Encuentro. Estudiantes universitarios se reunieron ayer con sus familiares en Managua.
La Catedral de Managua fue ayer testigo de uno de los momentos más emocionantes desde que comenzó la crisis sociopolítica que vive el país. Unos 200 estudiantes que pasaron la noche asediados por paramilitares se reencontraron entre lágrimas y puños cerrados con sus familiares que los esperaban desde la madrugada.
El grupo se había refugiado en la parroquia de la Divina Misericordia, que linda con la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en la que los alumnos se habían atrincherado desde comienzos de mayo. La universidad se había convertido en uno de los centros neurálgicos de la revuelta popular contra el presidente Daniel Ortega y, por eso, fue ayer el objetivo de grupos paramilitares y parapoliciales que la asaltaron a sangre y fuego en un combate desigual, en el que al menos dos alumnos murieron. "La noche fue horrible, como una película de terror", explica una estudiante que se identifica como Valeria y que ayer se convirtió en la voz de la tragedia estudiantil.
Parapetada tras una barricada, envió por redes sociales un mensaje desesperado de socorro y se despidió de su madre convencida de que iba a morir asesinada por los paramilitares.
Esos grupos, siempre encapuchados, sitiaban por la mañana la parroquia agujereada por los disparos a la espera de que llegara una comitiva de la Iglesia, encabezada por el cardenal Leopoldo Brenes, para sacar a los estudiantes asediados. En un segundo círculo y en total coordinación con ellos, efectivos de la Policía Nacional de Nicaragua custodiaban los accesos al templo fuertemente armados y evitaban que ningún vehículo o peatón se acercara a la zona.
Valeria relata todavía entre lágrimas: "Sólo mirábamos cómo venían las (bombas) 'trazadoras', los (fusiles de precisión) 'dragunov' y las AK-47". "Nosotros miramos a los paramilitares y los tuvimos a unos 20 pasos, no eran nicaragüenses, ellos eran cubanos, nosotros los vimos y los escuchamos hablar", asegura.