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Carne y Arena, ser uno de ellos

Una experiencia migrante en realidad virtual

Foto: Jahi Chikwendiu

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Ana Sofía Mendoza Díaz

La vivencia está lejos de ser pasiva, porque el espectador decide hacia dónde ir, si obedece las órdenes de los oficiales o si huye. La instalación está programada para reaccionar a cualquier decisión que tome.

En los últimos años, el cine creado por mexicanos ha destacado en los premios de la Academia. La innovación de los compatriotas ha alcanzado tal magnitud, que en la última edición se entregó un Oscar Honorífico a una pieza que no es posible encasillar en la categoría del séptimo arte, según su propio autor. Carne y Arena, dirigida por Alejandro González Iñárritu, es la primera experiencia de realidad virtual que ha obtenido un galardón de esta talla y la primera que se ha presentado en el reconocido Festival de Cannes.

Desde su debut en este evento en noviembre del 2017, impactó a todo aquel que tuvo la oportunidad de participar en este acto en los espacios donde estuvo presente: el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles; la Fundación Prada, en Milán; el Centro Cultural de Tlatelolco, en Ciudad de México, y en una ex-iglesia de la calle Benning, en Washington D.C, en un lapso que abarca hasta octubre del 2018.

La instalación aborda la problemática migratoria y pone al espectador en los zapatos de quienes arriesgan su vida al cruzar ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos a través del desierto, impulsados por la esperanza de alcanzar una mejor calidad de vida.

LA ACCIÓN

La experiencia consta de tres partes. Primero, el visitante llega a una fría habitación de concreto donde se le pide guardar sus zapatos, celulares y bolsos en casilleros. El lugar simula ser una de las celdas donde los indocumentados son puestos en espera durante horas y hasta días tras ser detenidos por la Patrulla Fronteriza. A diferencia de ellos, el espectador de Carne y Arena sólo debe pasar algunos minutos sentado en una banca metálica, pero rodeado de objetos encontrados en el desierto de Chihuahua y que alguna vez pertenecieron a migrantes ilegales.

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Alejandro González Iñárritu dirigiendo la producción de Carne y Arena.Foto: Jahi Chikwendiu

Después, entra a un espacio oscuro de 400 metros cuadrados de superficie, cubierto en su totalidad por arena. Ahí le son colocados los lentes de realidad virtual para empezar con el segmento más inmersivo de la instalación. A lo largo de aproximadamente siete minutos, sigue de cerca la odisea de migrantes ilegales en un encuentro con agentes de la Patrulla Fronteriza. Al principio avanza con ellos en la oscuridad y los escucha hablar no sólo en español, sino también en lenguas indígenas. Entre ellos van niños, una mujer embarazada y alguien que se queja de una lesión en un tobillo. De pronto, los viajeros son deslumbrados por una luz proveniente de arriba; se trata de un helicóptero de 'la migra' que, al detectarlos, desciende inmediatamente.

Los agentes los rodean gritándoles órdenes en inglés y apuntándoles con rifles. El pánico se apodera de todos y para el espectador es prácticamente imposible no sentirlo porque a él también lo amenazan. Tras el caos, el panorama se desvanece para dar lugar a una imagen de apariencia onírica: tanto oficiales como migrantes aparecen en calma. La escena es protagonizada por una mesa de agua de la cual surge un pequeño bote que zozobra en las olas; su pasaje se diluye, haciendo alusión a los cientos de migrantes africanos que también arriesgan sus vidas intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa. La experiencia que se vive en Carne y Arena es propia de mexicanos y centroamericanos, pero el fenómeno migratorio es asunto de vida o muerte en cualquier parte del mundo, ya sea atravesando desiertos, mares, ríos, selvas o zonas de guerra.

Al volver a la escena de la detención, los oficiales ya están interrogando a los aterrorizados indocumentados. El espectador puede moverse entre los personajes como si fuera un fantasma, e incluso puede atravesar a los oficiales y ver sus órganos internos, su corazón latiente, tal vez en un intento de recordar que son humanos, haciendo un trabajo resultado de la poca importancia que gobiernos estadounidenses, mexicanos y centroamericanos han dado a la migración como crisis humanitaria.

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Usuario probando la instalación de realidad virtual Carne y arena. Foto: EFE /Emmanuel Lubezki

HISTORIAS REALES

De pronto, los personajes se esfuman y tras unos momentos, el espectador es guiado a otra habitación. Ahí, se le presentan fotografías de los personajes que acaba de ver en la experiencia de realidad virtual. Las personas en quienes están basados no son actores, sino migrantes y oficiales reales entrevistados personalmente por Iñárritu e invitados a actuar en el proyecto. Sus historias se dan a conocer en este último espacio.

Manuel, un guatemalteco de 17 años de edad, cuenta que durante dos días estuvo oculto entre la carga de un camión para luego viajar cuatro días más en el tren conocido como “La Bestia”, junto con otros cientos de migrantes, sin comida ni agua y sufriendo asaltos. Después pasó dos semanas en una bodega esperando una oportunidad para cruzar. Cuando esta llegó, inició un recorrido de tres días a través del desierto, soportando las inclemencias del clima y la debilidad. Si intentaba descansar, el coyote lo amenazaba con un arma: o caminaba, o lo mataba ahí mismo. El trayecto no se prolongó mucho tiempo más; un helicóptero y tres vehículos de la Patrulla Fronteriza rodearon a Manuel y los suyos, los esposaron y los encerraron en “la congeladora” para deportarlos.

Lamentablemente, historias como esta hay muchas, pero también se dan a conocer las de los agentes fronterizos. Uno de ellos, por ejemplo, narra las pesadillas que tiene sobre encontrar cadáveres de migrantes en medio del desierto.

TOCAR FIBRAS

Para González Iñárritu, la realidad virtual ofrece la mejor opción audiovisual para sensibilizar a la población sobre el tema migratorio, porque viven la experiencia de forma personal, a diferencia de cualquier película o medio que presenta la situación desde una perspectiva que sólo permite percibir a los migrantes como “los otros”, los que pasan por odiseas inimaginables a nivel emocional.

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Actores de Carne y Arena usando trajes de captura de movimiento. Foto: Youtube

En el caso de Carne y Arena, la vivencia está lejos de ser pasiva, porque el espectador decide hacia dónde ir, si obedece las órdenes de los oficiales o si huye. La instalación está programada para reaccionar a cualquier decisión que tome.

En una entrevista para TV-UNAM, Iñárritu explica que en el cine, el director tiene el control total de la narración y por lo tanto sólo debe tomarse la molestia de crear un pequeño porcentaje del universo en que transcurre su película, es decir, solo necesita crear lo que se va a ver en pantalla. En la realidad virtual, el control lo toma el consumidor desde el momento en que se coloca los lentes especiales, y por lo tanto el director debe dejar su mundo creado al 100 por ciento, preparado para cualquier camino que tome el protagonista. Por este motivo, no considera que la realidad virtual sea una evolución del cine, sino un arte diferente que se sostiene por sí mismo y que conforme pase el tiempo irá adquiriendo su propio lenguaje.

A pesar de que Carne y Arena se estrenó en Cannes y fue premiado con un Oscar, Iñárritu considera que debe haber festivales exclusivos de realidad virtual porque no cree que esta vaya a sustituir al séptimo arte, así como la cinematografía no acabó con la literatura ni con otras formas de expresión.

El material es un parteaguas en el desarrollo de esta técnica por la extensa área que ocupa, además de ser empleada más allá de un mero entretenimiento. Fue necesario esperar más de cinco años desde que la idea nació en la mente de Iñárritu, a fin de que la tecnología avanzara lo suficiente para que este proyecto fuera posible. Sin embargo, el director compara su experimento con el tren captado por los hermanos Lumiére con una cámara de cine, la primera filmación que se mostró al público y que causó un gran impacto en ese entonces, aunque actualmente parezca algo obsoleto y simple. Con dicha comparación, Iñárritu deja claro que esto es tan sólo el comienzo de un nuevo arte, cuyo potencial apenas está por explotar.

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