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Bienvenido USMCA, adiós TLCAN

LAURA ITURBIDE GALINDO

Después de 14 largos meses y del acuerdo final alcanzado entre Canadá y Estados Unidos, se anunció un nuevo acuerdo trilateral que será nombrado Acuerdo de Estados Unidos, México y Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés). De esta forma, los presidentes de los dos primeros países y el primer ministro del tercero lo podrán firmar el 30 de noviembre, para entrar en un período de aprobación, que incluye la votación del Congreso de Estados Unidos en los primeros meses de 2019, y cuya entrada en vigor está prevista para el 1 de enero de 2020.

Algunos expertos han calificado este nuevo acuerdo como el adiós al "libre comercio" y la bienvenida al "comercio administrado", en un entorno de antiglobalización y proteccionismo. Lo cierto es que este nuevo acuerdo trasciende a lo meramente mercantil, ya que impone aspectos macroeconómicos (v.gr., finanzas públicas sanas, tipo de cambio libre), adopción de políticas de integridad (mayor transparencia para evitar pagos de facilitación administrativa y evitar sobornos) e impone una coraza como bloque económico cerrado, contra la incursión comercial "china". Asimismo, también lo moderniza al incluir un capítulo de comercio electrónico no existente en la versión de 1994.

En este acuerdo tanto México como Canadá pudieron amortiguar daños, como la eliminación de la restricción temporal a exportaciones agropecuarias mexicanas hacia Estados Unidos, así como el límite del valor de los productos que podrían ser importados por mensajería y paquetería sin pagar impuestos ni derechos aduanales a 100 dólares, de los 800 dólares inicialmente planteados. Quizá el más importante logro para los dos países fue la transformación de la cláusula de vencimiento, mediante la cual ahora el nuevo acuerdo tendrá una duración mínima de 16 años con un período de revisiones cada seis, que es un arreglo mucho mejor para dar certidumbre a los inversionistas que la propuesta estadounidense de la "cláusula sunset", que estipulaba un vencimiento a cinco años, que obligaría a los países firmantes a ratificar su permanencia en ese lapso, como era el deseo estadounidense.

Desde luego hubo monedas de cambio que particularmente afectan al país, como fue el caso del sector automotriz. El contenido regional quedó modificado de 62.5% a 75%, que se hará de forma gradual, y para autopartes 75% del valor en contenido regional, cuando sean principales como motores, chasis, ejes, cajas de transmisión, entre otras. De igual manera, se incluye una nueva regla que establece que el 40%-45% del valor de los autos y camionetas, respectivamente, deberá ser producido con mano de obra que tenga salarios mayores a 16 dólares por hora. Y persisten los aranceles en acero (25%) y aluminio (10%); además, tanto para vehículos ligeros y pesados estos metales deben ser originarios de la región en al menos 70%. Desde luego, estas reglas aumentarán los costos de producción y elevarán los precios de los automóviles, como también reducirán la competitividad de las empresas estadounidenses con respecto a sus competidores fuera de este acuerdo, al sólo tener que pagar 2.5% de arancel para vender sus autos en EU. Por ello, aumenta la probabilidad de que se reduzca el atractivo de México como destino de inversión automotriz.

En tanto, Canadá tuvo que finalmente ceder en el acceso al mercado de lácteos para la industria estadounidense, a fin de lograr la permanencia del capítulo 19 de solución de controversias en temas de dumping e impuestos compensatorios, lo que preserva a los dos países su derecho de apelación y que fue muy positivo para ambos.

Importante mencionar también la valoración que se hace en el capítulo de energía al Estado mexicano de su rectoría, al reconocer su derecho soberano sobre la propiedad de los hidrocarburos que están en su subsuelo y de la decisión sobre éstos.

Quizá de lo más relevante en esta coyuntura con la finalización del TLCAN es que termina, o al menos se aminora, un período largo de incertidumbre, que Canadá está incorporado y que se lograron poner atrás una serie de píldoras venenosas que el equipo negociador estadounidense deseaba imponer.

Como en todo, además de sus balances positivos también están los que no lo son, lo más importante es que le da una nueva oportunidad a México para apostar a dejar de ser un país maquilador. La integración comercial, más no productiva, nos restó mucho en el anterior acuerdo. Una y otra vez las políticas de oferta salen a colación, la apuesta ganadora es por el valor agregado, la productividad y la competitividad, el talento, la propiedad intelectual y el fortalecimiento de las cadenas productivas.

El nombre del juego se llama emprendimiento e innovación con desarrollo tecnológico e inclusión, que es sinónimo de evolución.

Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac en la Universidad Anáhuac, México Norte

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