Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Aquella casa conservaba la antigua costumbre navideña: si una chica pasaba por abajo de una rama de muérdago el varón que estaba más cerca tenía derecho a darle un beso en la mejilla. El dueño de la casa le preguntó a Babalucas: “¿Verdad que es muy agradable besar a una chica abajo del muérdago?”. “Es cierto -responde el tontiloco-. Pero se necesita cierto tiempo para llegar a ese grado de confianza”... Doña Panoplia de Altopedo terminó de hacer sus compras navideñas y fue a pagar en la caja. Como lo hizo con un cheque el empleado le pidió su dirección. Ella se la proporcionó. Mientras la anotaba comentó el hombre refiriéndose al intenso tráfago de clientes: “Es un manicomio ¿verdad?”. “¡No señor! -se indignó doña Panoplia-. ¡Es mi casa!”... Nalgarina le comentó a su amiga Pomponona: “Tengo amistad íntima con Santa. Hoy en la noche lo veré”. “¿De veras?” se asombró Pomponona. “Sí -confirmó Nalgarina-. A menos que se haya enterado de lo de los Reyes Magos”. El padre de la niñita la llevó a la juguetería. Le mostró las muñecas. Pero la niña dijo: “Mago, papi”. Le presentó otros juguetes, y repitió la niña: “Mago”. Desconcertado, el señor fue con un dependiente y le preguntó: “¿Tienen algún mago de juguete? Mi hijita me está pidiendo uno”. El empleado iba a contestar que no había tal cosa en existencia, pero en ese momento dijo la niña de pie sobre un charquito: “Ya m’hice, papi”. Alguna vez le preguntaron a un anciano qué regalo quería en Navidad. Respondió sencillamente: “Otra”. Es decir, pidió el don de la vida. Mayor regalo que ése no hay, y nosotros lo tenemos. Hemos de agradecerlo, sobre todo porque lo recibimos gratuitamente. Amar la vida, respetarla en las mil variadas formas en que se presenta, preservarla. Todos esos son modos de agradecer el prodigio del cual somos depositarios. Y otra manera hay de agradecer la vida: dar sentido a la nuestra. Porque yo creo que ese gran prodigio que es la vida no es algo que carece de significación. Hacia algún rumbo ha de estar encaminada muestra vida, aunque ahora no podamos imaginar ese destino. Tampoco la primera forma de vida que hubo sobre la Tierra pudo imaginar la catedral de Chartres, aunque en ella iba ya la semilla de esa catedral. Si la criatura animal evoluciona, también la criatura espiritual ha de evolucionar. A mi entender esa evolución es hacia el bien. Lo digo a pesar de tantas y tantas evidencias en contrario, aportadas lo mismo por débiles que por poderosos. Alguna vez, intuyo, llegaremos al sumo bien, que es donde todo comenzó. No puede tener la historia otro final. Lo del agua al agua, y lo del bien al bien. Estos días -los de la Navidad- nos dan un atisbo, siquiera sea borroso, del gran bien. Ese gran bien es el amor. Aun manifestado en forma tan imperfecta como es todo lo humano, nos permite adivinar el bien total, aquel Amor en plenitud al que algún día -alguna eternidad- habremos de llegar. Mientras eso sucede, en tanto se cumple el gran propósito de la vida, hagamos que la nuestra sirva, siquiera sea en la medida de lo humano, a ese propósito de bien, de amor. Que alguien aporte belleza; que otro traiga justicia; que aquél consiga algo de verdad. Y seamos humanos, sobre todo con aquellos a quienes la pobreza y los males que con ella vienen han alejado de lo humano. Hagamos el bien a los demás en nuestra vida diaria con pequeñas acciones de bondad, que es el ropaje cotidiano con que el amor se viste. Ese sería un bello regalo de Navidad. Y ese regalo nos lo haríamos, antes que a nadie, a nosotros mismos. Sería como un renacimiento en Navidad; sería como una nueva vida en Año Nuevo... FIN

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