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NADA COMO LA MÚSICA

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EL FOKO

En la época de las redes sociales y la “viralización” de temas, tener contacto con la música se ha vuelto mucho más accesible. Tanto, que desde hace muchos años ya ni siquiera es necesario comprarla. Obvio, no comprar música y sí disfrutar de ella tiene sus riesgos y desventajas. Como sea, gratis o a costos más bajos, la música llega a todas partes.

Hasta aquí, los músicos podrían sentirse agradecidos con las nuevas tecnologías; su producto está al alcance de más personas en más países en un mejor lapso de tiempo, pero... ¿entonces de qué se quejan los que a la música se dedican? Algo que veo que les molesta es que los consumidores siempre vayan a los mismos bares y pidan La planta, aquel sonado éxito que irrumpió a principios de la década de los 90 y que casi 30 años después, se sigue pidiendo en los antros y se canta con singular alegría.

Entonces, a los más creativos les molesta que sus horas de esfuerzo y dedicación se vean opacadas porque un grupo (o miles) de ‘covers’ sigan llevando más personas a sus presentaciones para escuchar lo mismo de siempre, y nace la eterna lucha: “covers Vs. originales”.

¿Quién es aquí realmente el culpable? Si es que hubiera un culpable. El tema en sí está muy traído y llevado y nada más no se llega a nada. Cada quien en lo suyo y todos tienen la razón, y mientras la música sigue viva y los caminos hacia ella se multiplican y simplifican, cada vez son menos lo que quieren pagar por tenerla, al menos en los formatos físicos tradicionales.

La industria de la música vive pues una crisis o un cambio generacional. Pienso en todo esto mientras admiro mi pila de discos de Iron Maiden: 16 álbumes de estudio (más los repetidos en diferentes ediciones), 9 en concierto, alrededor de 10 ‘singles’ y cero recopilaciones (nunca le vi sentido a tener una si ya contaba con todo el material en sus versiones originales). Volteo un poco a la derecha, donde yace una pequeña caja que contiene alrededor de 10 cintas (‘tapes’) sobrevivientes de la mencionada banda. ¿Hablamos de coleccionismo, vicio o enfermedad? No sé y por el momento no es el tema. A lo que voy es que ese material que tengo en físico y que fui adquiriendo a través de los años lo fui disfrutando de a poco, por lo que a la fecha conozco cada disco y puedo decir que los he escuchado todos y completos. En otras palabras, he escuchado todas las canciones que la banda británica Iron Maiden lanzó dentro de su discografía oficial. Y sé que no soy el único, habemos muchos, la mayoría no tan “chavos”.

Hoy, con el fácil acceso a la música, los nuevos escuchas encuentran material en un sinfín de plataformas digitales que los llevan a escuchar canciones escogidas de un artista y no la “obra” completa. Ya sea que en el mejor de los casos compren la música, pero para no gastar tanto, solo pagan por temas sueltos y van armando sus ‘setlist’. Para nada estoy negado con la evolución, yo mismo recurro seguido a YouTube y tengo mi cuenta en Spotify, pero acuñado a la vieja usanza, procuro escuchar la obra completa, discos de principio a fin, aunque ya luego seleccione mis cortes favoritos e igual arme mis listas.

Pasa que incluso los músicos de ahora, que tanto lloran y tanto se quejan (en algunos casos) tampoco quieren pagar por la música de otros pero sí piden que trabajo propio sea valorado. Es como querer salir en el periódico y no comprarlo nunca. Aquí me parece que hay que darle el valor a cada parte involucrada en el proceso de comunicación que significa la música; ese mágico viaje en el tiempo y espacio, único e iniguable. Porque si no habría críticos y escuchas, ¿cuál sería el sentido de la existencia del que se dedica a crear? Esto es un proceso: tenemos el canal, el código, un contexto, mensaje y el emisor... pero sin receptor, disculpen mis creativos, no existe comunicación. Así de simple.

Sin embargo, en medio de ese desalentador panorama, hay algo de esperanza: el rock se mantiene vivo.

Bastó que se produjera el melodrama sobre una de las voces más icónicas de la música contempóranea para darnos cuenta que el reguetón, por ejemplo, carece de la fuerza suficiente como para mantenerse firme ante una obra con peso, calidad y estructura. En otras palabras, hay modas y hay música que no pasa.

Es a través del tiempo y las generaciones que podemos darnos cuenta el impacto que puede llegar a tener una canción de más de seis minutos de duración escrita hace más de 40 años.

El rock está ahí... es como la música clásica (casi), sólo hay que replantearnos la manera de llegar a nuevos mercados y bajarnos del pedestal sagrado ese donde nadie nos puso para volvernos más “comerciales”. Si es que eso quisiéramos, claro.

Mientras el subterráneo seguirá estando para los más ‘darks’.

De cualquier forma, siempre tendremos a Sabbath, Dio, Osbourne, Priest, Zeppelin, Purple, Metallica, Mozart, Beethoven, Bach, Chopin, Tchaikovsky, Handel... y nadie morirá por el tema que aún no ha sido creado.

Luego le seguimos, ya me voy a poner a trabajar.

Dejo a su disposición los canales abiertos a eso que mencioné arriba: La Música del Dihablo [Facebook] y @Foko_54 [Twitter]. Gracias.

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