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Paleontología

La cuna de los dinosaurios

Justo antes de que la Pangea comenzara a fracturarse, al menos la mitad de las especies que se sabe vivían en la Tierra, desaparecieron

(EL UNIVERSAL)

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AGENCIAS

Podríamos llamarla "petrofilia". Así como solemos ser víctimas de un curioso efecto psicológico conocido como pareidolia que nos inclina a distinguir formas reconocibles en todo, desde un pan tostado o una mancha de humedad hasta en una imagen de la superficie marciana, muchos sucumben a una irrefrenable fascinación por las rocas antiguas que los lleva a ver toda clase de figuras familiares en esculturas naturales pacientemente talladas por el viento, el agua y el tiempo. Sucede en varios lugares del mundo, pero en especial en Ischigualasto.

En los desérticos paisajes de este parque ubicado en la provincia de San Juan, al noroeste de Argentina, los guías y los más de 100 mil visitantes anuales concuerdan en lo mismo: en sus antiguas formaciones geológicas se pueden apreciar submarinos, esfinges, gusanos, lámparas de Aladino, loros, reyes magos, zapatos y hasta un sillón de peluquero.

Mientras que algunas ciudades tienen obeliscos, coliseos y catedrales como emblema, esta región del mundo, en cambio, cuenta con un hongo, una majestuosa "geoforma" que se alza triunfante en soledad en este museo geológico al aire libre mundialmente admirado no solo por sus caprichosas rocas, sino por ser ni más ni menos que la "cuna mundial de los dinosaurios".

"Ischigualasto es un paraíso para los científicos", dice la geóloga argentina Carina Colombi, una de las investigadoras que más conoce este parque declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el 2000. "Nunca defrauda. Siempre que vamos, encontramos algo nuevo. Te puedes morir sin terminar de estudiar Ischigualasto: además de poseer antiguas rocas de forma continua y a plena vista, alberga fósiles de todo tipo. Los geólogos y paleontólogos somos afortunados. Los turistas, en cambio, solo acceden al 10 por ciento de la cuenca".

EL DESPEGUE DE LOS DINOSAURIOS

Deambular por una fracción de sus 63 mil hectáreas es lo más cercano que muchos tendremos a la experiencia de conocer y recorrer la Luna. En rincones como el llamado Valle Pintado, por ejemplo, todo es gris, ocre; todo menos el azul del cielo que se extiende sin límites, sin frontera ni muro capaz de detenerlo.

Algunos repiten que su nombre deriva del kakán, lengua de las comunidades diaguitas que habitaron el noroeste argentino, y significa "lugar donde se posa la Luna". Pero esto es sólo una conjetura porque nadie lo habla desde 1780. Otros, en cambio, aseguran que Ischigualasto quiere decir "sitio donde no hay vida". Nada más lejos de lo que alguna vez fue.

Hace unos 230 millones de años, cuando todos los continentes estaban apiñados en lo que se conocía como Pangea, esta región era una sabana calurosa y húmeda. Alrededor de lagos, pantanos y ríos paseaban algunos de los dinosaurios más antiguos hasta ahora conocidos en el mundo: el Herrerasaurus, el Eodromaeus (el tatarabuelo del T. rex) y el Eoraptor.

"Por entonces, estos animales no dominaban el planeta. Eran pequeños, no más altos que un ganso; podía encontrarse alguno de seis metros, pero no más". Ricardo Martínez, jefe del área de paleontología del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de San Juan, los conoce bien: en 1991, este investigador halló aquí los restos del Eoraptor lunensis, un depredador de 1.20 metros de largo y 35 centímetros de alto, el "padre evolutivo" de los saurópodos, aquellos dinosaurios herbívoros gigantes de cuatro patas y cuello largo. "En esa época, estaban eclipsados por los anfibios más grandes, primos de mamíferos y parientes de cocodrilos como el Saurosuchus de siete metro de largo".

Pero en algún momento hace 201 millones de años algo ocurrió. Justo antes de que la Pangea comenzara a fracturarse, al menos la mitad de las especies que se sabe vivían en la Tierra, desaparecieron. Fue una de las cinco grandes extinciones masivas: la "extinción del Triásico-Jurásico" y se cree que se produjo cuando fueron expulsadas grandes cantidades de ceniza por cadenas de volcanes que incitaron un aumento de las temperaturas. Aniquilada su competencia, los dinosaurios mejor adaptados aprovecharon y asumieran un papel dominante. Había comenzado su reinado.

La tranquilidad, sin embargo, no perduró para siempre. Durante millones de años, los sedimentos se habían ido acumulando horizontalmente como si fueran galletas en un paquete, formando una capa arriba de la otra. Hasta que hace unos 70 millones de años, la placa oceánica embistió con furia la placa continental (lo que hoy llamamos Sudamérica) y dio inicio un show: la Cordillera de los Andes comenzó a elevarse. El cúmulo de energía fue tal que levantó aquel paquete de galletas (las rocas, en realidad) provenientes de lo más profundo de la tierra y lo acostó horizontalmente, exponiendo aquellos antiguos sedimentos al descubierto. "Esto nos permite ver desde los sedimentos más antiguos a los más recientes sin realizar muchas excavaciones", dice Colombi, investigadora del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en Argentina).

La antigua historia del planeta aparece como un relato escrito en las rocas. "Estudiar un yacimiento tan rico como este es como dar con una pequeña ventana a través de la cual mirar un fragmento del pasado, un instante de transición en el que cambió todo".

EL SUEÑO DE LOS PALEONTÓLOGOS

La historia moderna de Ischigualasto se remonta a 1870 cuando se realizaron campañas en busca de carbón de piedra para la expansión del desarrollo argentino. Si bien con los años fueron hallados algunos fósiles, no despertaron mucho interés. La biografía oficial de esta cuenca dice que en 1958 se realizó la primera gran expedición científica en el lugar. La encabezó el estadounidense Alfred Romer, de 64 años y por entonces el paleontólogo más prestigioso del mundo. Lo que poco se dice es que fue por casualidad.

Después de seis meses sin resultados en la provincia de Mendoza, la comitiva de científicos procedentes de la Universidad de Harvard se trasladó a San Juan, unos kilómetros más al norte, para probar suerte. Romer no quería volver a su país con las manos vacías y no lo haría: los investigadores llegaron de noche, acamparon y cuando despertaron no podían creer lo que veían. "Cada paleontólogo sueña con encontrar, un yacimiento virgen cubierto con cráneos y esqueletos. Casi nunca se realiza este sueño. Para nuestro asombro y felicidad el sueño se cumplió en Ischigualasto", escribió Romer.

No había que cavar mucho. Los restos afloraban como si quisieran que al fin alguien los encontrara. Uno de los que siguió de cerca la noticia fue el periodista sanjuanino Rogelio Díaz Costa, primero en bautizar a este lugar "Valle de la Luna". Gran parte de los fósiles hallados fue a parar a Harvard, donde aún permanecen. Muchos investigadores locales siguen exigiendo su repatriación. "Si no se hubieran llevado esos fósiles se los hubieran comido el viento y el agua. En paleontología, colectar es preservar", señala Colombi.

Aún hoy, Ischigualasto sigue dando sorpresas, aunque los científicos saben que quizás este lugar donde impera la soledad y el silencio nunca revele todos sus misterios. Ahí reside también parte de su magia. Para el visitante, el desconcertante ambiente fantasmagórico así como la ceremonia de caminar sobre tesoros ocultos y atravesar lo que parece ser otro mundo en este mundo, deja huellas y recuerdos profundos.

Son experiencias que, a diferencia de las miles de imágenes que deglutimos a diario con los ojos por Internet, se acumulan en una biblioteca íntima siempre a la espera de ser ampliada.

Si no se hubieran llevado esos fósiles se los hubieran comido el viento y el agua. Colectar es preservar”.— CARINA COLOMBI,Geóloga argentina

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