Contra el miedo
(Primera de dos partes)
A mis 67 años, soy parte de ese grupo creciente de nuestra sociedad al que le llaman “de la tercera edad”, un grupo que, a lo largo de su vida ha contribuido mucho a la sociedad global, pero que, en los recientes años, le ha ocasionado serios daños a la economía mundial, a la democracia y, sobre todo, a las legítimas aspiraciones de un futuro mejor de cientos de millones de jóvenes en todo el mundo.
Por eso decidí hablarle hoy a todos aquellos que, como yo, somos personas de la tercera edad, porque quiero decirles que, si bien entiendo que los ha motivado a tomar decisiones equivocadas, no comparto las motivaciones que los han llevado a cometer estos errores.
Fue el miedo a la incertidumbre lo que hizo que las personas de la tercera edad votaran a favor de que Inglaterra saliera de la comunidad europea. Miedo a la creciente inmigración, miedo a que esta migración hiciera quebrar el estado de bienestar que los cobija, miedo a tener que convivir en un mismo barrio con gentes distintas, venidas de otros países, con tradiciones y valores diferentes y cuya única ambición es poder darle a sus hijos una mejor vida. Este voto de miedo, le robó a la juventud británica la posibilidad de pertenecer a una comunidad económica, social y política más amplia, mas diversa, con mayores oportunidades para todos.
Fue también el miedo lo que llevó a personas de la tercera edad de los Estados Unidos a votar por Trump como Presidente, un desquiciado mental que ha hecho renacer lo peor de los Estados Unidos y lo peor de la humanidad: el fascismo.
Tener miedo, es una reacción natural ante la incertidumbre del futuro que sufrimos, en especial, las personas de la tercera edad. Sin embargo, la nuestra, ha sido la generación del valor, del atrevimiento, del coraje. Tener valor requiere que enfrentemos las circunstancias que nos generan incertidumbre y tomar la decisión de cambiarlas, como lo hemos hecho tantas veces en nuestra historia. Por ello, no podemos permitirnos, que sea el miedo, lo que nos impulse, en unos días, a tomar una decisión equivocada que determinará el futuro de nuestro país.
Como todos ustedes, a veces he sentido temor ante el futuro. Es muy duro aceptar que estamos en una etapa donde nuestra edad, más que nuestros conocimientos o nuestra capacidad, determina quiénes somos.
Como ustedes, también he llegado a sentir miedo al pensar que, si bien la medicina nos ofrece la posibilidad de vivir cada día más, la economía nos niega las oportunidades necesarias para poder sostener un nivel de vida mínimo y decoroso y para sentirnos productivos y seguir contribuyendo a la sociedad.
Como todos ustedes, siento que tengo aún mucho que contribuir, que tengo una gran experiencia acumulada a lo largo de muchos años de trabajo, que la sociedad podría y debiera aprovechar. Sin embargo, la realidad me discrimina solamente en función de mi edad.
Mi mayor temor, como seguramente es el suyo, es pensar que, debido a esta situación, en unos pocos años me convertiré en una carga que, injustamente, tendrán que soportar mis hijos y mis nietos.
Pero este miedo que, a veces sentimos, no es nuevo, ni es un miedo exclusivo de nuestra generación. Es un miedo que seguramente sintieron nuestros padres y también nuestros abuelos. Y si ellos pudieron sobreponerse a él, estoy seguro de que nosotros también podemos y debemos hacerlo, porque, de lo contrario, pasaremos a la historia como una generación que, al final, fue egoísta y temerosa.
Ésta, la del primero de julio, será una decisión histórica. Sin embargo, no será histórica en función de que gane un candidato en particular, como se alega. La historia la escribiremos nosotros si somos capaces de sobreponernos al miedo y votar con conciencia.
Óscar Rodríguez
Torreón, Coah.
