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Terremotos

El próximo terremoto: ¿Qué tan vulnerables somos?

Los especialistas hablan hoy de una amenaza que se extiende 230 kilómetros por la zona de subducción mexicana en la que se podría desatar uno o varios sismos de gran escala

(EL UNIVERSAL)

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AGENCIAS

El 4 de noviembre de 1799, Alexander Von Humboldt fue sorprendido por una fuerte sacudida de tierra. El explorador se encontraba recostado en su hamaca en Cumaná, en la costa de lo que hoy es Venezuela, cuando la gente comenzó a correr despavorida. La ocasión era única para el científico quien, con cabeza fría, sacó su instrumental y comenzó a medir la onda sísmica. La sorpresa que experimentó quedó registrada en su diario: "Por primera vez debemos desconfiar de un suelo en el que durante tanto tiempo hemos plantado nuestros pies con confianza".

Poco más de dos siglos después, el mismo escepticismo mueve el trabajo de sismólogos como Víctor Cruz Atienza, investigador del Instituto de Geofísica, quien junto con su equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y en mancuerna con el gobierno japonés, busca comprender la llamada brecha de Guerrero, en México, una región en la costa del Pacífico donde se podría esperar que ocurriera un terremoto de mayores proporciones que el de 1985 (magnitud 8.1), el mayor desastre de la historia del país.

LATIGAZO GEOLÓGICO

La franja de 130 kilómetros se ubica en la Costa Grande de Guerrero, entre Acapulco y Papanoa, ambos poblados fueron epicentros de dos sismos recordados por las catástrofes que ocasionaron: La caída del Ángel de la Independencia en 1957, y el derrumbe de la Universidad Iberoamericana en 1979. Según las estimaciones científicas, el periodo de retorno o de recurrencia de esta región debería de ser entre 30 a 60 años. Es decir, que la energía acumulada se debería liberar -lustros más, lustros menos- en este lapso de tiempo. No obstante, la brecha de Guerrero no ha presentado un sismo significativo desde el 16 de diciembre de 1911 (magnitud 7.5). Es decir, poco más de un siglo en el que, por si no bastara, se ha sumado una franja de 100 kilómetros al sur, rumbo a la frontera con Oaxaca, donde ya han transcurrido 62 años desde el último sismo importante.

De ahí que los especialistas hablen hoy de una amenaza que se extiende 230 kilómetros por la zona de subducción mexicana en la que se podría desatar uno o varios sismos de gran escala. "Es como una liga. Si la estiras y la estiras hasta que ya no aguanta, se rompe. Me da un latigazo por la elasticidad (…). Ocurre exactamente igual en la roca. El continente se deforma y cuando no aguanta más, se desliza y ese movimiento brusco de la falla geológica es el que genera las ondas sísmicas", dice Cruz Atienza.

La comprensión del peligro sísmico de la Ciudad de México se ha basado en duras lecciones. Si bien el sismo de 1957 (magnitud 7.8) representó el nacimiento de la ingeniería sísmica en el país y la creación de los primeros reglamentos de construcción, y el de 1979 (magnitud 7.6) la adaptación de éstos a los nuevos parámetros, no fue hasta 1985 cuando se comprendió la vulnerabilidad que padecía la megaurbe. "Entonces se conoció la amenaza sísmica en su verdadera dimensión (…). Los expertos no sabían qué tan fuertes podrían ser las sacudidas en la Ciudad de México porque no había registro histórico, no había un antecedente para poder advertirlo", dice el investigador nombrado uno de los mejores científicos del mundo por la revista Nature en 2017.

Según algunas estimaciones, el terremoto de 1985 dejó al menos 10 mil pérdidas humanas (la cifra oficial dice que fueron 4 mil 541) y 16 mil 200 inmuebles afectados, de los cuales 14% presentó colapso total o parcial (según estimaciones de la entonces Dirección General del Instituto para la Seguridad de las Construcciones en el Distrito Federal), y pérdidas materiales por 4 mil 100 millones de dólares. A pesar de todo, la tragedia se tradujo en la creación de programas de protección civil y en el diseño del Sistema de Alerta Sísmica para la Ciudad de México (Antecedente del actual Sistema de Alerta Sísmica Mexicano), entre otras acciones.

En materia científica, se creó una red de sismómetros en la Ciudad de México. Una infraestructura que en los años que lleva funcionando ha reunido evidencia para conocer el poder de amplificaciones de las ondas sísmicas que sucede en la capital como consecuencia del suelo de origen lacustre, y que puede ser de ser desde 10 hasta 500 veces más grande que en sitios que se encuentran fuera del valle.

CONOCIMIENTO PARA LA PREVENCIÓN

Dicha información ha sido la base de diversas políticas de prevención que van desde reglamentos mucho más estrictos y específicos, hasta la creación de "mapas de microzonificación sísmica con los que -según el Atlas de Prevención de Desastres de CENAPRED- se puede conocer con precisión las diferentes intensidades de los movimientos que se presentan en los diversos sitios y elaborar escenarios para distintos eventos", por ejemplo.

Pero las estimaciones de lo que podría suceder en la brecha de Guerrero podrían superar la experiencia del año 1985. Se piensa que la región acumula un potencial que desataría un sismo de magnitud 8.2. Un movimiento cuyas ondas sísmicas impactarían en la Ciudad de México con un poder dos o tres veces más grande que las de 1985.

¿Qué representa esto para una de las zonas metropolitanas más pobladas del mundo? Según el documento denominado "Marco Teórico para identificar iniciativas parta incrementar la resiliencia sísmica de una ciudad", investigación en la que participaron diversas dependencias capitalinas y 70 expertos para evaluar la vulnerabilidad, en la Ciudad de México existen 1.2 millones de predios registrados en el catastro y de ellos, al menos, 7 mil 500 son de alta prioridad para ser revisados individualmente por presentar características de alto riesgo ante un sismo.

Sin embargo, no es necesario esperar a que ocurra para poder tomar medidas pues, como afirma Cruz Atienza, "el insumo principal de donde debe partir cualquier estrategia preventiva debe ser la cuantificación del peligro que supone una amenaza". Le pregunto al científico: "¿Hay que saber de qué tamaño es el lobo?" La respuesta es contundente: "Claro, para ver de qué tamaño ponemos las rejas para que no se pase o lo que haya que hacer para que no nos cause ningún daño. Porque si el lobo es chiquito o es una ardilla entonces no hay que hacer nada. Pero si es grande…".

RED ANFIBIA

Es a través de una sofisticada instrumentación científica, conocida como Red Sismogeodésica Anfibia, con la que el equipo que encabeza Cruz Atienza intenta comprender la zona de subducción del Pacífico mexicano. Se trata de una infraestructura conformada por instrumentos geodésicos -cuidadosamente colocados tanto en el fondo oceánico como en el territorio continental- para monitorear milimétricamente la deformación de la roca; y por aparatos sismológicos para medir los más ínfimos tremores continentales que permitan cuantificar el potencial sísmico. "La pregunta que yo me hago frecuentemente es: ¿Sí aquí rompe un sismo es posible que se propague y rompa toda la brecha?", dice el sismólogo.

La operación -que tendrá un costo total de 7 millones de dólares y durará hasta el año de 2021- busca además responder preguntas en específico que podrían traer buenas noticias, como es el papel de los sismos lentos (movimientos de seis meses de duración) que podrían liberar energía de la brecha sin causar daños (y extender el periodo de recurrencia de la zona); o malas noticias, como el potencial de tsunamis en la costa del Pacífico, una amenaza que no suele tenerse en cuenta en México, pero que está presente.

"Estamos generando una serie de escenarios de futuros terremotos, plausibles que se derivan del mapeo del acoplamiento sísmico entre las dos placas. Entonces muy pronto tendremos las primeras estimaciones de mapas de peligros oceánicos ante un futuro terremoto grande en la brecha sísmica de Guerrero. (…) Es un insumo fundamental que necesitan los estructuristas para hacer edificios que no corran riesgos", dice.

Los terremotos son un fenómeno cotidiano en México, una amenaza bajo la cual viviremos siempre, afirma Cruz Atienza.

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