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Élfego y el barro colorido

De militar a laureado artesano

Élfego Crescencio Vázquez. Foto: EFE

Élfego Crescencio Vázquez. Foto: EFE

Édgar Ávila Pérez

Despedazó piezas, aprendió a conformar objetos huecos como una calabaza o un cráneo, entendió el fenómeno del choque térmico y evitó que se torcieran. Finalmente, se encontró a sí mismo.

Como integrante del Ejército mexicano, Élfego Crescencio Vázquez destruyó miles de plantíos de drogas. Dejó la vida castrense atrás y hoy se dedica a hacer "magia": da vida, color y textura al barro.

Hace años, Élfego participó como cartógrafo en operaciones para dar con sembradíos del narcotráfico en los estados de Sinaloa, Chihuahua, Durango, Chiapas y Guerrero. Luego de su etapa de servicio regresó a sus orígenes. Con el paso del tiempo y gracias a su habilidad para darle lustre a la artesanía llegó a estar nominado al Premio Nacional de Artes.

"La tierra es un elemento sagrado, la tierra genera los alimentos, da la vida y es una forma de trascender para mí", afirmó el artesano que radica en el municipio de Izúcar de Matamoros, en el estado de Puebla.

TACTO

Su incursión en el terreno del barro moldeado con intención estética no llegó sino hasta que ya superaba la tercera década de vida. Para ese momento ya había estudiado arquitectura y había formado parte de las Fuerzas Armadas mexicanas. Asegura que el tiempo que tardó en llegar a donde actualmente está valió la pena.

"Si mis manos tocan el barro le doy forma, vida, color, textura", dice en su guarida ubicada en el barrio de Los Reyes. La vivienda está rodeada por la vegetación y en el centro del terreno hay dos hornos, el corazón de las piezas. El canto de las aves cumple una función inspiradora.

A la sombra del tradicional Árbol de la vida -una escultura que representa pasajes bíblicos como la historia de Adán y Eva-, Élfego se rebeló.

Se puso en movimiento, aplicó la filosofía indígena y acabó creando el Árbol de Apoala, que hace referencia a una historia mixteca de creación de vida.

En uno de los 52 escritos del Códice Vindobonensis o Códice Yuta Tnoho, un documento pictográfico elaborado en la época prehispánica por los mixtecos, descubrió un árbol con figura de mujer que representaba la fertilidad.

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Árbol de la vida por Élfego Crescencio Vázquez. Foto: Zarigallery

El ejemplar mostraba a una fémina con la cabeza enterrada. Su cabello eran las raíces, el tronco su cuerpo, las dos ramas eran las piernas y el tronco el vientre.

"La leyenda indígena cuenta que un hombre entró a la montaña. Allí encontró un árbol y tuvo relaciones con él. A los nueve meses regresó y vio surgir a un hombrecito", relató el artesano.

Élfego plasmó dicha historia en su obra.

De 55 años, el exsoldado nació en una tierra donde amasar el barro es una tradición familiar.

Su primera incursión en la creación artesanal fue a los 13 años de edad. Lo hizo como una forma de conseguir dinero para comer. En una familia de nueve hermanos, recordó, era difícil llenar la panza.

"Sólo fue para la torta y para el refresco", expuso.

Un Árbol de la vida salió de sus manos. A la distancia sólo atina a recordar que en ese tiempo entendió que "echando a perder se aprende".

SUEÑOS

Su sueño era ser piloto en la Fuerza Aérea mexicana. Pasó los rigurosos exámenes de admisión para sumarse a las filas de la institución castrense. Sus familiares tenían miedo a que muriera en el desempeño de sus tareas para este cuerpo.

Acabó como soldado raso, sobrevolando plantíos de marihuana y amapola, anotando las coordenadas y haciendo croquis para que las tropas de tierra ubicaran la zona y destruyeran la droga.

La Universidad Autónoma de Puebla fue su tercer hogar. Allí estudió arquitectura. Al concluir la carrera estuvo "dos años sin hacer nada": "Toqué fondo, y dicen que la ociosidad es la madre de todos los vicios", compartió.

En un libro encontró una frase que le marcó: "Cuando descubras lo que te gusta y lo hagas sin que te paguen, estarás descubriendo tu vocación". Fue una luz en su vida.

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Clase de artesanía de barro policromado en Izúcar. Foto: Arte CasBal

Volvió a Izúcar de Matamoros, visitó talleres, analizó cada pieza elaborada por artesanos locales tanto del pasado como del presente. Despedazó piezas, aprendió a conformar objetos huecos como una calabaza o un cráneo, entendió el fenómeno del choque térmico y evitó que se torcieran.

Finalmente, se encontró a sí mismo.

FLUJO

Hizo que la energía fluyera a través de sus manos, comprendió que la tierra era un elemento sagrado y que su entorno influía para darle alma a las piezas, tanto a Árboles de la vida como a vasijas, rostros y personajes.

"Estas figuras son como una parte de mi vida, como si fueran mis hijos. Aquí están mis emociones, horas y días de trabajo, incluso está un pedazo de mi corazón, de mi amor", aseveró.

Sus creaciones han estado presentes en exposiciones montadas en la Ciudad de México y en Londres, Inglaterra. También han sido apreciadas en los estados de Puebla, Guanajuato, Nayarit, Guerrero y Nuevo León.

"A través del barro puedo hacer magia: entendí la cosmovisión de nuestros antepasados, aprendí a manipular la energía, elementos de nuestros ancestros sagrados y los que dan vida al universo", comentó antes de perderse en la espesa vegetación.

IZÚCAR

Este destino poblano es conocido como la cuna del Árbol de la vida, artesanía decorada con bíblicas escenas con atractivo policromo.

Allí se puede pasar tiempo con los artesanos, observarlos mientras trabajan las figuras de barro en los talleres y luego adquirir una muestra de su labor para dar lustre a algún espacio. Existe la opción de que el visitante decore alguna figura de barro y cerámica.

En Izúcar se trabaja con la loza de barro, la cerámica y la cera escamada.

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Los artesanos realizan figuras de barro decorativas. Foto: Manos y dones

Otro negocio de corte artesanal es el de la cerveza. En la comunidad invitan a probar las bebidas que hacen sus habitantes y a conocer el proceso de elaboración.

Élfego, maestro de la técnica de barro policromado, forma parte del colectivo Kosoli, grupo que pretende rescatar y difundir los métodos de la tradición y objetos del arte popular.

Le interesa transmitir la idea de que el artesano plasma sus emociones en cada pieza. Quien adquiere una, también se lleva un pedazo de Izúcar y del corazón de quien la moldea.

Un objetivo de Kosoli es abrir tiendas-talleres para que la exposición de su oficio y sus productos sea más efectiva. Otro es facilitar que quien quiera aprender la técnica pueda acudir a un lugar con la certeza de que, en cualquier momento del día, un especialista podrá enseñarle a trabajar una calavera, una vasija, un calabazo.

De momento, para conocer a Élfego y admirar su labor, se debe concertar la cita por teléfono de modo que uno llegue y encuentre abiertas las puertas de su taller.

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