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EL SÍNDROME DE ESQUILO

JUSTICIA PARA METALLICA

VICENTE ALFONSO

El fin de semana se cumplieron 30 años del lanzamiento de uno de los mejores discos en la historia de la música. Un disco cuya grabación está llena de leyendas, rumores e incluso chismes.

Me refiero a “… and Justice For All”, de Metallica. Comencé a escuchar al cuarteto de San Francisco precisamente cuando lanzaron ese álbum, en 1988. Yo tenía once años de edad y cursaba el último año de primaria en un colegio de jesuitas. Torreón era entonces una ciudad terriblemente conservadora, y escuchar rock pesado equivalía a ser un alma perdida. En conciliábulos secretos, los rockeros nos asumíamos como una secta marginal y en secreto nos orgullecíamos de escuchar música de catacumbas.

El mundo era muy distinto, aunque no menos atribulado: los adultos hablaban de unas elecciones federales de cuyos resultados desconfiaban, y más allá de las fronteras nacionales parecía haber sólo dos temas de conversación: la Guerra Fría y las inminentes olimpiadas de Seúl. En ese contexto me topé por primera vez con un disco que en la portada ostentaba a la diosa justicia y su balanza, pero en vez de una dama impoluta era una mujer ultrajada, con la túnica rasgada y con los platos de la balanza llenos de billetes.

…and Justice For All fue el álbum que confirmó a los muchachos de San Francisco como virtuosos de la música. Ya en Master of Puppets se habían lucido con canciones complejas que exigían cambios de compás, que demandaban precisión y acoplamiento, pero el disco de 1988 fue un auténtico tour de force. Basta escuchar tracks como Harvester of Sorrow y The Shortest Straw para darse cuenta de que …And Justice For All es una crónica de la vida a fines de los ochenta.

Conflictos como la adicción a las drogas, el linchamiento mediático y las evidentes fallas en la procuración de justicia son los temas que predominan en el álbum. No en vano, la red ha rendido tributo a esa grabación a treinta años de su lanzamiento. Pero estoy en desacuerdo con las notas que señalan que aquellos fueron los tiempos de oro de la banda. Pensemos, en primer término, que Metallica lleva más de treinta años tocando. Es una vida. Sólo para contrastar, recordemos que The Beatles permanecieron unidos sólo diez años, menos de la tercera parte de lo que lleva Metallica. No es extraño que en todo este tiempo sus integrantes hayan tenido que superar duros obstáculos como la muerte del bajista Cliff Burton o la salida de elementos como Dave Mustaine, Ron McGovney o Jason Newsted, este último bajista que acompañó durante trece años a la banda. En el mismo lapso, sus integrantes también han tenido que superar profundas crisis personales.

Muestra de ello es el documental Some Kind of Monster, que se puede ver en Netflix: en 2003, para enfrentarse a sus fantasmas, los músicos contrataron a Phil Towle, un sicólogo que los hizo zambullirse en ellos mismos. El documental muestra que Lars, James, Kirk y Robert no son inmunes a complejos cotidianos que compartimos muchos de nosotros: la angustia de no poder recuperar tiempos perdidos, el dolor de no ser respetado, el peso de ser huérfano, la presión de ser padres.

Pero el paso del tiempo también rinde beneficios: en 35 años Metallica ha sabido imponerse como una de las bandas más concisas, más acopladas, más poderosas en el escenario del rock mundial. En ese lapso, la agrupación ha sabido transformarse: a quienes les acusan de “haberse vendido” con música más rítmica y riffs más melódicos habría que sugerirles que escuchen Lulu, grabación hecha en conjunto con Lou Reed. O que analicen con cuidado la experimentación que sugieren las canciones de St. Anger, en donde el cuarteto de San Francisco dio la bienvenida a Robert Trujillo, bajista poderoso que ha reforzado el sonido de la banda. Hard Wired to SelfDestruct es evidencia de una banda acoplada y poderosa que, como un experimentado campeón de boxeo, sabe acomodar los golpes necesarios.

Hay que hacerle justicia a Metallica. Que sean los inventores de un género no los obliga a permanecer para siempre atados a él. Auténtica decadencia sería que escucháramos, treinta años después, variaciones groseras de aquellos álbumes que hoy siguen siendo clásicos. Yo les aplaudo que, sin dormirse en sus laureles, sigan tomando riesgos, empujando unos metros más allá los límites del género que ellos mismos inventaron, disfrutando lo que hacen y brindándonos la crónica de los tiempos que hoy vivimos.

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