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Crónica Gomezpalatina

Reflexiones sobre los motivos de la Revolución Mexicana

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ

El pasado domingo 18 de noviembre del año en curso, la Organización Ciudadana "Unidos por Gómez Palacio A.C., en coordinación con el R. Ayuntamiento Municipal y miembros de la comunidad, rindieron como es tradición, el sentido homenaje que hacen anualmente en recuerdo del inicio de la Revolución Mexicana y de los héroes gomezpalatinos y laguneros, que se rebelaron en contra de la dictadura porfirista la noche del 20 de noviembre de 1910, aquí en Gómez Palacio. Esos hombres valientes hasta la temeridad, en su totalidad eran gente humilde, que carecía de lo más indispensable, viviendo al día de lo poco que podían conseguir para el sostenimiento personal y familiar. Su vida era miserable y sin esperanzas de mejoría, ya que carecían de lo necesario para acceder a la salud, a la educación, a la democracia y a la libertad, elementos que les eran negados por un gobierno incapaz y tiránico, además sufrían la opresión por parte de los poderosos y eran humillados constantemente de diversas maneras, al grado que al caminar por las calles, tenían que cambiarse a la acera opuesta para ceder el paso y no estorbar el camino a los poderosos, que autorizados por el mal gobierno tenían derecho de golpearlos si no procedían de esa manera, ya que el solo hecho de que los humildes los miraran los ofendía, desde luego era impensable que los parias pudieran alternar con los ricos, menos ocupar un puesto público, ya que únicamente podían emplearse de sirvientes, de policías o rurales, advertidos de castigar severidad a sus hermanos pobres y desamparados si se quejaban del mal trato o eran sorprendidos en cualquier irregularidad cometida por leve que fuera.

Esa creciente desesperación ante tantos abusos y carencias, los obligó a levantarse en armas para tratar de lograr un cambio que les permitiera tener, aunque fuera mínimamente, una vida más digna para sus hijos y nietos. La decisión que tenían que tomar era terrible, dejar de pronto a su familia sin el mínimo apoyo del jefe de familia para la subsistencia diaria, con las madres de sus hijos mendigando un pan para aliviar su hambre, un trozo de tela para tratar de vestirse y habitando una vivienda insalubre, sin agua corriente ni servicios sanitarios, El panorama que se les presentaba era desolador, eran solamente un puñado de combatientes que no llegaba a 40 personas, ellos y otros más en diversas partes de la república iban a enfrentarse contra un ejército integrado en el país por 40 mil soldados profesionales y 30 mil rurales todos bien montados, armados, municionados y pertrechados en guarniciones diseminadas por toda la nación. Su destino más seguro era la muerte, después de una etapa de sufrimientos y penurias.

Los rebeldes de nuestro terruño solamente tenían como arsenal, unas cuantas armas en mal estado, carentes de municiones y solamente unas cuantas personas tenían su cabalgadura y el resto era de infantería, sin alimentos y sin más equipo que sus cobijas viejas y algún morral con gordas de masa que les prepararon sus mujeres, en el fondo de su ánimo tenían la esperanza de que sus compatriotas en pueblos y rancherías los socorrieran de buen grado con alguna arma y parque, un poco de comida y se les unieran, en caso contrario, tendrían que arrebatarles de su escaso patrimonio, de ser necesario con violencia esos elementos, para poder sobrevivir y continuar con la revolución.

Afortunadamente el pueblo mexicano que comprendía el sufrimiento de sus hermanos de raza y lo compartía, fue en su mayoría solidario, y a la medida de sus posibilidades aportaba lo poco que tenía para reforzar a los combatientes, y gradualmente, con múltiples esfuerzos y sacrificios fue creciendo la fuerza insurgente a medida que el avance se sostenía y la gente se daba cuenta que la rebelión iba en serio y que había muchas posibilidades de derrocar al tirano, desde luego que el ejército federal con la ventaja que le daban sus conocimientos militares y el respaldo gubernamental, combatía con fiereza a la gente del pueblo para tratar de acabar con el movimiento en el menor tiempo posible. Por su parte los alzados determinados a vencer o morir, luchaban contra las enormes desventajas de su falta de preparación y de elementos de guerra, oponiendo toda su determinación y la mayor voluntad, tratando de no caer en la desesperación y en el desaliento, a sabiendas de que de ellos dependía en gran parte el éxito o el fracaso de ese desesperado intento de liberación, las expectativas no eran buenas, sin embargo, ese sufrimiento rindió frutos, ya que el siguiente año, precisamente el 15 de mayo de 1911 tomaron por primera vez la ciudad de Torreón, que era defendida por 6 mil elementos de tropa, con cañones, ametralladoras y perfectamente afortinados y abastecidos, pero pudo más el empuje de un ejército de desarrapados y miserables, sostenidos solamente por su sed de justicia y de lograr una vida digna para sus compatriotas mexicanos y un mejor futuro para sus hijos. En paralelo sus madres, esposas y hermanas tuvieron que vivir un tremendo calvario, primero para sobrevivir y sacar adelante a sus familiares y luego determinadas a no dejar solos a los que estaban en el campo de batalla se convirtieron en soldaderas, proveedoras, compañeras enfermeras, esposas o parejas de los combatientes, con el deseo más ferviente de ser un apoyo para ellos en esos tiempos aciagos y terribles. No buscaban por su parte ninguna recompensa o reconocimiento, solamente las alentaba el sueño de servir a su patria y alcanzar juntos los anhelos de todo un pueblo oprimido, ofendido y con la determinación de lograr el cambio que todos soñaban.

Habrían de pasar muchos años para que las metas se volvieran caminos de realizaciones y superación, pero nunca se olvidará que la noche del 20 de noviembre de 1910, la violencia de los acontecimientos despertó a los habitantes, la Revolución Mexicana surgía en Gómez Palacio y junto con otros 13 lugares de nuestra nación se hacía merecedora del título de "Cuna de la Revolución Mexicana en Durango". Sus principales promotores fueron don Dionisio Reyes, un litigante o huizachero como los llamaban entonces, originario de la ciudad de Durango, pero avecindado en Gómez Palacio, y un profesor zacatecano Juan N. Oviedo, que era amigo personal de don Francisco I. Madero, cuyas prédicas difundidas por los citados personajes inflamaban los corazones y las conciencias de los mexicanos y despertaban la indignación popular hasta lograr el estallido social, que convertido en un movimiento rural y urbano por el gran malestar de esos sectores. En La Laguna, donde la reciedumbre y el valor de sus habitantes, acostumbrados a enfrentarse con la adversidad y a no tolerar las desigualdades y las injusticias, el valor y el dinamismo de sus gentes se manifestó con fuerza inusitada y gran ansiedad por encontrar la redención social, esa acción se puso de manifiesto en Gómez Palacio para tratar de terminar con la línea de intereses económicos del extranjero y del beneficio de unas cuantas familias nacionales, a través de una enorme concentración de tierras y su explotación por medio de los grandes latifundios y las concesiones amañadas que trajeron como consecuencia una gran desigualdad en perjuicio de los sectores populares.

Por todas esas razones y a costa de miles de vida de hermanos se dieron pasos definitivos en favor de la democracia, en 1917 se creó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos misma que considera como primordiales los derechos sociales, lo que permitió sentar las bases del progreso y del respeto a los derechos de los trabajadores, a la educación y a la salud y la creación de otras leyes complementarias que rigen nuestra estabilidad política, económica y social y que constituyen las normas obligatorias para el desempeño legal de todos los mexicanos, las que no se pueden vulnerar sin encontrar el justo castigo para quien pretenda violarlas, son nada más y nada menos, que la moral misma de nuestro país. Aquí en nuestro terruño, valientes caudillos de la talla de: Jesús Agustín Castro, Orestes Pereyra Cornejo, Orestes y Gabriel Pereyra Miranda, Gregorio García Armendáriz, Juan Pablo Estrada Lozano y otros generosos personajes que ofrendaron sus vidas, dieron enormes esfuerzos y sacrificios para cambiar la injusticia y la humillación que los reprimía y condenaba a una indigna existencia, para darnos los logros de que ahora todos disfrutamos. A ellos debemos retribuirles con nuestra admiración y respeto por haber arriesgado en nuestro beneficio el valor más grande que podían ofrendar, su propia existencia, conocerlos y valorarlos. Es lamentable que aquí en el propio lugar donde iniciaron su lucha por alcanzar sus ideales y buscar un proyecto diferente de nación, más justo y más equitativo, no encontremos, por ejemplo, un merecido monumento para el general Orestes Pereyra Cornejo, un gran patriota, que fue secundado por sus hijos en el campo de batalla, al igual que para el general Juan Pablo Estrada, quien fue además el primer presidente de Gómez Palacio en la etapa revolucionaria. Para estos propósitos, podrían instalarse bustos en la Colonia Revolución, dedicada precisamente a nuestros héroes, a los que ya se les dedicó también un Jardín de Honor, ubicado en el camellón central del Panteón Municipal, en el que se colocaron respaldos de lápidas con el nombre de esos valerosos y nobles ciudadanos y a los que también se recuerda y se honra anualmente con motivo del Día de Muertos.

Queda pues en nuestra conciencia, cumplir con el compromiso de honrar, recordar a perpetuidad y con profundo agradecimiento, a los que dieron lo mejor de sí mismos para que todas les generaciones que les sucedieron tuvieran una vida digna y decorosa, en beneficio propio y del interés superior de nuestra patria. Recurrentemente en el Recinto de la Revolución de Gómez Palacio sito en Hidalgo y Mártires se ofrecen muestras gráficas recordando los grandes momentos de los revolucionarios nuestros, actualmente hay una dedicada al general Jesús Agustín Castro Rivera, que después de haber sido uno de los humildes rebeldes que se lanzaron a la lucha en 1910, llegó a ocupar los más altos puestos de nuestra Marina y Ejército Nacional, como Secretario de Guerra y Marina en el gobierno de don Venustiano Carranza y Secretario de la Defensa Nacional en el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río y también Gobernador Constitucional de nuestro estado de Durango, lo que da una talla de su gran valía en el campo castrense.

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