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ALEJANDRO TOVAR

El futbol también accede como filósofo de la vida cotidiana. Francia y Bélgica chocan en una final adelantada del Mundial con chicos nacidos en África o con hondas raíces en ella, que han tenido a la industria deportiva como un club de oportunidades, pues conforme rueda el balón, ha cabalgado su destino en las canchas, con aptitudes y actitudes en el lenguaje de sus sueños.

En este juego maravilla y un mosaico de colores, se encuentra que la verdadera patria universal es el talento donde los fans encuentran que mirar es explorar y al conjuro de su arte, los atletas enmarcan una tiranía , porque hemos entrado en un juego de ilusiones que se combinan con un miedo que fluye a raudales pues cuanto más felices son los tiempos, más pronto pasan.

Es imposible escapar al estudio de los planteamientos y de pronto, el rojo belga amenaza con paralizar la esperanza generalizada que despiertan los franceses pues Hazard y Lukaku son dos saetas por las puntas que parecen tener mitad máquina, mitad ingenio en sus piernas, despreocupados de los laterales voladores y cifrados en recorrer la banda hasta quedar vacíos.

Y Deschamps se encarga, pensante y directo, de gobernar los controles con Dembelé, Kanté y Pogba, morenos al acecho, como panteras que nos dejan ver su propio mundo a través de sus ojos, artistas hechos de conceptos, de ideas y de obras, que estimulan la inteligencia e imaginación del espectador cuando llegan con municiones para la potencia de Olivier Giroud y el abanico de posibilidades que ofrece la ductilidad y zancada de venado fino que impacta en el joven Mbappe.

Somos afortunados, debemos estar más preocupados por nuestro favorito que por el audio de la tv, que no es necesario pues en nuestro mundo futbolizado la gente se va enganchando con los protagónicos de tal manera que no precisa ver el número en sus dorsales para identificarlos, pues se les ha de reconocer ya, por un gesto, por un tatuaje, por un perfil, por el cabello, por el trasero.

El futbol es un juego que en la gente tiene raíces de árboles, que se extienden por doquier como serpientes violentas, un deporte donde hay historias que sacuden por debajo de las apariencias y donde aparecen nuevos estilos, donde los niveles se emparejan y donde los grandes genios no se ven tanto, sino que el rigor del liderazgo queda en poder de varios cracks.

En todos, como espectadores, la ilusión cae en el campo de la imaginación y uno corre siempre con el deseo de tropezar con el amor, huyendo de la monotonería, aunque en estos tiempos, la misión es ver y disfrutar el espectáculo pero siempre muy preparados, porque estos caballos de acero, en su vértigo y emoción desatadas, pueden salirse de la pantalla y acabar con la cristalería de la sala.

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