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Crónica Gomezpalatina

Un capitán cristero, arriero, varillero y ranchero

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ

Segunda y última parte

Continuamos con el relato de la segunda parte del libro con el título del encabezado y que son las Memorias de Sebastián Arroyo Cruz, testigo, y a veces protagonista de los acontecimientos que citaremos más adelante. Interesante investigación de su nieto y compañero cronista adjunto de Lerdo, Dgo., doctor Jesús Sifuentes Guerrero que, gracias a su interés por las dramáticas experiencias que vivió su familiar en esos tiempos, y que aquí se narran para constancia y conocimiento de su participación en esos años dolorosos de la historia nacional. Ya habíamos comentado que el 31 de julio de 1926 se habían suspendidos los cultos de la iglesia católica en el país por parte de la iglesia, en protesta contra las leyes del gobierno a cargo del Presidente Plutarco Elías Calles, y que el mes de enero de 1927 se desató la terrible rebelión de los cristeros, como así les llamaban despectivamente los federales, pero que ese nombre de combate fue bien recibido por los partidarios del movimiento religioso, que aceptaron esa definición como algo que los identificaba en una justa definición.

Esa injusta y absurda confrontación entre hermanos, tenía fallas por ambas partes, y llevó al sufrimiento innecesario a cientos de miles de mexicanos y en forma consecuente a nuestra patria que vivió un lustro de angustias que cimbró a la sociedad nacional hasta en sus más recónditos cimientos deteriorando la paz, la tranquilidad, la concordia, la solidaridad y el desarrollo en general, pero conocer más a fondo los dramas y tragedias que se registraron en esa etapa. La gente pacífica y trabajadora de los pueblos y rancherías, tenían que desplazarse hacia las sierras para escapar de ser detenidos por cristeros y que les aplicaran los castigos que consistían en prisión, expropiación de bienes, persecución y fusilamiento, y en es huida tenían que enfrentar además a las gavillas de bandoleros, que asolaban la sierra para cometer toda clase de fechorías, aprovechando la superioridad numérica y su poderío en armas y demás elementos de guerra, líneas de abastecimiento y pertrechos. Tratando de salvar sus vidas y bienes, los civiles se agrupaban para defenderse y con frecuencia recibían modestos apoyos de organizaciones de la iglesia y de sus familiares para tratar de protegerlos y ayudarlos. Uno de esos grupos era exclusivamente de mujeres y servían a la causa como abastecedoras de parque y de todo lo que podían aportar, se denominaban Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, fueron las principales activistas a favor de la defensa religiosa. Convencían a sus esposos, hermanos e hijos a sumarse al movimiento, ese movimiento clandestino fue creado en Zapopán, Jalisco, por el señor Luis Flores González, para apoyar al movimiento cristero, eran además correos, administraban el dinero que se recolectaba y realizaban labores de enfermería, vigías e informadoras de las actividades en beneficio o en perjuicio de sus hermanos de lucha, corriendo el peligro de ser descubiertas y torturadas para que denunciaran a los rebeldes, y sin embargo se arriesgaban continuamente para realizar su labor de proveedoras y de espías, vivían con el temor de ser descubiertas pero también con la determinación de cumplir con el deber que voluntariamente adquirían, por amor a su religión y el deseo de apoyar a sus compañeros en las difíciles situaciones en que se encontraban, ellas sabían que de su audacia y valor dependía muchas veces el triunfo o la derrota.

Por su parte los alzados permanecían la mayoría del tiempo ocultos en las montañas, generalmente a la intemperie en climas muy fríos y lluviosos, sin materiales adecuados de cobijo ni alimentos y siempre alertas a la presencia de los enemigos. Don Sebastián Arroyo Cruz que sufrió en carne viva muchas de las peripecias para sobrevivir en esas nefastas condiciones, nos relata en su libro, de las múltiples ocasiones que tuvieron que ocultarse en los relices más pronunciados de las montañas para escapar de las persecuciones de federales y agraristas, su conocimiento de esas regiones le permitió librarse de la muerte, Esa experiencia para transitar y conocer esos apartados caminos la obtuvo de sus andanzas como arriero, con ese nombre se conocía a las personas que en carros de mulas, recuas de burros, y a caballo, se dedicaban al transporte de mercaderías, cosechas, personas y todo lo que se requería, como cuando las familias cambiaban de domicilio a otras poblaciones y ranchos. Lo que ahora vienen a ser los camioneros. La gente que se dedicaba a esas ocupaciones, eran generalmente personas de reconocida responsabilidad, diestros en el manejo de los animales y de las armas, conocedores de las rutas y muy perspicaces para intuir situaciones de riesgo y afrontarlas con serenidad y valor para proteger, las cargas y a sus tripulantes y pasajeros. Por lo regular, eran también comerciantes que vendían los cargamentos que adquirían en otras regiones y compraban nuevos artículos que pudieran expender al regreso a su lugar de origen.

A fines de los años 20´s, según los escritos de don Sebastián Arroyo la "quema" estuvo muy fuerte, pero a la vez estaban en proceso arreglos entre las partes en conflicto, con ventaja para el bando gubernamental, después de ese período de tiempo llegó a la Presidencia de México el señor Portes Gil manifestando que no tendría inconveniente para llegar a un acuerdo de paz con la iglesia. Los obispos mandaron abrir sus iglesias y enviaron comunicados a sus feligreses diciéndoles que quien no obedeciera los mandatos de la iglesia de terminar la guerra, quedaría excomulgado. Para muchos cristeros, que fue la mayoría, este acuerdo de paz resultó peor que la misma lucha armada, pues se inició el asesinato sistemático de todos los jefes cristeros. Sus mismos generales del movimiento aconsejaban a los jefes que se fueran lo más lejos posible, porque los iban a matar. Así se inició la carnicería que hicieron los federales. La primera víctima en esa etapa, fue la del padre Aristeo Pedroza, general de brigada radicado en los Altos de Jalisco, el día 2 de junio de 1929, luego siguieron los jefes de Guanajuato y Pedro Quintanar en Zacatecas, en paralelo el gobierno estableció guarniciones en los pueblos cristeros y construcción de caminos, carreteras y líneas telegráficas, preparados para cualquier nuevo levantamiento.

En la etapa del 1932 al 1935 se reanudaron las persecuciones contra los cristeros ya desarmados, ofensiva que estos llamaron "la Segunda" y que su principal enemigo fue la iglesia. Esta segunda "Cristiada", logró en sus mejores momentos movilizar a unos 7,500 hombres y duró hasta fines de la década de los 40´s. Casi todos los jefes que volvieron a tomar las armas murieron y sólo quedaron rescoldos de aquellas brazas, que quedaron sin apagar en espera y a la expectativa de futuros acontecimientos que ojalá nunca se reaviven, la creencia de la mayoría de los levantados era que la iglesia los había traicionado dejándolos a su suerte allá en la sierra, ignorantes de que los grandes jerarcas ya habían negociado, a sus espaldas la paz con el gobierno, mientras ellos en el monte todavía combatían con enormes sacrificios.

Fue una confrontación altamente dañina para los defensores de la religión, ya que el final de la contienda solamente les reportó perjuicios en sus personas, en sus familias y en sus pertenencias, las horas de angustia y las frecuentes ocasiones que ponían su integridad en riesgo, toda la dureza de las constantes jornadas a matacaballo para librarse del peligro y la posterior huida por todo al país que emprendieron los antiguos combatientes, evitando ser localizados para con toda seguridad ser muertos en cualquier lugar y abandonados en algún paraje desolado. Estas consideraciones se hacían muchos de los sobrevivientes, sin embargo, tenían la total certeza de que, si volvieran a estar en las anteriores circunstancias, nuevamente comprometerían sus vidas y su destino para igualmente defender su fe.

Todas las acciones emprendidas permanecían solamente en el recuerdo de los protagonistas, la historia vendría a colocar a cada quien en su lugar, pero en el fondo de los corazones de los cristeros quedaba la convicción firme de que todos y cada uno de ellos habían puesto la más férrea de sus determinaciones para defender lo que consideraban su obligación y compromiso, aún a pesar de todo el costo que tuvieron que pagar, lo que les significó que muchos tuvieran que abandonar sus queridos terruños en busca de un lugar donde rehacer sus vidas, amparándose en la hermandad y solidaridad de los habitantes de nuestra nación, para seguir aportando lo mejor de sí mismos en el sendero de progreso y desarrollo que le corresponde a nuestra patria, esperando que con el tiempo sanen las heridas de una lucha que nunca debió de haber sido y que la paz y la concordia sean nuestra guía y camino, con una nueva visión de tolerancia y aceptación en los sagrados intereses de nuestro pueblo, nos dejan de herencia su fortaleza perenne, su espíritu de sacrificio y la templanza de su indeclinable determinación contenida en esa frase religiosa que contempla una amplia visión de lo que somos y dice: "Por Dios y por la Patria".

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