciones. Se está más conectado a la red, al internet, que a las personas de alrededor.

Es de suma importancia que, los adultos inicialmente, se ponga extrema atención a las conductas poco sociables que se han desarrollado en cada uno, y reflexionar antes de poner una pantalla en las manos de un menor. Reconocer si es necesario y, sobre todo, poner límites cuando la adicción aún no ha aparecido, antes de que se convierta en un problema social con graves afectaciones psicológicas, máxime cuando la salud de los hijos es responsabilidad de sus padres o cuidadores. Esos hijos crecerán, esperemos que lo hagan sanos y con sus capacidades plenas para vivir en la realidad.

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