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El osario en Veracruz

Un México kafkiano, un país de lo absurdo, una nación surrealista; en eso parece haberse convertido nuestro querido México, tan sólo dos trágicos sexenios, el de Calderón y el de Peña Nieto; PAN y PRI, que para el caso son lo mismo. No por nada se hablaba de Prianismo, desde la visita del Jefe Diego al infame Salinas de Gortari.

Duele saber de 33 fosas clandestinas y un total de 175 cráneos, en tan solo una terreno aledaño a la laguna de Alvarado, además de las 125 fosas en las Colinas de Santa Fe, donde las autoridades exhumaron 249 cuerpos y recolectaron 14 mil restos óseos que no han sido analizados por falta de recursos, esto en la ínsula del delincuente ex gobernador Javier Duarte; cuyo disimulo permitió, igual que muchos otros gobernadores en sus respectivas entidades la actividad de crimen organizado.

Tal vez no tenían otra opción (plomo o plata), pero lo cierto es que hoy por hoy, a lo largo y ancho del territorio mexicano abundan cientos de cementerios clandestinos. En Tamaulipas, en Guerrero en Tijuana, en Ciudad Juárez, en cualquier región donde alguna célula de cualquier cartel ha sentado sus reales.

Cientos, miles de personas desaparecidas, han tenido una tumba anónima, a veces completos, otras, desmembrados, dando cuenta con ello de la maldad sin límites, la impiedad de los verdugos, de la insensibilidad humana, del horror indescriptible, pero sobre todo del inmenso dolor de los familiares de las víctimas, que ni siquiera tienen el consuelo de ir al cementerio a dejar flores en una tumba y elevar una oración a Dios, por el alma del difunto.

En escenario dantesco, macabro y siniestro se ha convertido nuestro México; un país envuelto en la bruma de la impunidad y la injusticia, un pueblo bueno que en 12 años cayó en el pantano de la perversidad insólita, de la abúlica indiferencia de las autoridades, de la simulación perniciosa de quienes tienen la obligación de velar por seguridad de la ciudadanía.

Mucho se critica la segunda enmienda de la Constitución estadounidense que da libertad al ciudadano para adquirir un arma para su seguridad personal o para usarlas en cacería o en el deporte; pero aquí en México, armas sólo las tienen las autoridades, ¿cómo entonces, se va a defender el ciudadano común de los delincuentes comunes o del crimen organizado? No esperaríamos el permiso de poseer un arma, pero… ¿quién, entonces nos defenderá? ¿El Chapulín colorado? ¡Por favor! Esto de la seguridad no es un juego, sino responsabilidad y obligación del gobierno en cada una de las instancias, y específicamente del poder judicial. Pero, ¿qué hacen los cuerpos policíacos? Quizás hagan algo al respecto, pero no suficiente para menguar significativamente la actividad delictiva. Para muestra no hay sólo un botón sino una mercería completa; recuerde usted el Instituto Jalisciense de ciencias Forenses, que tuvo que llenar un tráiler con cuerpos porque en las instalaciones ya no cabían.

Esa es nuestra triste realidad; o mejor dicho, es sólo un fragmento que muestra cuan corrompida está nuestra sociedad, cuan indefensa ante los grupos delincuenciales que no hay quien los frene.

Un reto enorme que habrá de enfrentar AMLO, y resolverlo favorablemente, si no quiere que su Cuarta Transformación quede enterrada en una fosa clandestina. Hoy México huele a muerto, a miles de muertos y se escucha por doquier el clamor por la paz.

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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