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Las vicisitudes de AMLO

Si la pasión de AMLO es servir a su nación, entonces, al ganar las elecciones presidenciales ha echado a sus hombros una pesada cruz que habrá de cargar durante un largo viacrucis por un empinado ascenso en la procuración de la disminución significativa de los graves problemas que las administraciones que le precedieron han dejado al país. Ese largo camino lleno de piedras y abrojos que AMLO quiso caminar desde el dos de julio, ante el abandono de funciones del presidente Peña, ha empezado a tornarse sinuoso; y si hemos de ser honestos, toda crítica que hagamos por las supuestas pifias tanto del Presidente Electo como de los Diputados y Senadores de la LXIV legislatura, tendríamos que reconocer que nuestro juicio sería inexacto por necesidad, y que, ni nuestra lógica ni nuestra óptica corresponden con las de ellos, los que hoy detentan el poder político.

En aras de la verdad, que por cierto no es absoluta, hemos de suponer que así como cada hombre construye su destino, merced a sus sueños, sus metas, pero sobre todo a las decisiones que tome en cada circunstancia, en cada decisión juega un papel preponderante su carácter, su temperamento, su actitud, su experiencia, su cultura, su ingenio, su sabiduría, su inteligencia y en general todas las cualidades y defectos que un hombre, dada su naturaleza humana, pudiere poseer; así, el Presidente de la República en turno, tiene una responsabilidad enorme frente a la ciudadanía; un gesto, una palabra, una frase, una declaración cualquiera en la que hasta el tono en que se manifiesten, adquieren un significado relevante o no, en función del contexto; por lo que, sus decisiones tienen un peso específico sobre su propia personalidad y sobre la política nacional e internacional.

La investidura de mandatario lo convierte en emisor permanente de mensajes, muchos de los cuales, por diferentes medios, trascienden a la vida pública. Esto lo hace objeto de escrutinio, por simpatizantes y por detractores, y todo mundo nos ponemos la toga para dar un juicio condenatorio o de aprobación, generalmente sin tener la misma perspectiva, la misma visión general ni conocer las entrañas de la problemática a resolver, ni de los factores que inciden en la decisión que pretendería solucionar un problema.

Ningún mandatario a nivel federal, estatal o municipal conoce totalmente los problemas que aquejan a sus gobernados, e incluso si los llegase a conocer, muchos de éstos son dinámicos, valga decir cambiantes, además de poliédricos y concatenados a otros problemas, a grado tal que ni expertos asesores logran la solución perfecta. Es fácil gritar desde la barrera al ver que el torero recula frente a las embestidas del astado, y con morboso interés hay quienes desearían fuera pintoneado; hay otros, que ante un par de banderillas bien puestas, protestan con rechifla en apoyo hipócrita al “pobre toro”.

El nuevo gobierno parece todavía un buen cartel, a pesar de anticipar al picador, quien reavivó la crítica y cuestionó la técnica al herir de forma poco ortodoxa el toro de nombre NAIM de la ganadería Peña. Otros toros desde hace tiempo han entrado a la arena y ni toreros inflados por la publicidad, ni rejoneadores famosos por su apellido, ni cuadrillas pusilánimes han logrado capotearlos bien y sólo se limitan a hacer el pase del desdén, pero no al toro, sino al público. Han sido toreros de la escuela llamada neoliberalismo, comprometidos con los grandes empresarios ganaderos del FMI y lo único que han hecho es enriquecerse y “torear” al público, mientras los toros han saltado la barrera y cornean al público, si no, pregúntenle a los tijuanenses cómo les va con la primera oleada de inmigrantes centroamericanos.

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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