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Apocalipsis Zombi

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Apocalipsis Zombi

Por Adela Celorio

¿Cuál es la prisa si por más lentamente que vayamos todos llegaremos al mismo lugar?

La velocidad es en realidad el único vicio nuevo. — Paul Monad

Entre una Navidad y otra se arrastraban doce meses. El calendario señalaba las fechas importantes y cada una llegaba con su propio ritual. Las niñas debíamos esperar todo un año para que los Santos Reyes aparecieran con la muñeca y el jueguito de té que nos preparaba para ser mujercitas.

El día del amor se anunciaba con serenatas y flores. Gracias a Dios no existían los horrorosos animales de peluche que hoy gozan de tanto prestigio entre los enamorados.

El 21 de marzo con toda puntualidad, radiante y florida estallaba la primavera. Ni cine ni radio ni dulces; pequeños sacrificios que los niños ofrecíamos al Señor, cuando en abril llegaban los “días de guardar”.

Flores para la Virgen en mayo y para mamá el feísimo pirograbado que hacíamos en la escuela y que sin embargo ella apreciaba bastante, antes de arrojarlo a la basura.

Ningún niño que yo conociera veraneaba porque las vacaciones escolares eran en diciembre.

Con desfile en uniforme de gala y ondeando una finísima bandera de seda, en septiembre honrábamos a nuestros héroes. Sólo después, envuelta cuidadosamente la bandera y guardados con naftalina los vestidos de china poblana; sin mayor alharaca nos preparábamos para recibir a nuestros muertos: panteones iluminados como catedrales, oraciones, incienso, flores, pan de huesitos y algún chiquillo pedía su calaverita.

Diciembre era el rey de los meses. Las vacaciones se inauguraban con las piñatas y colación de la primera posada. El día de Navidad los niños nos acercábamos al altar para recibir jubilosos al Niño Jesús. Y pues sí, ¡se trata del dinero idiota! me digo a mi misma en un intento por tranquilizar el desasosiego que me produce tropezarme en los centros comerciales con árboles de Navidad ¡en agosto!

Filas de pinos de plástico suntuosamente iluminados se mezclan con los sombreros de charro y las brujas de Halloween. Al anticipar los eventos, el comercio me atropella, y con su aceleración incesante me impide concentrarme en una festividad cuando me echa encima la otra.

¿Cuál es la prisa si por más lentamente que vayamos todos llegaremos al mismo lugar? Mi alma sufre al ser arrastrada por el torbellino que me impide asignarle su sentido a cada uno de los acontecimientos. Practico las formas, pero ni hay tiempo para acercarme al fondo. Impelidos por las leyes de consumo, nuestros rituales van perdiendo su riqueza espiritual.

La rapidez con que el avión me arroja en cualquier parte sólo consigue transportar mi cuerpo porque mi alma es incapaz de viajar a más de treinta kilometros por hora. Vivo con la impresión de que el reloj digital aceleró el ritmo del mundo. Es como una aparición incesante de burbujas que no me da el tiempo para concentrarme en algo antes de que el evento siguiente reclame mi atención.

Apocalipsis Zombi le llamo yo al estado de confusión que me provoca la aceleración de los acontecimientos. Hiperconectada como estoy, me siento rebasada e incapaz de procesar la cantidad de información que no me sirve para nada pero consume mi energía y mi atención: la cabeza de un hombre que apareció en un basurero esta mañana, los entierros anónimos que se descubren todos los días, la pos-verdad que es la mentira con que nos confunden los políticos. La grosera invasión de las pantallas en la calle, en el restaurante, en cada habitación de cada casa.

Mis relaciones personales y cercanas se debilitan mientras las virtuales se van convirtiendo en una necesidad. Y como soy chismosa, respondo a la constante vibración de mi teléfono para enterarme de las naderías que por las redes sociales provocan mi curiosidad y me van haciendo adicta al teléfono celular. –Mírenme aquí disfrutando la playa y bebiendo una deliciosa margarita– informa alguno. Otro aparece abrazando a Pluto en Disneylandia. Clik, clik, clik y aparece en mi teléfono un perro con cara de imbécil. Las fiestas, los viajes, las comilonas que comparten conmigo los amigos virtuales me hacen sentir que mi vida es pequeña y desabrida. ¡Por favor! Paren el mundo, quiero bajarme.

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