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Palabras de poder.

Mucho se ha escrito sobre el poder de la palabra, oral o escrita, palabra al fin, signo distintivo del ser humano, capacidad lingüística a la del raciocinio, facultad exclusiva dl ser humano, don divino y/o producto de un largo proceso de evolución histórico-bio-psico-socio cultural que nos hace sui géneris como especie, y seres en los que opera invariablemente la ley de las diferencias individuales, tan indefectible como la ley de gravedad o la de entropía.

Las palabras por sí mismas tienen poder, ya por su significado, ya por su significante, y según el contexto situacional (político social, por ejemplo) en que se pronunciasen tienen poder, a veces tan grande como para detonar una guerra o detenerla; pero no ser tan dramáticos, y en circunstancias más comunes, podríamos asegurar, sin temor a equivocarnos que hay palabras que, unidas a una determinada actitud del hablante, lo mismo ofenden y hieren, reprochan y culpan, insultan y discriminan, mienten y falsean la realidad que detonan o suspenden una crisis, psicológica individual, familiar económica política y social, palian el dolor, crean belleza, alivian al alma compungida, consuelan, aconsejan, orientan defienden, declaran, reprochan, exigen, conminan, sentencian…

Sin embargo, no es el que más habla quien detenta el poder sino quienes tienen la hegemonía política y económica; pues la palabra en sí, es unidad de comunicación, y a menos que los oyentes o lectores, aunque pensantes sean, no quieran procesar o decodificar críticamente el mensaje, la palabra hueca, la promesa vacía, la mentira, hará mella en el ánimo del receptor que avezado en la semántica y esclavo o libre de prejuicios, interprete una nota escrita, una declaración banquetera o de podio y quizás hasta convenza, disuada, conmueva, inste o incluso conduzca a la acción, por ejemplo a votar por quien le cantó al oído lo que quería escuchar. Si bien es cierto que, hay imágenes que valen más que mil palabras, también es cierto que las imágenes se pueden “arreglar” de acuerdo al interés del comunicador, y por supuesto, las hay también, pronunciadas o escritas arregladas en su sintaxis o fuera de contexto con aviesos intereses, para confundir, para desinformar.

Este largo preámbulo sirva para poner en circunstancias políticas la declaración que el Presidente Electo hizo al Congreso, en relación con la iniciativa que buscaba prohibir las comisiones bancarias. Una palabra suya bastó para frenar la iniciativa de ley que beneficiaría a millones de cuentahabientes, pero que perjudicaría a los banqueros.

Dicha iniciativa fue presentada recientemente por la Senadora Bertha Alicia Caraveo Camarena a nombre del Coordinador de los Senadores, Ricardo Monreal Ávila, quien con su propuesta ha hizo temblar a los mercados financieros y amenaza con eliminar las altas comisiones bancarias, bajo el argumento comparativo con otros bancos del mundo.

Podría decirse que, igual que Salinas de Gortari, protegió a los bancos mediante el Fobaproa, AMLO hizo lo propio como medida preventiva de una posible crisis financiera. Decisión derechista para unos; decisión responsable para otros; pero al parecer todo lo que el Congreso está proponiendo, con excepción de esa iniciativa fallida, ha sido parte de un plan cuidadosamente elaborado, y que, ya lo vimos, es apoyado por el Legislativo.

¡Ah, ese mundo de la política! Unas veces tan alto y digno; y otras, tan bajo y rastrero.

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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