A don Crésido, hombre adinerado, lo asaltó un amago de remordimiento. Dijo para sí:
-Caramba. En esta temporada he degustado manjares exquisitos.
He comido pavo; pierna de cerdo; bacalao; salmón; caviar; jamón serrano; cordero; lechón; trucha; lenguado.
Siguió diciendo:
-He disfrutado los mejores vinos y licores: tintos de calidad; blancos excepcionales; champaña; coñac; whisky.
Fue entonces cuando lo asaltó aquel amago de remordimiento. Meditó:
-¡Cuántos infelices hay que no tienen ni siquiera qué comer!
En eso se acercó a su coche un inmigrante. Vestía pobremente; se le veía fatigado, hambriento. El día anterior don Crésido había olvidado en la repisa de su automóvil un café a medio beber. No era mucho, y estaba frío ya. Abrió la ventanilla y se lo dio al inmigrante. Pensó luego:
-Ahora ya no tengo por qué sentir remordimiento.
¡Hasta mañana!...