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Al borde de la cama

Cuando reducimos la sexualidad a un lugar

Foto: PEXELS

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WENDY ARELLANO

La selección de espacios de las producciones para adultos es sólo el resultado de interpretar deseos socialmente aceptados, de ahí pasan a la líbido del espectador como una construcción más que se incorpora sin objetar ni entender el porqué.

¿Alguna vez se ha sentido atrapado entre las sábanas que cubren las dimensiones de su colchón? Si es así, no está lejos de descubrir que la sexualidad es tan cuadrada como el mueble donde se supone que debemos explorar ese terreno. Ahí está la raíz de expresiones como “me acosté con él”, o “es muy buena en la cama”. Son botones de muestra de que hemos acotado la sexualidad a un solo espacio, lo legitimamos y lo vemos como el único sitio socialmente aceptado para ello.

¿Le ha tocado visitar algún motel que ofrezca un escenario que no contenga sino un colchón y un insulso buró? La infinidad de réplicas existentes de ese esquema es un indicador de que la sexualidad se ha teatralizado, es decir, se han montado espacios para recrear una escena acorde a ciertas normas.

A ello ha contribuido la pornografía, que se ofrece al espectador como una pedagogía de la sexualidad. Enseña, entre otras cosas, en qué lugares tener sexo. Sin embargo, lejos de mostrarse transgresora, atípica y amoral, se ha limitado a fomentar una forma muy convencional de fornicar y a legitimar el sistema heteronormativo, pues no hay nada transgresor en presentar el acto sexual de una pareja heterosexual. En esa industria audiovisual también se legitima, en materia espacial, el performance más convencional entre parejas del mismo sexo.

El mundo XXX presenta como algo transgresor que un hombre afroamericano penetre a una mujer blanca con violencia, puesto que está bien instalado en el imaginario social que un varón de raza negra es sinónimo de alguien excesivamente fálico.

En las tramas la sumisión es ampliamente representada por la mujer blanca de clase alta. Se encuentra en casa, desempeñando alguna actividad matutina, y es abordada por algún latino que desempeña labores de jardinería o construcción, o algo relacionado con “trabajos pesados”: la sexualidad “excesiva” suele asociarse con el cuerpo de las clases trabajadoras, los latinos y los afroamericanos.

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Foto: Gettyimages

Los lugares públicos a los que suele limitarse el ejercicio de la sexualidad, son, en buena medida, producto de fantasías difundidas y promovidas por la industria porno: un gimnasio, una oficina, un consultorio, tales son los lugares de la transgresión, de lo prohibido, volviéndolo así, un objeto de deseo. Dentro de las normas sociales de convivencia se ha establecido que la gente no debe tener sexo en lugares públicos. Frente a esto, la selección de espacios de las producciones para adultos es sólo el resultado de interpretar deseos socialmente aceptados, de ahí pasan a la líbido del espectador como una construcción más que se incorpora sin objetar ni entender el porqué.

En su Historia de la Sexualidad, Michael Foucault va desenredando la madeja de la monotonía sexual burguesa durante el régimen victoriano, “en dónde el sexo era cuidadosamente encerrado” y el único lugar de sexualidad reconocida era la alcoba de los padres.

PORNO

La pornografía, una suerte de domesticación sexual, está fuertemente orientada a la heterosexualidad obligatoria. En un principio ver porno y hacer porno se consideraba subversivo, en la década de los sesenta del siglo pasado resultaba “transgresor” y, por tal motivo, este género fue denominado, o mejor dicho antinombrado, con las equis, una forma de representar lo prohibido.

Como industria biotecnológica, la cinematografía carnal opera normalizando y naturalizando la utilización de los órganos, la relación entre los cuerpos, los tiempos y la localización, es decir, te dice cuándo, dónde, cómo y con quién, predominando la dualidad de los cuerpos y reforzando la heteronormatividad, otra forma de ponerlo es que produce modelos de sexualidad y dentro de esos moldes establece una serie de distinciones entre los espacios públicos y privados apropiados para el lúbrico ejercicio.

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Foto: PickPik

A manera de ejemplo, Paul Preciado menciona la película Garganta profunda (1972). Subraya que hizo las veces de una “pedagogía de la felación”, enseñó a las mujeres norteamericanas, y más tarde de todo el mundo, a “hacer correctamente el sexo oral”. Esta cinta contiene un adiestramiento sexual que se adquiere nada más verla, vinculado a modelos de sexualidad propagable, generando la naturalización y la aceptabilidad del acto. En última instancia también contribuye a homogeneizar el discurso pornográfico.

El porno, sin embargo, no representa la realidad del sexo, opera como una máquina performativa. Según la filósofa Judith Buttler, la performatividad implica actuar conforme a una serie de rasgos predeterminados por la asignación de un rol de género. Este rol muestra patrones de conducta heterosexuales produciendo identidades de asociación sexual, lo femenino y lo masculino en la intimidad (pasivo, activo), que a su vez contribuyen a reforzar el funcionamiento de la sexualidad dominante (matriz heterosexual) y hasta otras estructuras complejas, como el modelo económico. La regulación de la reproducción sexual se mantiene ligada a fines productivos, como ocurrió con la píldora anticonceptiva a mediados del siglo XX o con la masturbación, que en centurias anteriores era considerada como una patología. Sobre esta última cabe mencionar que la verdadera prohibición pretendía prevenir el gasto de energía que debía ser empleada solamente en el trabajo o en la reproducción sexual, esto con el fin de generar más mano de obra barata y, más adelante, más producción y ganancias.

POSPORNOGRAFÍA

Surgió como una crítica a lo tradicional de la industria y sus modelos convencionales de sexualidad. Propuso una reflexión sobre los discursos, los lenguajes y las representaciones que infunden a la pornografía tanto un lenguaje como una técnica que produce modelos de masculinidad y feminidad injertas en las distintas subjetividades sexuales.

La activista Laura Milano, en su ensayo Usina Posporno, explica que la pospornografía intenta romper con los estereotipos sexuales reproducidos en el medio: “Basta una película porno para encontrar aquellos recursos que una y otra vez se repiten en todas las otras películas del género: el sexo es penetración, eyaculación, orgasmo. Siempre el mismo relato con el mismo happy ending.

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Foto: scribd

Esta fórmula, según la también periodista, responde a la concepción de la sexualidad heteronormativa, donde lo 'normal' es lo heterosexual, y coitocentrada, donde el sexo es el coito y los genitales son la única zona erógena del cuerpo.

La pospornografía propone una completa deconstrucción de género. Apunta a que las dicotomías masculinidad/femineidad, varón/mujer, penetrador/penetrado, activo/pasivo sean percibidas no como la esencia misma del acto sino como posibilidades del espectro.

A través de la fotografía, el performance y otros recursos audiovisuales, la pospornografía propone nuevas formas de sexualidad y no pretende ser instructiva ni aleccionadora, tal y como lo es la pornografía convencional. Intenta ser subversiva, inquietante e incluso perturbadora.

Usina es un vocablo adaptado del francés, en los países sudamericanos se utiliza para referirse a plantas o recintos industriales de producción minera, siderúrgica y así. Mediante su uso, Milano hace alusión a que el comercio pornográfico trabaja con ciclos de producción, distribución y consumo, como cualquier industria del mercado capitalista.

PORNOTOPÍA

Después de la Segunda Guerra Mundial, la masturbación se convirtió en una fuente productora de capital inestimable. Punto ineludible de este fenómeno fue la aparición, en plena Guerra Fría, de la revista Playboy. La publicación llegó en un momento que exigía una nueva identidad masculina para el hombre postguerra.

No era una simple revista dónde se presentaban mujeres desnudas. Iba más allá. Se alzó como un complejo arquitectónico mediático de la sexualidad, un dispositivo de producción del cuerpo y un instrumento de pedagogía sexual. Entre otras cosas, alentó los beneficios de la propiedad privada, porque los dueños de su propio espacio no tenían restricciones a la hora de disponer de su capital en el consumo de placer.

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Conejitas de Playboy. Foto: Gettyimages

Según Preciado, Hugh Hefner construyó un complejo inspirado en las utopías sexuales de Sade y Ledoux, una “pornotopía” moderna basada en el consumo, acorde con el nuevo sistema capitalista.

Hablar de Hefner como constructor no es gratuito ya que él argumentaba que no había creado una revista porno, ni mucho menos erótica. Se veía como un arquitecto cuyo objetivo era enseñar al hombre norteamericano a reconquistar el espacio doméstico.

El proyecto arquitectónico de Hefner consistió en montar un escenario donde teatralizar la identidad masculina. El éxito era representado con un hombre en bata de dormir (Hugh Hefner). Para analizar este modelo de pornotopía hay que preguntarse en qué momento histórico se vuelve viable este tipo de construcción de género que fomenta la feminidad exacerbada, que pone a la mujer como una sirviente sexual polígama a disposición del hombre multimillonario y hace de la heterosexualidad el único paradigma de sexualidad aceptable.

De ahí las réplicas que llaman a reproducir nuevos modelos de sexualidad que no respondan al molde de las mujeres vestidas de conejitas que rodean al arquetipo masculino representante del capitalismo contemporáneo.

Suponer que la sexualidad es un hecho íntimo e individual es quedarse cortos. En buena medida está determinada, entre otros factores, por procesos históricos y coyunturales.

A veces, la felicidad sexual de la que hablan los psicólogos está ligada a la época en que se vive, a esa mayor o menor libertad en materia de sexualidad. Ante las determinantes del entorno, luego carecen de oportunidad para materializarse tanto la propia decisión como la voluntad de los involucrados en el acto.

El Estado, la ley, la medicina, y la psiquiatría, también pueden ser vistos más allá de sus ámbitos de influencia y significarse como dispositivos de control que tienen efectos sobre los cuerpos. No es prudente olvidar que el crecimiento de un país, su índice poblacional, la economía y otros aspectos fundamentales de una sociedad están ligados a la vida sexual de sus ciudadanos, al modo en que emplean sus recursos y a sus experiencias. Algo muy lejano de lo que pensamos que pueden ser decisiones sexuales propias es lo que se desarrolla entre las cuatro paredes de una alcoba.

CONTACTO: @WenArellano

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