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Pequeñas especies

UNAS VACACIONES DE CONVALECENCIA

M.V.Z. Francisco Núñez González

Me encontraba en recuperación a un año de haber egresado de la facultad e iniciado a trabajar, utilizaba un par de muletas para desplazarme y empezaba a salir de casa después de meses sin hacerlo, ya quería reanudar mi trabajo, pero aún no podía conducir, contaba con 22 años y mis padres eran quienes estaban atentos a mis cuidados, me sentía algo enclaustrado. Un día, recibí la visita de uno de mis buenos amigos y colega de generación, también trabajaba de veterinario de gobierno como yo, pero en el estado de Hidalgo. Me propuso que le acompañara durante unos días a su trabajo, mi colega venía cada dos semanas a Torreón a visitar a su familia y sobre todo a su novia. Se me hizo una excelente idea, pero quien tenía la última palabra era mi padre, que era médico, era mayor de edad y la gente de mi generación le teníamos un respeto absoluto a nuestros progenitores, sabíamos mi padre y yo sin comentarlo entre nosotros que algo no andaba bien en la consolidación de la fractura de mi fémur por el tiempo transcurrido, y aún sin poder caminar, y se le hizo una buena idea que me despejara un poco, guardando los respectivos cuidados. Partimos un domingo rumbo a Nopala, Hidalgo, que era el centro de trabajo de mi colega, en una pick up de reciente modelo que le apodaba "La chocolata" por sus colores café y beige. Sentí el gusto que le daba a mi amigo que le acompañara a su trabajo, recordamos cientos de anécdotas durante las doce horas de traslado que no paramos de platicar y escuchar el excelente repertorio de buena música de nuestros tiempos, me sentía muy contento como presagiando la odisea de nuestro viaje. Al llegar, lo primero que conocí fueron a sus compañeros de trabajo, eran profesionistas recién egresados como nosotros, vivían en una misma casa y regresaban a su lugar de origen los fines de semana, me percaté que mi colega era muy estimado entre sus compañeros, y por lo tanto, así resultó el trato hacia mí. Salíamos temprano a trabajar en "La chocolata" para visitar a los pacientes de mi colega: bovinos, equinos, porcinos, ovinos, de todas las especies, les daba gran gusto a los dueños de sus pacientes que los visitara, además de ser un excelente veterinario, era gran amigo de ellos. Qué decir del lugar donde comíamos, nos preparaban exquisitos guisos y sobre todo muy abundantes, se habían percatado que mi amigo era de "buen diente" y yo no me quedaba atrás, lo asistía una familia muy amable, que también me recibieron con agrado. Independientemente del excelente trato hacia mi amigo, las opíparas comidas con que nos deleitaban era algo que me tenía intrigado y efectivamente mi colega me comentaba: lo que pasa es que la señora tiene una hija soltera y como también lo estoy yo, ¿Tú entiendes, verdad? Mi amigo siempre se portó como un caballero, todos sabían de su compromiso con su novia de Torreón, pero la soltería y su buen parecido lo hacía un buen prospecto. Entre sus compañeros, había un ingeniero agrónomo con quien tenía mayor amistad, una excelente persona, de nuestra edad, sencillo y alegre, también soltero, originario de Ciudad Valles, San Luis Potosí. Recuerdo que era viernes a medio día e iba a tomar el transporte para Valles y nos pidió de favor que lo lleváramos a Huichapan, una ciudad que se encontraba a unos cuantos kilómetros, faltaba como una hora para su salida y nos dijo: mientras llega el camión, los invito un refresco, no fue un refresco, sino un par de cervezas y comida también, estaba la plática tan amena que lo dejó el camión, mi colega le dijo: no te preocupes, el próximo poblado es Ixmiquilpan y está a unos cuantos minutos, te llevamos. Efectivamente, llegamos con anticipación, mientras llegaba el camión, nos tomamos otra cerveza, pues el calor de verano estaba en su apogeo, y lo volvió a dejar el transporte. Al fin y al cabo, tiempo es lo que nos sobra, dijo mi colega, y lo llevamos al siguiente poblado, Zimapán. Empezaba a oscurecer, tengo una idea, dice el Ingeniero, ¿por qué no me acompañan hasta Ciudad Valles? Este fin de semana, se quedan en mi casa, a mi mamá le dará mucho gusto conocer a mis amigos y por comida no se preocupen, tenemos un restaurante, ya nos conocía bien. Nos encantó la idea, pero el sentido común fue más fuerte, no llevábamos ropa de cambio y lo más importante, el dinero suficiente, las tarjetas de crédito no las conocíamos, además faltaba recorrer gran parte de la Huasteca Potosina de noche y eran más de ocho horas de camino todavía, empezamos a dudar. Dijo el ingeniero, yo conduzco, conozco la carretera perfectamente, vamos a ver cuánto traemos para la gasolina, llegando a mi tierra ustedes no se preocupen, entre los tres llevábamos el efectivo necesario y nos animamos a la aventura. Fui yo quien más disfrutó del viaje, pues no conducía, cuando nos deteníamos en la carretera, disfrutaba del gran espectáculo de miles de luciérnagas que se confundían con las estrellas y qué decir del hermoso paisaje que se reflejaba bajo la luz de la luna en lo más alto de las montañas. Llegamos en la madrugada instalándonos en la casa del ingeniero, y efectivamente, le dio mucho gusto a su mamá conocernos, una señora muy amable, guapa y elegante. Al día siguiente, fui el último en despertar con dolor de cabeza, pues tenía meses que no tomaba una cerveza. Me decían mis amigos bromeando, ayer venías fascinado con las luciérnagas y ahora no quieres ni mencionarlas. Después de un suculento desayuno en el restaurante de nuestro anfitrión, ya nos tenía preparado un paseo, disfrutamos de espléndidos paisajes, ríos y abundante vegetación, nos acompañaba un amigo de él con sus simpáticas hermanas, la pasamos de maravilla, nadando, jugando y comiendo, recuerdo que me invitaron atrapar mariposas y me decían mis amigos al día siguiente: andabas tan contento que ni te acordabas de usar las muletas. Después de las deliciosas carnitas que degustamos en la comida del domingo, emprendimos el regreso hacia Nopala los tres amigos, ya en "La chocolata" todavía traía puesto el pantalón corto que me prestaron, así que le pedí a mi colega que se detuviera sobre la calle y bajé para ponerme el pantalón apresuradamente. Como a los diez minutos, me percaté que no había subido los zapatos a la camioneta, regresamos a buscarlos, pero los zapatos habían desaparecido. Llegamos a nuestro destino, sanos y salvos con una grata sonrisa y un servidor con "los pies fríos".

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