Columnas la Laguna

DOS DE OCTUBRE ANIVERSARIO

HIGINIO ESPARZA

Testigo y sobreviviente Mario León Argüelles

Soy originario de Comitán, Chiapas. Entonces contaba con 33 años, laboraba en cuestiones administrativas en la Secretaría de Hacienda. Aquella tarde en el trabajo en Palacio Nacional se escucharon noticias sobre el mitin en la Plaza de las Tres Culturas. La plaza se comenzó a llenar de estudiantes, amas de casa, personas mayores, campesinos y niños. Y me alarmé cuando se dijo que el ejército iba en camino.

Me preocupé por mi familia; ocupábamos un departamento en el edificio 11 sobre la prolongación de San Juan de Letrán, justo enfrente del Edificio Chihuahua, en cuyo tercer piso se ubicaría el Comité de Huelga estudiantil y sus oradores. Las noticias por la radio se hicieron más alarmantes: "¡Ya entró el ejército a Tlatelolco! ¡Hay muchos muertos y heridos, todos estudiantes!". En ese momento salí corriendo hacia Tlatelolco. Ejército y policía cerraban el paso. Le pedí a uno de los militares que me permitiera llegar a mi casa y le mostré una credencial de la Secretaría.

"Pase, pero bajo su estricta responsabilidad. No hay luz y todavía se escuchan disparos, agáchese mientras camina" me respondió. Agachado y a tientas caminé varias cuadras para llegar al edificio entre llamas, humo y balazos. Mi esposa se había desmayado y la asistía una vecina con Nora a un lado. Los vecinos asustaron a mi mujer diciéndole: "Si tiene a dónde ir, váyase; porque esto se va a poner peor". Tomó de la mano a la pequeña y salió despavorida hacia la casa de su hermana, quien vivía atrás del Edificio Chihuahua.

Cuando atravesaba la Plaza de las Tres Culturas un helicóptero surgió de repente y arrojó una luz de bengala. En ese momento comenzó la balacera, la gente corrió despavorida. Mi esposa alcanzó a tomar de la mano a la hija mayor. A Nora ya no la vio. Mientras arrastraba a las dos niñas, una de ellas cayó a las puertas del edificio y la pisoteó la muchedumbre que huía de las balas.

Dejó a sus demás hijas en la casa de su hermana y salió en busca de Nora. Gritó hasta desgañitarse y el esposo de su hermana la ayudó en la búsqueda en medio del fuego cruzado. Regresaron y media hora después tocaron a la puerta. Una de las vecinas del departamento de abajo apareció con la niña extraviada y mi esposa se desmayó por la impresión.

Supe que esa vecina caminaba detrás de mi esposa y mis hijas, por eso pude recuperar a la niña. Nunca tuvimos con qué pagarle tan noble gesto. Al día siguiente por la mañana crucé la plaza para recoger a las otras dos niñas que se habían quedado en un departamento contiguo. Caminé entre zapatos, calcetines, pantalones con sangre, blusas, gorras, lentes y mucha sangre en el piso. Al mediodía volví a pasar y ya no había nada, como si nada hubiera sucedido, excepto la sangre embarrada en el muro de piedra de la iglesia. En la tarde del 3 de octubre fue asesinado un peatón por los francotiradores que aún permanecían en el área. ¿Quién disparó? ¿Desde qué punto o edificio partió el disparo? Eso nunca lo sabremos. A los pocos días el presidente Gustavo Díaz Ordaz inauguraba las Olimpíadas. (Escribió: Higinio Esparza Ramírez, editó: Víctor Roura).

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Escrito en: 2 de octubre Tlatelolco

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